Desgraciadamente, Barcelona ya no es lo que era. En dos décadas, un gran auge ha sido sustituido por un agudo declive. En dicho período de tiempo, ha pasado de intentar compartir la capitalidad de España con Madrid, aunque solo fuera en materia económica, a convertirse en una poblada ciudad de provincias.
Los motivos que explican su decadencia son múltiples y tienen diversos orígenes. No obstante, hay uno que considero transcendental: la gestión de las oportunidades. A finales del siglo XX, los políticos que dirigían la ciudad, junto con la sociedad civil en la que se apoyaban, las buscaban por todo el mundo. Casi cualquier proyecto que generara riqueza, empleo y actividad empresarial era bienvenido, aunque tuviera algunas contrapartidas negativas.
En la actualidad, no hay objetivos comunes y los temas económicos han dejado de ser importantes. Algunos de los principales mandatarios del consistorio son partidarios de la disminución del PIB de la ciudad y su sociedad civil está dividida, pues una parte de ella tiene como principal interés la prolongación del procés.
Las oportunidades ya no se buscan, ni se crean, ni se ofrece un magnífico entorno para generarlas. En cambio, algunas de las que vienen por sí mismas se rechazan, como recientemente ha sucedido con el Hermitage, o se hace muy poco para facilitar su llegada, siendo un magnífico ejemplo de ello la pérdida de la Agencia Europea del Medicamento.
No obstante, en los últimos meses, una nueva palanca de creación de riqueza ha aparecido: la ampliación del aeropuerto de El Prat, a propuesta de Aena. Sin embargo, como generalmente sucede en Cataluña, las discrepancias sobre su conveniencia son considerables. Por tanto, el proyecto puede acabar siendo otra oportunidad más perdida.
En las siguientes líneas, voy a indicar los motivos por los que estoy a favor de la ampliación y contrarrestar los argumentos que esgrimen los que son contrarios a ella. Entre los primeros, me gustaría destacar:
1) El aeropuerto constituye uno de los principales motores económicos de Cataluña. Después del puerto de la ciudad, es la infraestructura que más riqueza genera. Las repercusiones directas son importantes, pero pequeñas en comparación con las indirectas. Su contribución a la actividad turística, logística, la implantación de multinacionales, la atracción de inversión inmobiliaria o la captación de directivos y emprendedores es muy importante.
2) Tiene un gran valedor. Barcelona tuvo unos Juegos Olímpicos porque Juan Antonio Samaranch los ofreció a la ciudad. Cuando lo hizo, el alcalde Narcís Serra enseguida convirtió la propuesta en suya. El papel del presidente del COI lo ejerce ahora Maurici Lucena, el catalán máximo dirigente de Aena. No obstante, la respuesta del consistorio está siendo muy diferente, pues Ada Colau tiene prioridades muy distintas a las de los anteriores alcaldes.
Si la oportunidad es desaprovechada, la aprobación de la ampliación se retrasará como mínimo hasta 2027, pues el gestor aeroportuario planifica sus inversiones mediante planes quinquenales. No obstante, en dicha fecha es probable que Maurici Lucena ya no sea presidente de Aena y el nuevo prefiera destinar su capacidad inversora a otros aeródromos.
3) En 2019 el aeropuerto estaba casi saturado. La declaración de impacto ambiental de la instalación permite un máximo de 90 operaciones por hora. Antes de la pandemia, en las franjas de más demanda, los aterrizajes y despegues llegaban hasta los 88. Los escasos slots disponibles en los mejores horarios perjudicaran la llegada de nuevas compañías y la instalación de bases operativas en el aeropuerto.
4) Permitirá competir con Madrid por los vuelos intercontinentales. No lo hará inicialmente en igualdad de condiciones porque la capital de España es el centro operacional de una gran compañía (Iberia) y las magníficas conexiones a través del AVE con numerosas ciudades le suministran muchos pasajeros del resto del país.
No obstante, la nueva terminal internacional puede aumentar la actividad en la instalación de algunas de las principales aerolíneas del mundo, atraer otras que no están presentes y ser atractiva para empresas low cost interesadas en extender su negocio a los vuelos intercontinentales.
Entre los segundos, cabe reseñar:
1) El número de vuelos va a disminuir. Así sucedería con los que unen Barcelona con otras importantes ciudades del país, si la capital catalana estuviera ubicada en el centro de España y hubiera una magnífica red de alta velocidad que permitiera desplazarse a muchas de ellas en menos de tres horas y media. No obstante, ni una ni otra premisa se cumple. Por tanto, la reducción de dichos vuelos será anecdótica.
Para los internacionales, especialmente los que conectan países de diferentes continentes, no hay ningún medio rápido de transporte alternativo. Entre el segundo semestre de 2023 y el primero de 2024, una vigorosa recuperación económica probablemente haga que el número de operaciones vuelva al nivel de 2019.
2) La ampliación podría sustituirse por una mejor interconexión entre El Prat, Girona y Reus. En los vuelos con escalas, los pasajeros valoran especialmente la existencia de un reducido tiempo de espera entre la llegada de uno y la salida del otro. Una posibilidad descartada si los dos operan en aeropuertos diferentes entre los que ni tan solo existe una buena conexión ferroviaria. Todos los grandes hubs del mundo disponen de una sola instalación, con varias terminales, en las que aterrizan y despegan aviones de corto, medio y largo radio.
3) El daño medioambiental causado al Delta de Llobregat es irreparable. Las compensaciones pueden hacer que no disminuya la superficie de zonas húmedas, sino que incremente significativamente en el propio delta. La mejor opción para aumentar la longitud de una de las pistas implica la eliminación del humedal al que da nombre la masía de La Ricarda. Una pérdida que podría ser compensada con la creación en Viladecans de una zona natural cuya extensión sería cinco veces superior a la desaparecida.
En definitiva, después de tantas oportunidades perdidas, Barcelona debe aprovechar la que supone la ampliación del aeropuerto. Las ventajas superan con creces a los inconvenientes y el capital invertido tendrá un gran retorno. Todas las principales capitales del mundo poseen un magnífico y gran aeropuerto. Si Barcelona quiere formar parte de su selecto club, la anterior instalación es prioritaria.
No obstante, a los políticos y a la sociedad civil les pido pragmatismo. Afortunadamente, la megalomanía no está de moda en la actual década. Un ataque de dicho mal, junto con la recomendación de un “divino asesor”, supuso la compra de Spanair por un consorcio liderado por la Generalitat. El resultado fue un fiasco total que nos costó a los catalanes 244,9 millones de euros. A veces, conviene recordar los errores del pasado, para evitar volver a caer en ellos.