Cuando parecía que Estados Unidos se hallaba irremisiblemente encaminado a ceder el liderazgo mundial, la victoria del demócrata Joe Biden ha vuelto a situar a los norteamericanos en el centro del tablero global.
En el ámbito doméstico, la contundencia en la lucha contra la crisis sanitaria y económica está resultando muy exitosa. El acelerado ritmo de vacunación sitúa a los estadounidenses cerca de la inmunidad de rebaño, mientras que la decidida intervención del Estado impulsa su economía, situándola como la de mayor crecimiento entre los países avanzados. A su vez, se ha anunciado una reforma tributaria que, aprovechando la necesidad de un mayor gasto público, acabará con las insostenibles reducciones fiscales sistemáticas y permitirá recuperar equidad perdida en las últimas décadas.
Por su parte, en el marco internacional, la administración Biden ha propuesto, entre otras iniciativas, el crear un tipo mínimo del impuesto de sociedades a nivel global, así como el acabar con paraísos fiscales y otros instrumentos que facilitan la elusión fiscal. Una noticia excelente, pues una economía mundial tan abierta requiere de unas mínimas reglas fiscales compartidas, de las que hoy carecemos totalmente.
Además, esta metamorfosis la ha desarrollado el nuevo presidente en unos pocos meses, en un clima de concordia y respeto, lejos de los exabruptos y radicalidad destructiva de su antecesor, Donald Trump. Éste, pese a haber dejado el poder hace muy poco, aparece ya como un personaje lejano en el tiempo. En resumen, en menos de cien días, Estados Unidos se ha reubicado como eje de la política y la economía global.
Todo ello me recuerda cómo, desde hace décadas, tenemos que soportar un discurso dominante que asevera que una nueva economía --abierta, desregulada y liderada por jóvenes tecnólogos y financieros-- y un nuevo modo de ejercer la política, nos conducirían al mejor de los escenarios. Sin embargo, ya previa la pandemia, el mundo se nos ha ido sumiendo en un desastre monumental.
Cuando todo iba a peor, afortunadamente emerge el viejo Joe Biden. Y lo que hace es, sencillamente, recuperar lo mejor de la vieja política. Suerte de los viejos.