Últimamente, Barcelona está siendo la gran protagonista del debate público. No son pocas las polémicas en las que está inmersa la capital catalana, lo que está afectando al resto de territorio, cuyos problemas y necesidades quedan en un segundo plano. Cataluña, sin embargo, está inmersa en un reto demográfico, y podemos ver cómo la población de las zonas más rurales envejece y se quedan sin habitantes.

En un estudio, el Comisionado del Gobierno frente al Reto Demográfico señaló que, en el período 2001-2018, el 87% de los municipios con menos de 1.000 habitantes estuvo perdiendo población. Sin embargo, también puso de manifiesto que el porcentaje de municipios que sufrían esta pérdida se reducía a medida que tenían más habitantes. De este modo, se evidencia que cuantos menos habitantes tiene un municipio, mayor es el riesgo de ir perdiendo población. En lo que a Cataluña respecta, según el Idescat, diez de las cuarenta y una comarcas han perdido población durante el período 2016-2020.

Recientemente, la Universidad de Lleida ha realizado un estudio en el que se pone de manifiesto que 200 municipios de Cataluña se encuentran en una situación crítica de despoblación, destacando entre ellos Flix, Corbera d’Ebre, Vilabella, Castellserà o Vimbodí y Poblet, concentrándose la mayoría de ellos en la zona suroeste. La economía de los pueblos del interior se encuentra menos diversificada, mientras que las oportunidades laborales se agrupan generalmente en la costa y en las ciudades. Esto explica, también, el flujo migratorio de los jóvenes con estudios hacia las ciudades en busca de oportunidades profesionales.

Este fenómeno, el de las llamadas economías de aglomeración, no es algo exclusivo de nuestro país, sino que está ocurriendo alrededor del mundo. La mayor densidad de la actividad económica permite abaratar costes y ofrecer una mayor variedad de productos, servicios e infraestructuras, además de mejorar el matching entre trabajadores y empresas y, por último, a la difusión del conocimiento entre los distintos agentes económicos. Para el año 2050, el 68% de la población mundial vivirá en ciudades según Naciones Unidas.

Nos encontramos delante de un gran reto a afrontar en los próximos años si queremos evitar a tiempo el envejecimiento de la población en las zonas rurales y su posible despoblación. Si bien siempre se ha afirmado que la calidad de vida es mejor en las últimas, se ha demostrado que no son el lugar preferido --ni tampoco el adecuado-- para una primera residencia: están mal comunicadas, tienen pocas oportunidades laborales y están lejos de los equipamientos culturales o de ocio. La despoblación rural es un problema de oportunidades económicas: si los trabajadores no encuentran puestos disponibles, emigrarán a donde los hay.

En una economía cada vez más de servicios y digitalizada, sin embargo, debería ser más sencillo distribuir la actividad económica, pero es necesario tomar medidas: en la política de transporte, mejorar las conexiones e infraestructuras; en el mercado laboral, impulsar el teletrabajo y modificar la cultura del presentismo; en el mercado de la vivienda, favorecer el alquiler y la rehabilitación; y en la política turística, seguir promoviendo modalidades de turismo sostenible como el alojamiento compartido.

Otro aspecto por el que no acaban de prosperar estas localidades es por su mala conexión a internet, lo que, a día de hoy, dificulta realizar muchas gestiones, como por ejemplo aquellas relacionadas con las administraciones públicas. Es vergonzoso que la fibra óptica aún no llegue a todo el territorio en pleno siglo XXI, sobre todo ahora que, con el confinamiento y el teletrabajo, una buena conexión a internet ha sido esencial para el desarrollo laboral.

Atendida la apremiante situación, el informe Catalunya 2022. Reset: Crida per reactivar el país prevé alrededor de una decena de acciones para asegurar la estabilidad del empleo en el mundo rural y evitar su despoblamiento, lo que son buenas noticias para el territorio. Veremos cómo se materializa. Si tuviera que añadir alguna actuación para contribuir a mejorar esta situación, sería la modificación de la legislación urbanística, ya que los instrumentos que prevé para el desarrollo urbanístico son los mismos para todo el territorio de Cataluña, lo que implica dejar de atender a las particularidades de cada zona. Estos instrumentos son funcionales para localidades con un mercado inmobiliario dinámico, pero se han mostrado inadecuados para núcleos poblacionales pequeños no tan activos en este sentido, que han sido condenados a una mala conservación y, por tanto, a un deterioro estético.

No obstante, las medidas señaladas no serán determinantes para esta problemática si no las acompañan una buena campaña de promoción económica y una acción política que descubran el atractivo de estas zonas e impulsen su potencial. No existen fórmulas mágicas pero el camino para evitar la despoblación pasa por las tres D: densificar las zonas rurales, digitalizar su población y descentralizar la actividad económica.

Parece que la pandemia ha empezado a sacudir las preferencias de los habitantes, y muchas familias se han mudado fuera de Barcelona en busca de una mayor tranquilidad y más espacio, evitando pasar el confinamiento en un pequeño piso sin balcón en pleno Eixample. Con suerte, un suceso de esta magnitud tendrá la capacidad de poner sobre la mesa el reto que Cataluña tiene pendiente y cuestionar y afrontar el centralismo que padece.