Saber qué y quién es la burguesía catalana, sería un estudio socio-económico interesante. Más aun, de eso que comúnmente se conoce como “sociedad civil” y que lo mismo sirve para una asociación de vecinos que para un lobby empresarial, los altos ejecutivos de las grandes empresas o los adinerados tradicionales de buena familia de rancio abolengo, por decir algo. Sería un trabajazo y nos ilustraría a todos. ¡Cambia todo tan deprisa! Tanto que hasta se tiene la impresión de que “eso”, es decir, la burguesía catalana se hubiera o hubiese vuelto asambleario, como si se recuperase la vieja tradición cenetista o de la FAI, con la que en principio poco o nada tiene que ver.
En poco tiempo, hemos tenido Estación de Francia con “¡Ya basta!”, Esade por la ampliación del aeropuerto o Círculo de Economía de los indultos de estos días pasados. Un mercado en donde se compra todo, siempre que convenga a la acumulación de capital; y, si es intensiva, mejor. En el fondo, sería quizá dramático llegar a la conclusión de que se trata de cuatro matados, siempre los mismos, que buscan su lugar al sol. Mientras se sigue la máxima de que más vale pedir permiso que pedir perdón.
La pandemia y el largo tiempo robado nos han enseñado, sobre todo, a convivir con las propias rarezas. Pero también, cosa que es más complicada, con las de los demás. A algunos, hasta les ha servido para aprender a hacer mechas californianas, como pregonaba un spot televisivo en esta aciaga temporada pandémica. Aunque los acontecimientos se sucedan con tal celeridad que apenas da tiempo a digerir un sapo cuando ya se está engullendo otro, lo importante es mantener la tolerancia y la equidistancia, conllevarse, ir tirando y a ver qué pasa. Después de todo, ¡qué más da! Lo malo es que cuanto más altas son las expectativas, mayores son las frustraciones. Y no precisamente de quienes las abraza fervorosamente, sino de los ciudadanos en general, obligados a adquirir a precio de saldo cuanto se venda, siempre que antes lo compren quienes teóricamente son las élites sociales.
Vivimos instalados en el jardín de las incógnitas y, cuando creemos que algo está encarrilado, resulta que hay un cambio de agujas mal ejecutado y descarrila el tren. A fecha de hoy, ya hemos comprado el relato y el marco mental de los indultos a los presos del procés, sea desde la izquierda o de la derecha que teóricamente representa la burguesía catalana. Caminamos de titular en titular, con un discurso oficial entre cursi y ñoño o reiterativo que nos hace las cosas demasiado largas y tediosas, sin que falte incluso la alusión a “la alegría de vivir” por parte del presidente del Gobierno.
Hoy sabremos, aunque podemos imaginar ya, cual será esta vez la bomba de El Liceo: otro evento para insistir en que habrá indultos. La portavoz de ERC, Marta Vilalta, lo ha llamado “escenificación operística”, idea bien encontrada tratándose de un espacio tan adecuado para la representación lírica y tan representativo de la burguesía local. Un acto al que por cierto no tiene previsto asistir el president de la Generalitat, como si no fuera con él. Así es la vida política en el Principado. Quién gana (los independentistas) o quién pierde (el resto) poco importa ya: el camino está hecho y quien discrepe es un facha. Tampoco importa que se recibe a cambio de dar: estaremos ante una medida de carácter político, dirigida sobre todo a los votantes indepes, que exigirá un gran esfuerzo de pedagogía más allá de los confines de Cataluña.
Seguiremos esperando a ver si comienza una nueva etapa política y normalización. A la vista de las experiencias pasadas, tampoco es como para estar exultantes. Iñigo Urkullu, en sus documentos de cuando hizo de mediador en el otoño de 2017, decía de Oriol Junqueras, un personaje que se mueve siempre entre lo sustancial y lo instrumental, que “lo peor de la política se ha encarnado en él”. Pensaba en la traición, la hipocresía o la deslealtad ante pacto o acuerdo de cualquier tipo. Incluso estos días pasados hemos asistido a un vodevil ridículo con ocasión de la cena con el Monarca, concluido con el viaje de Pere Aragonés a Waterloo, probablemente para enseñarle a Carles Puigdemont el álbum de fotos con Pedro Sánchez o el Rey Felipe VI que el prófugo nunca tendrá. Quizá también para hablar de su libro, de qué será de lo suyo. Una salida sería que, al igual que los presos quedarán inhabilitados, él se retire de cualquier actividad política y monte una granja de lo que sea en Transilvania.
En el transcurso de las jornadas del Círculo de Economía hemos observado un gran entusiasmo con los indultos, con manifestaciones al menos sorprendentes. No es la menor de ellas el abracadabrante fervor del converso manifestado por el consejero de Economía de la Generalitat y ex director de la Fundación La Caixa, Jaume Giró, que dejó perplejos a los asistentes: independentista furibundo ahora, sin que sepamos a ciencia cierta si ya lo era antes. Aunque tampoco fue baladí, por ejemplo, la intervención de Jordi Gual, expresidente de CaixaBank y vicepresidente del Cercle: tras admitir que los indultos son gestos “recíprocos” (¿?) que disminuyen el clima de confrontación, aseguró que “no es cierto que la sociedad catalana esté dividida”. Tal vez el problema, más allá de intereses particulares, es que hay quienes viven instalados en su propia zona de confort endogámica, sin enterarse de nada cuanto pasa a su alrededor.