El Partido Popular ha decidido abandonar a los catalanes. No quiere oír hablar de puntos de encuentro, de desinflamación y mucho menos de indultos. Arroja la ley contra la cabeza de los independentistas cuando en Europa se ha puesto en cuestión esta misma ley, y dos miembros del Tribunal Constitucional han mostrado sus reservas. El PP, no digamos Vox y Ciudadanos que se han sumado entusiastas, ha abandonado a los catalanes constitucionalistas, y a los independentistas no los quiere ni ver, haciendo un remake de los independentistas de 2017 que en aquellos tiempos obviaban la presencia de los constitucionalistas, relegándonos a la categoría de extrema derecha.
Agitar los hechos de 2017, un desafío al Estado por parte del independentismo, pero también un insulto a la democracia y al discrepante, le va a reportar adeptos más allá del Ebro, aunque en Cataluña será solo un partido testimonial. El presidente Sánchez sabe que los indultos comportarán un desgaste político de envergadura con toda la derecha bramando y rasgándose las vestiduras, desenterrando la confrontación como único argumento. Acuérdense cuando el PP recogía firmas contra el Estatut de Cataluña en todos los rincones de España porque agitar el espantajo de los catalanes, así en general, sin concreciones, reporta pingües beneficios electorales. Ahora son los catalanes, pero también lo fueron los vascos. Casado vuelve ahora a desempolvar el argumento de los bilduetarras y acusa a Sánchez de acercar presos a Euskadi para congraciarse con los independentistas vascos. O tiene poca memoria, o mala fe. Con Aznar y Rajoy el PP trasladó a 466 presos de la banda terrorista a Euskadi. Pedro Sánchez 43, pero qué más da la verdad cuando nos hemos pasado toda la vida diciendo que los independentistas vascos tenían que abrazar la vía democrática para defender sus ideas, y cuando lo hacen añoran algunos los años de plomo.
Con estas argumentaciones, con estas mentiras de la derecha, el microclima de Madrid ha dado la independencia a Cataluña porque Cataluña no es España y los catalanes solo somos un espantajo para agitar a los españoles allende del Ebro. El microclima de Madrid lo impregna absolutamente todo y la niebla no les deja ver que el independentismo de 2021 no es el de 2019. No se lo deja ver porque el PP no quiso ni reconocer que, les guste o no, Aragonès es el presidente de Cataluña, elegido democráticamente, cuando no acudieron a su toma de posesión. No les deja ver que Puigdemont no es Aragonès, que la estrategia de ERC no cuadra con la de Junts y menos con la CUP y que la situación ha cambiado. También el independentismo sabe que la confrontación es un callejón sin salida. ERC habla de ampliar la base y en los discursos de Aragonès la palabra “unilateralidad” brilla por su ausencia y ha sido sustituida por “diálogo”.
En la almendra de la M-30, en la España de Casado, saben que la confrontación no da una solución para Cataluña. La vivimos en 2017 y ahora estamos como estamos, quieren volver a tropezar con la misma piedra porque no les interesa la solución, les interesa el conflicto. Sánchez ha optado por explorar un camino complejo, aunque siempre se debe aprender de los errores o al menos no volverlos a cometer. El microclima de Madrid se flagela en público cuando Aragonès dice que quiere negociar y que su propuesta es amnistía y autodeterminación, ergo Sánchez acepta la amnistía y la autodeterminación. Todo un vendepatrias.
Que el independentismo acepte tomar un camino diferente, negociar, no quiere decir renunciar a sus principios. Tampoco los constitucionalistas lo hacemos. Aragonès no va a sentarse en la Mesa de Diálogo renunciando a su bandera, otra cosa es luego la negociación. Pero, la derecha prefiere humillar al independentismo que, vencido y desarmado, les permita alcanzar los últimos objetivos. Y humillar a los constitucionalistas que, hartos de conflicto, quieren junto a miles de independentistas alcanzar un punto de inflexión en el marco, seguramente, de un Estatut reforzado, de una competencias blindadas, en definitiva, de un nuevo encaje de Cataluña en España.
En estas horas, el microclima de Madrid presenta los indultos como una victoria del independentismo, cuando en realidad es la asunción de su fracaso en 2017, y que ahora acepta como una situación de desbloqueo porque para ellos tener presos hace imposible un acercamiento a ninguna otra posición. Los presos tienen atados de pies y manos a los independentistas en una negociación, pero también son la piedra filosofal que frotar para mantener su movilización.
El presidente Sánchez habló de mirar al futuro y menos al pasado. Estoy de acuerdo. Los independentistas se equivocaron en 2017. Quisieron imponer su República a la mitad de los catalanes que no comulgaba con esa rueda de molino. Pero también se equivocó el Estado, el Gobierno de España, que prefirió la confrontación a buscar un resquicio para el acuerdo. Han pasado cuatro años y Cataluña está en plena decadencia. No es cosmopolita, casi ni provinciana, vamos a peor. Ciertamente hay que recuperar la economía, pero no se pueden dejar para mañana deberes que hay que solucionar, deberes políticos. Sánchez y Aragonès han hecho movimientos valientes. Saben que les van a segar la hierba y que los acusarán de traidores, porque Casado y Puigdemont se añoran ya con sus acciones se justifican. El microclima de Madrid hace mucho daño a España. El de Waterloo lo hace en Cataluña. Sánchez y Aragonès han iniciado un camino de resultado incierto pero más vale esto que volver a tropezar en la misma piedra. Los indultos son sólo el primer paso, no son el punto y final para encontrar una solución.