“¡Me la suda!” es una expresión de uso tan común como vulgar. Equivale a algo así como el pasotismo hispano o el manfutismo francés. Los griegos lo denominaron, mucho más sofisticadamente, como ataraxia. Una especie de estado de ánimo caracterizado por la ausencia de ansiedad o turbación, una actitud imperturbable. Puede llegar a convertirse en una situación o condición, más o menos general que, para circunstancias y condiciones diferentes, puede definir el talante de mucha gente ante situaciones tan diversas como absurdas; en el fondo, una voluntad de supervivencia frente a la estupidez.
Pero quien más castizamente lo ha definido en estos días, pese a ser cántabro viajado aunque afincado en la capital del Reino, es Joaquín Leguina, primer presidente de la Comunidad de Madrid y único socialista que lo ha sido, cuando le informaron de que le abrían expediente de expulsión del PSOE por haberse fotografiado con Isabel Díaz Ayuso: “¡Me la suda. Ya volveré cuando él se vaya!”. Tanto vale para la reacción de La Moncloa ante los resultados electorales del 4M madrileño, como para la patada en el tablero de Pere Aragonés --o brindis al sol-- sobre sus conversaciones con JxCat en lo que concierne a Cataluña. En realidad, mejor seguir sin Govern: solo faltaría una tirolina entre el Palau de la Generalitat y el ayuntamiento, mientras los chicos de la CUP aplauden desde la Plaza Sant Jaume viéndolas pasar, para que fluyan las ocurrencias de un lado a otro. “¡Me la suda!”. Y, cuando acaben, que nos lo expliquen.
Tenemos un problema de largo alcance: el nivel político que sufrimos, a pesar de los voceros que nos cantan las excelencias del sanchismo y alrededores. Aun no recuerdo haber visto el más mínimo atisbo de autocrítica socialista sobre lo que ha pasado en Madrid. Ignoro incluso qué lectura han hecho de lo ocurrido, tanto La Moncloa como Ferraz, la histórica sede nacional del socialismo, en donde cabría constituir una comisión de científicos para determinar si aún queda algo de vida inteligente. Lo decía ayer Tomás Gómez, que fue secretario general de los socialistas madrileños: “El problema del PSOE es el silencio”. Una especie de versión actualizada de “¡El que se mueva no sale en la foto!” que acuñó Alfonso Guerra en sus buenos tiempos de secretario de organización del partido.
Lo ocurrido en Madrid es la expresión más evidente de que apenas queda partido ni alternativa socialista que merezca tal nombre. Aunque se manifiestan dos cosas tan llamativas como evidentes. En primer lugar, que la institucionalidad de la capital se escribe en femenino: no queda ni un solo varón capaz de ejercer de portavoz de cualquiera de los cinco grupos parlamentarios que conforman la Asamblea. La duda es saber hasta qué punto representa este hecho un elemento novedoso sobre la necesidad de un cambio que se traduzca en construir el futuro con gente nueva ajena a la política tradicional de partido. Ayuso ha ganado la campaña a pelo, sin apenas las siglas del PP, mal vista en la calle Génova en donde no era una persona especialmente querida. Habrá que preguntarse, dada la desconfianza general en los partidos políticos, hasta qué punto están contaminadas las siglas ante el electorado.
En segundo término, parece claro que los madrileños han votado en contra de cualquier tipo de gobierno Frankenstein. Y no precisamente por sus cualidades literarias. Pablo Iglesias era el candidato peor valorado en todas las encuestas: habría que saber si ha dimitido por dignidad o porque le compensa más la pensión de exvicepresidente que la paga de diputado raso y esperemos que su amigo Pedro Sánchez no le haga miembro del Consejo de Estado. Ha movilizado más voto a favor de la candidata ganadora que cualquiera de las campañas del resto de los partidos concurrentes a los comicios.
Pero, al margen de que la campaña haya dejado un erial político, al menos aparente, hay cosas que rayan con la indignidad más absoluta. Sobre todo, el papelón que han hecho ejercer a Angel Gabilondo, conducido al matadero y obligado innecesariamente a arrastrar los pies en una campaña en la que solo les habría faltado a sus gestores hacerle aparecer como aquellos hipopótamos que danzaban tocados con un tutú en Fantasía, la película de la factoría Disney de hace tantos años, para tratar de cautivar a los votantes. Y si eso fuera poco, quedará para el recuerdo el desprecio al electorado manifestado sobre todo por la vicepresidenta primera del gobierno, Carmen Calvo, raya con la soberbia institucional. Solo comparable con la manifestada por el Gobierno al hacer dejación de sus funciones y empujar a la judicialización de la pandemia. Podría haber rematado su alusión a las cañas y berberechos con aquello de “eres más tonto que un obrero de derechas”. Aceptar el resultado de una votación es un principio básico en democracia. Si no, que se dediquen a contar cotorras: Madrid tiene la mitad de la población en España de estas aves.
Que la Federación Socialista de Madrid es una jaula de grillos, es algo sabido desde los tiempos del fundador del partido, Pablo Iglesias Posse. Ahora suenan tambores de guerra, de purga interna que previsiblemente no se quedará circunscrita a Madrid. A ver qué pasa en Andalucía, donde la chica del barrio de Triana, Susana Díaz, se medirá con el sevillita, algo así como pijo sevillano, y candidato de Moncloa, Juan Espadas. Después… ya veremos. En otoño hay congreso del PSOE: la ponencia marco apunta al deseo de Pedro Sánchez de liderar la socialdemocracia europea. Bueno, será de lo que queda. A este ritmo, quizá le veamos sentado en un banco de El Retiro echando migas de pan a las palomas. ¡Ánimo, que queda tiempo! Aunque no sepamos para qué.