Tras meses hartos de mirarnos el ombligo y concentrarnos en las estadísticas internas, sean de la epidemia o del cataclismo económico, ahora nos despertamos y descubrimos que no estamos solos, que gran parte de la recuperación se conformará en función de lo que hagamos, y hagan, fuera de nuestras fronteras.
El Ministerio de Asuntos Exteriores es, probablemente, el más importante de cuantos ministerios conforman el gobierno pues la posición de España en el mundo depende en gran medida de sus más de 5.500 funcionarios, responsables de ejecutar tanto nuestra política exterior como la política de cooperación internacional. Su presupuesto de más de 2.200 millones de euros debería ser de los más rentables.
Este ministerio ha contado con ilustres personalidades al frente del mismo, muchas de las cuales dan nombres a calles y avenidas en media España y, sobre todo, en la capital. El ministro de Estado, canciller y ahora ministro de Asuntos Exteriores tiene tal visibilidad que hasta goza de una residencia oficial, el Palacio de Viana, para organizar encuentros y recibir personalidades. Esta, junto con la sede en el Palacio de Santa Cruz, son muestras tangibles del peso y responsabilidad del cargo.
El turismo es nuestra primera industria y dependemos, nos guste o no, de la llegada de turistas internacionales. No se trata de un tema sanitario, es pura política. Alemanes, franceses, norteamericanos y sobre todo británicos tienen que venir a España este verano. Tenemos que inventarnos corredores, test rápidos, índices que den tranquilidad… lo que sea para que los turistas no tengan que hacer cuarentena en sus países y sus gobiernos no tengan excusas para impedirles venir. Sin trabajo diplomático eso no va a pasar porque los países desarrollados van a fomentar el turismo interior para empujar su economía. Nuestro mejor turoperador tiene que ser el Gobierno que debería estar trabajando desde hace semanas para que viniesen desde junio cuantos más turistas mejor. El año pasado se hizo fatal, esperemos que este se haga algo mejor.
Las ayudas europeas no vendrán si no nos las trabajamos. Y las ayudas son extraordinariamente necesarias para impulsar una economía inane. Tras los cierres, muchos de ellos sin sentido, hay que despertar la economía. Hay poco dinero y mucho miedo. Y para conseguir el dinero que necesitamos no podemos enviar documentos a medio hacer ni podemos obviar lo que nos piden. De nuevo, no solo es economía, es diplomacia. Hemos de contar nuestra historia de manera que suene bien en los oídos de quienes nos van a ayudar.
Y la guinda del pastel la tenemos en el carajal del Tarajal. No se puede hacer peor. La diplomacia consiste en entender al de enfrente para poder sacar lo mejor de él. ¿A nadie se le ocurrió que todo un vicepresidente del Gobierno pidiese un referéndum para el Sahara iba a traer consecuencias? ¿Era necesario traer desde Argel a un enemigo declarado de Marruecos para tratarle del Covid? En 1976 nos fuimos mal de la que entonces era nuestra colonia sin asumir la responsabilidad del colonizador y hemos de asumir nuestra culpa, ya no tiene solución. Por mucho que nos pese Marruecos nos tiene cogidos por los emigrantes y siempre que quiera nos la liará, como lo hizo con la marcha verde hace 45 años. La inteligencia y buen hacer que puso el rey Juan Carlos en estas relaciones parece que se han perdido. ¿Tanto cuesta jugar a la buena vecindad con alguien que necesitamos de nuestro lado para contener la emigración y, también, para prevenir el terrorismo islámico?
No es casualidad que se nos escapase la presidencia del Eurogrupo, de la OMC y de la ESA, a pesar de contar con tres candidatos excelentemente cualificados. Tampoco lo es que Biden siga sin llamar a nuestro presidente del Gobierno cuando sí lo ha hecho con cerca de 30 presidentes del Gobierno o el pitorreo que hay con las eurórdenes emitidas a los fugados de la causa del procés. La política de los signos es muy importante y España no puede tontear ni con el chavismo ni con el frente Polisario. No podemos permitirnos hacer gestos propios de adolescentes con ínfulas revolucionarias y menos desde el Gobierno, por muy de coalición que sea y mucha dependencia que se tenga de fuerzas a las que España les importa un comino, como ellos mismos dijeron en sede parlamentaria.
España es la decimocuarta potencia económica del mundo y en otros muchos indicadores está en torno a la posición 10. Pero parece que hacemos todo lo imposible por no hacernos valer. O nos ponemos las pilas o lo pagaremos muy caro.