Los grandes bancos van a acometer en los próximos meses una poda masiva de sus plantillas. Es el mayor recorte nunca realizado. Afectará a cerca de 20.000 individuos, que equivalen al 11% del cuerpo laboral existente en la actualidad.
Algunos lustros atrás, el ingreso en la nómina de una entidad crediticia significaba conseguir un trabajo de por vida. En la práctica, se podía alcanzar la jubilación cómodamente y sin haberse tenido que mover de la misma empresa. El personal acudía al tajo por regla general solo por la mañana, de modo que las jornadas no podía decirse que resultasen extenuantes. El puesto de bancario encerraba muchas similitudes con el de los funcionarios públicos.
Pero los tiempos cambian a velocidad vertiginosa, sobre todo a partir de la última crisis de 2008. Hoy, la pertenencia a las filas de una institución bancaria parece estar amarrada a una especie de silla eléctrica, ya que en cualquier momento puede caerle a los empleados una descarga fulminante que les ponga de patitas en la calle. Además, cuando un profesional rebasa los 50 años, tiene todos los números para acabar pronto prejubilado o sujeto a un expediente de regulación.
Los altos jerarcas de las intermediarias del dinero mostraron el pasado ejercicio una llamativa mesura. Se abstuvieron prudentemente de utilizar a fondo la tijera. Barruntaban quizás que no es demasiado presentable desencadenar en pleno Covid una riada de jubilaciones anticipadas, o de ERE, o de ERTE.
Sin embargo, he aquí que los márgenes del negocio no dan tregua. Cada día se estrechan más. La digitalización de los servicios financieros está expulsando a marchas forzadas a los clientes de las oficinas. Forman mayoría quienes ya no las visitan casi nunca.
En orden cronológico, Sabadell es el primero que anunció reducciones del número de asalariados. Lo hizo el pasado otoño, para 2.000 de ellos. En las últimas semanas el resto de sus colegas del sistema se han sumado a la fiesta con fruición. BBVA propone 3.200 bajas. Santander prevé unas 3.600. Unicaja planea 2.300. Adicionalmente, la integración de Caixabank y Bankia va a provocar hasta 8.000 salidas de forma inmediata. Huelga decir que ese alud de ceses acarrea una consecuencia paralela, que no es otra que la clausura de cientos de sucursales y agencias.
El sector de las finanzas lució su apogeo en 2008. A la sazón, el entramado de las sociedades prestamistas disponía en conjunto de 270.000 colaboradores. Trece años después, la purga ha eliminado 100.000 y el censo se reduce a unos 170.000.
La criba reviste dimensiones devastadoras. En pocos renglones de actividad ha menguado el contingente laboral con una fuerza tan irrefrenable. Para las legiones de militantes del ramo bancario cualquier tiempo pasado fue mejor.