Llevo dos días fascinado con la historia del suizo de 66 años que fue detenido por circular por la AP7 en dirección contraria, llevando en el asiento de al lado a su difunto marido, de 88, convenientemente atado y cubierto por una manta y fallecido tres semanas antes, por lo menos. Esto no puede quedar así. Exijo una explicación, una investigación periodística, una entrevista con el conductor suicida (y, a ser posible, otra con el muerto), una reconstrucción de los hechos que le llevaron a acometer semejante excentricidad. Ya sé que le prometió a su marido, hallándose éste en el lecho de muerte, que harían un último viaje juntos, y que habían pasado por Francia, Italia y Madrid antes de que le dieran el alto, pero no me basta: quiero saberlo todo sobre este sujeto y no me voy a conformar con que me digan que está mal de la cabeza. Y si Emmanuel Carrère no le dedica un libro, me quedaré francamente decepcionado. De momento, las explicaciones son pocas y confusas. Wait and see, que dicen los anglosajones.

De entrada, la cosa tiene un punto tragicómico que me recuerda a un simpático andaluz al que vi por televisión hace años y que le había prometido a su padre que, aunque se muriera, él se encargaría de que no se perdiera ni un partido del club de sus amores, el Betis. Muerto e incinerado su progenitor, este voluntarioso personaje no tuvo idea mejor para cumplir su imposible promesa que meter las cenizas del difunto en una botella y llevárselas al campo del Betis: cada vez que el equipo local marcaba un gol, nuestro hombre alzaba la botella con las cenizas y la agitaba en señal de alegría. Había cumplido su promesa: aunque muerto, su padre seguía asistiendo a los partidos del Betis. Se lamentaba el hombre, eso sí, de que una nueva prohibición impidiera el acceso al campo con recipientes de cristal, pero enseguida solucionó el problema trasvasando las cenizas paternas a un tetrabrik que ahora no recuerdo si era de leche o de vino Don Simón (aunque me inclino por esta segunda posibilidad, que me resulta especialmente verosímil en el caso que nos ocupa).

Cosas como lo del hijo del hincha del Betis o lo del viudo que se va de viaje con un cadáver solo suelen verse en las películas. Recordemos la llegada triunfal de Woody Allen a la universidad donde debe pronunciar una conferencia en Desmontando a Harry en compañía de una furcia que ha recogido por el camino y de un amigo que la ha diñado durante el trayecto en coche. O a Charlton Heston en El Cid, más muerto que Carracuca, pero atado al caballo para susto de moros convencidos de que don Rodrigo Díaz de Vivar era capaz de ganar batallas después de muerto. Pero lo del deudo que cumple su promesa paseando a un difunto por tres países sin que nadie se percate de la situación hasta que, inexplicablemente, le da por recorrer una autopista en dirección contraria, lo detienen y se descubre el pastel, ya es de otra dimensión.

Personalmente, agradezco noticias como ésta, pues ya no puedo más del coronavirus, del prusés y de las chorradas de Isabel Díaz Ayuso, pero temo que la cosa se quede en una excentricidad de esas que se olvidan al cabo de un par de días. Afortunadamente, puede que el periodismo se olvide del fiambre viajero y su devoto marido, pero estoy seguro de que la literatura, el cine o la televisión no lo harán. Preveo un libro, una película, una miniserie de Netflix. Me conformaré con lo que me echen. Pero esto no se puede quedar en una nota de prensa carente de continuidad. La humanidad tiene derecho a una explicación. Queremos saber.