No creía que se fueran a equivocar los sondeos y ha sucedido lo anunciado: el triunfo claro de Isabel Díaz Ayuso y la derrota de la izquierda y la desaparición del centro que ha significado Ciudadanos por culpa del suicidio político, no de Inés Arrimadas, sino de su antecesor, Albert Rivera. Solo me quedaba la duda de si el PP iba a necesitar o no el voto de Vox.
La política es tan fugaz como las lágrimas en la noche de San Lorenzo, el 10 de agosto, en el que la noche llora con desconsuelo. Como decía el primer periodista español Mariano José de Larra (Hablar de España es llorar) doscientos años después estamos en lo mismo. Él se mató con veintiocho años por un mal de amores, y a los españoles no les duele España: el dolor es crónico.
La pasada semana los independentistas tildaban a un escritor de izquierdas, Javier Cercas, como falangista porque había escrito una novela dedicada a su tío abuelo que murió con dieciocho años en la batalla del Ebro, en el frente de Gandesa, en la primera línea de fuego.
La cadena SER ha jugado descaradamente a favor del candidato socialista, el soso y serio Ángel Gabilondo. La desesperación llegó este pasado lunes, en un programa de Historia, cuando se habló de los miles de muertos republicanos españoles asesinados por la extrema derecha alemana, diciendo que en España la extrema derecha grita ¡Viva España!
El origen del nacimiento de Vox es una reacción al ‘procés, que ha liderado en todos estos años TV3. Y por eso, el socialista Salvador Illa intenta ahora impulsar un cambio en la política informativa del canal nacionalista, que ha mutado en independentista. Seguro que por ello a Illa le llamarán ‘facha’.
Si hoy un catalán despertara, después de quince años durmiendo, no entendería nada. Hemos pasado del ‘català emprenyat’ al español cabreado.