En la Royal Academy hay una gran exposición de David Hockney, leo en la prensa, y veo reproducciones de sus óleos sobre la verde naturaleza de la región de Normandía, en el norte de Francia: obras tan alegres, tan optimistas, que naturalmente dan ganas de ir a verlas. Ay, ojalá ya me hubieran dado la segunda vacuna; hasta entonces, me tengo que resignar a…
--Uy, sí, ¡qué ganas de ir a la Royal Academy! –dice, con sorna, Chucky, el muñeco diabólico que habita en mí--. Mira que hay que ser antiguo y soso para meterse en un museo, con el buen tiempo que hace. ¿Esa es tu idea de la diversión?
Ah, pero se me ha ocurrido un argumento para desarmarlo, y le digo, en el tono más inocente:
--¿Así que estás contra la cultura, Chucky?
--Psé. Pero si te gustan tanto los museos, o los mausoleos, jejeje, quédate en Barcelona, que no paran de inaugurarlos. ¿Te gustan los museos? También hay quien le gusta chupar candados.
--¿No te estarás refiriendo a la tan traída y llevada franquicia del Hermitage, Chucky?
--No, hombre, esa payasada no es más que una operación especulativa de los fondos buitre suizos en el sacrosanto nombre de la Cultura. Menos mal que el ayuntamiento ahí no se chupa el dedo: en estas ocurrencias ruinosas siempre acaba haciendo de pagano… No, yo me refiero a todos esos museos que las administraciones con poder sobre la ciudad vienen anunciando desde hace tiempo, desde que les salió bien el gran robo del Born, que le hizo ganar a Torra una fortuna gracias a que Maragall estaba gagá perdido, el pobre.
Ante esa falta de respeto hacia esos próceres, me planté:
--Chucky, te rogaría que no te metieses con Pasqual Maragall y con Torra, dos Muy Honorables que no tienen culpa ninguna de estar… o de ser… digamos… mentalmente limitados.
--Jejeje. No, hombre, no, si yo me estaba refiriendo a los nuevos museos: Montjuïc, la Modelo, la comisaría de Via Laietana. Ya sabes que en Montjüic los cursis y ladrones que nos gobiernan querían montar un “Museo de la paz”; en la Modelo, un “Museo de la represión”; y en la comisaría de Via Laietana, echar a la policía y crear un museo contra ella.
--Bueno, pero eso son ocurrencias de las autoridades…
--En efecto. – y sacó de un bolsillo de su gastado, azulado y ya lustroso chaqué un folleto de publicidad de la Modelo, y leyó--:
“Espacios que durante décadas estaban cerrados a cal y canto ahora se abren para brindarnos la posibilidad de descubrirlos y ver cómo eran, por ejemplo, el patio del centro penitenciario, su centro panóptico, sus galerías, o el locutorio”.
--¡Ah, qué interesante!
--¿A que sí? Jejeje –tiene Chucky esa risita irritante, como de dedo que con la uña rasca la pizarra y te pone el vello de la espalda de punta.-- ¿Y qué te parece tanta obsesión por cerrar instalaciones tan útiles como cárceles y comisarías para, en su lugar, crear museos?
--Pues, a mí me parece que todo lo que sea favorecer la cultura y el conocimiento…
Pero no me dejó terminar la frase, claro:
--Tanto y tan grotesco museísmo --me interrumpió--, ese afán idiota de substituir servicios utilísimos a la sociedad por museos, o sea mausoleos, es muy sintomático de lo que Freud llamaba la “fase anal” de desarrollo de la psique del bebé. Como sabes, el bebé, igual que nuestras desautorizadas autoridades, en las que nadie cree…
--Oye, Chucky, escucha, por favor, no me pongas en un compromiso: respeta a nuestras distinguidas autoridades, por favor. Se puede hablar de todo sin necesidad de ofender, pienso yo.
--Mira, Ignacio --me dijo, en un tono que no admitía réplica--, para pensar ya estoy yo; tú calla y escucha, a ver si aprendes algo. El bebé, te estaba diciendo, el bebé, en la etapa de desarrollo, hacia los dos o tres años, que Freud llama “etapa anal”, y que por cierto puede prolongarse muchos años, carece de poder; pero ha descubierto que gracias a la contracción muscular del esfínter…
(Por favor, ¡qué ordinario y desagradable puede ser el muñeco diabólico que habita en mí! Pero no hay quien lo calle.)
--…puede controlar la deposición de sus heces, que valora como algo valiosísimo: “moneda de cambio” para apuntalar el comportamiento manipulador y de control de las figuras parentales, en este caso: de control de España.
--¡Ah, ya entiendo por dónde quieres ir, perillán!
--Pues si entiendes, toma nota y luego me haces un resumen en dos folios. ¿Estamos?
Esto ya me pareció impertinente, y le dije bien claro:
--Hombre, Chucky, yo a estas alturas no estoy para someterme a exámenes de un muñeco diabólico, entiéndelo. Suelta tu rollo y acaba ya, y no me provoques que eres pequeñito y, de un mordisco al cuello, te desnuco.
--¡Ah! ¿quién es ahora el desagradable? Pero no tienes huevos para eso. Antes te meto yo los dedos en los ojos y…
Ahí decidí reconciliarme con él, pues sin ojos no podría ver los telediarios de Piqueras, y entonces, qué aburrimiento. Así que dije:
--Déjalo, mi querido Chucky, muñequito mío, tengamos la fiesta en paz, y acaba tu argumentación.
--Así me gusta más. Te estaba diciendo que en la fase anal del nacionalismo, que es equivalente a un estado mental pueril, cuando el bebé tiene dos o tres años, constatada la imposibilidad de imponer su voluntad frente a la autoridad paterna y “construir el futuro”, retiene sus heces. Esto es, se vuelve hacia el pasado y lo “petrifica” en los museos. Así, aunque el futuro le sea inaccesible, siempre puede revisitar ese pasado traumático y vivir en él. Ahí está seguro, ¿entiendes? Como en un tranquilo museo.
--Ah, entiendo, entiendo. Es un remedo de ese movimiento del llamado “turismo oscuro” que viaja por placer a lugares de desgracia, como campos de concentración, cárceles, lugares de terremotos, tapias de fusilamiento, etcétera.
--Sí, y está muy de moda, el “turismo oscuro”. A ti, ¿no te gustaría practicarlo este verano, en las vacaciones?
--Hombre, pues ahora que me han puesto la vacuna, bien podría. ¿Tú qué me sugieres, Chucky? ¿Los barracones de Auschwitz? ¿Algún osario tremebundo de los Jemeres Rojos?
--Caliente, caliente. Pero no: yo te diría que nos fuésemos… ¡a China! ¿No era tú amigo del embajador en Pekín?
--Sí, Gárate. El excelentísimo señor don Hipólito Gárate. Muy complaciente y servicial. Y muy amigo mío desde que nos conocimos en un máster de fotografía de gatitos. El profesor era Joan Fontcuberta, y casi, casi, nos puso a los dos matrícula de honor; esto nos unió mucho.
--Vale, pues Gárate seguro que te facilita la invitación a algún fusilamiento.
--¿Cómo?
--Te digo que le envíes a Gárate un mail pidiéndole que te consiga la invitación a una ejecución. No, no protestes: sé muy bien que allí en China son espectáculos públicos; pero, con la influencia diplomática de tu amigo embajador, podrías asistir desde el palco de autoridades, y además, llevarte de souvenir un botón de la camisa del ajusticiado. ¡O incluso un mechón de pelo!
--¿Y qué hago yo con un mechón de pelo ensangrentado?
--Pues yo qué sé. Enseñárselo a los amigos. Intentar ligar con él, mostrándoselo a algún chiquillo en la discoteca.
--¿Pero qué dices, tarado? ¡Yo no ligo con “chiquillos” ni piso una discoteca desde el setenta y ocho!
--Bueno, pues siempre puedes vender la reliquia en la internet profunda. ¡Van muy buscadas las guedejas de ejecutados!
--¡Ay, qué mal gusto, Chucky! Además de que Hipólito, es decir, el embajador Gárate, es un hombre bueno a carta cabal y le daría un patatús solo de pensar en algo así.
--Bueno, pues olvídate de ese pamplinas y vámonos a un Estado de esos de EEUU, donde seguro que con tu carnet de periodista podemos asistir a algún ahorcamiento. ¿No sería divertido ver bailar a un colgado? ¡Pataleando, pataleando! ¡Qué panzada de reír!
--¡Eres repugnante, muñeco diabólico! ¿No puedes pensar, para pasar el rato agradablemente este verano, en algo menos siniestro?
Sin decir nada, me lleva, tirándome de la oreja, al botiquín, me hace abrir el cajón, y me sugiere, en un tono melifluo e insinuante de su atiplada voz, verdaderamente repulsiva:
--¿Por qué no te tomas, Ignacio, Ignacito, una gragea de cada medicina? ¡Todas de golpe, a ver qué pasa!
--¿Cómo? ¿Y por qué iba yo a hacer algo tan insensato, Chucky?
--Yo qué sé. A lo mejor levitas. O tienes un éxtasis químico devastador…
--¡Maldito seas, monstruo! ¿Por qué tienes que ser tan vicioso?
Meditó un momento, y luego, encogiéndose de hombros, dijo:
--Porque está en mi naturaleza. Y en la tuya. Y en la de todos. ¿O es que no lo sabes? Vitia erunt donec homines. “Habrá vicios mientras haya hombres". Tácito, 4, 74, 2. Claro que no hace falta que te diga la referencia, porque ya habías reconocido la cita. ¿Verdad?
--Claro, claro.
Pedante, además, el muñeco, con sus latinajos.