Hace aproximadamente dos años hice un artículo reflexionando sobre mi sorpresa al comprobar que ni en el Puente Aéreo ni en el AVE a Madrid, donde profesionales catalanes de todo tipo viajan asiduamente por motivos laborales, se veían personas luciendo el lazo amarillo.
Ya reflexioné entonces evidenciando que “la pela es la pela” y que cuando se trata de ir a buscar, consolidar o plantear un proyecto o reunión laboral donde entran en la mesa de negociación cuestiones económicas, mejor dejar las reivindicaciones con connotaciones ideológicas aparcadas para no entrar a malas con quien tiene que hacerte el pedido.
Recordarán ustedes como el señor Canivell, en la Escopeta Nacional (magnífica película de Berlanga), iba a Madrid a codearse con la alta sociedad y poder vender así sus 'telefoninos'… Ya entonces se distinguía entre la patria y el negocio.
El otro día disfrutando en Girona de una jornada soleada en Temps de Flors, ese gran éxito de convocatoria donde riadas de personas llenan la ciudad inmortal, Carlos, mi marido, y yo, tras el paseo de rigor y apostados tomando el aperitivo en un Bar de la emblemática Rambla, nos percatamos que no habíamos visto ni un solo lazo amarillo en las solapas de los transeúntes. Ni uno solo.
Más allá de aquellas tiras de plástico ( ahora muy descoloridas) que ordenó colocar en el mobiliario urbano y en los árboles, y que como mínimo durarán cinco siglos, la demócrata alcaldesa de Girona junto al beneplácito y aquiescencia de su gobierno progresista y muy, pero que muy, ecológico, no vimos ni una insignia amarilla en la solapas, mochilas o bolsos de las personas con las que nos cruzamos. Y les puedo asegurar que fueron muchos, muchísimos, los ciudadanos de toda Cataluña los que, aprovechando la ausencia del toque de queda y la libertad de movimiento, se desplazaron ese fin de semana a Girona. Si algo había en la ciudad de provincias esos días era gente.
Por lo tanto: ¿qué ha pasado? ¿Dónde están los lazos amarillos emblema de las reivindicaciones ideológicas de los independentistas cabreados con la justica española?
¿Ha desaparecido el hecho que provocaba esa reivindicación simbólica? ¿Acaso los políticos independentistas condenados por el Procés no siguen en prisión?
¿Es que la justicia no continua siendo implacable?
Sí, lamentablemente sí. Los políticos responsables del descalabro del otoño 2017 permanecen presos y además, a algunos, ese encarcelamiento que perdura en el tiempo nos parece un despropósito.
Y también sí; la justicia del Estado Español sigue siendo inflexible incluso para decidir cosas que pueden ser del agrado de los independentistas como el hecho de que la audiencia de Barcelona ha ordenado seguir adelante con la investigación de los policías que se excedieron con la actuación del 1 de octubre, o como, cabe recordarlo de vez en cuando, la absolución del Major Trapero por su actuación durante ese mismo referéndum ilegal.
Tenemos una justicia mejorable. ¡Faltaría más! Ocurre en todas las partes y con gobiernos democráticos de todo el mundo. Solo las dictaduras tienen una justica que nunca se equivoca para la opinión pública y que no levanta críticas. No hay ninguna dictadura que esté sometida a la justicia europea. España sí.
Permítanme un apunte por si alguien lo ha olvidado: recordemos que en el borrador de la Constitución que tenía previsto Carles Puigdemont para su República Catalana Independiente se planteaba que los jueces de “su” Tribunal Supremo y de “su” Tribunal Constitucional los nombrase el Ejecutivo; es decir: el señor Puigdemont y su séquito de ministros. ¿Cómo es que entonces, ante tamaño despropósito e injerencia en la separación de poderes, no salieron un sinfín de voces airadas e indignadas criticando esta ignominiosa propuesta?
¿Será porque entonces ya sabían que no se iba por buen camino y que esa falacia de la Ítaca prometida no era ni recomendable ni posible y por lo tanto ni los suyos no se lo tomaban en serio?
La realidad es la que es: los lazos amarillos quedan solo ubicados (y así seguirán los próximos 500 años si no los sacan los políticos “ecologistas” que los colocaron) en las farolas y también, hay que decirlo, en las pecheras de los políticos independentistas, pero ya no en mayoría de la ciudadanía también independentista.
Seguimos en un estado de las autonomías que más vale que este nuevo gobierno, --que nace ya contaminado por su pasado de recelos, desconfianzas y enfrentamientos entre los partidos que lo conforman--, gestione con acierto y, continuamos de nuevo con la realidad triste y sorprendente de que, a pesar de las mentiras perpetradas, las promesas incumplidas y las irresponsabilidades ejercidas por estos políticos faltos de categoría, sus fieles seguidores, acríticos con toda esa realidad, les seguirá votando.
¿A ver si lo de la necesidad de conseguir la inmunidad de grupo (¿o era de rebaño?) no era solo una cuestión vinculada al Covid?