La presencia de la empresa Soler Palau (S&P) alcanza los cinco continentes, con centros productivos, logísticos y filiales comerciales en 33 países y con vías de distribución abiertas en 90 países. Esta matriz de los ventiladores diversificada en el sector del pequeño electrodoméstico, fundada en 1951, en Ripoll, por Eduard Soler y Josep Palau, abrió muy pronto una factoría en Puebla (México), aunque mucho antes se había convertido ya en una de las primeras firmas exportadoras de España, rompiendo con audacia el aislamiento de la autarquía económica y el control de cambios de Transacciones Exteriores.
Su contribución al entorno social de su primera factoría alcanzó un cénit con la creación de la Escola del Treball del Ripollès, un logro de la formación continuada debido a la inversión desinteresada de Eduard Soler. Antes de fallecer, el fundador sin descendencia y propietario del 50% de la compañía dejó en su testamento los fondos para la creación del centro y negoció la cesión de parcelas en un polígono industrial por parte de ayuntamiento convergente. El entonces alcalde de Ripoll, Eudald Casadesús (CiU), que estaba en las cosas de verdad, convenció a otros políticos vinculados a la zona, Irene Rigau (CiU) y Pere Jordi Piella, exdiputado del PSC en el Parlament, para que apadrinaran el proyecto. Con el fin de siglo se iban agotando los buenos tiempos, pero no habíamos llegado al despropósito actual.
Los fundadores de S&P batieron todos los récords de facturación y creación de empleo y hoy, su descendiente, Josep Palau Mallol, el presidente actual de la compañía, partiendo del 50% de su padre, Josep Palau, ha marcado un hito, más allá de la vergonzante crueldad política que nos envuelve. Palau Mallol sintetiza la responsabilidad de una sociedad anónima, que se vio obligada a trasladar su sede fiscal a Madrid a causa de la temeridad del procés, pero que sigue creando riqueza en Cataluña a base de superar el aislacionismo y el abandono de los sucesivos gobiernos de la Generalitat actual.
S&P es uno de los líderes mundiales en el sector de las instalaciones de ventilación; cuenta con 25 plantas y seis centros de investigación. Las fábricas españolas tienen sus sedes en Ripoll y Sils (Girona), Torelló (Barcelona) y Pinto (Madrid); el grupo posee factorías en Francia, Reino Unido, Italia, Alemania, Noruega y Turquía; en el continente americano dispone además de implantaciones en EEUU, México y Brasil. En China, está presente en Shanghái, Cantón, Wuhan y Tianjin, y en el conjunto de Asia cuenta con centros en Singapur, Tailandia, Malasia, India, Indonesia y Vietnam.
Apabullante, a pesar de que lo excepcional nunca tiene la credibilidad que se merece. El brillo de S&P destaca con méritos propios frente a la vileza de nuestros administradores públicos, tocados por el delirio nacional, en un laberinto de soledades y miseria intelectual.
Después de muchos años, S&P alberga esperanzas para muchos; reparte caramelos como lo hacía Iniesta en los mejores tiempos del Barça. Con unos recursos propios de 650 millones de euros y 80 patentes propias, ha reportado dividendos a sus accionistas por encima de los 20 millones, en los dos últimos años, como ha desvelado Gonzalo Baratech en estas mismas páginas de Crónica Global.
S&P tiene una plantilla de 5.500 empleados, un logro reseñable de empleo sostenible por su rigor silencioso y su contribución al crecimiento económico. Para robustecer su propia producción, la empresa ha ido creando, durante décadas, un clúster de firmas auxiliares en diferentes puntos del planeta y especialmente aquí, en un país industrial cuya economía se resiste a ser tiranizada. La discreción de sus gestores puede parecer excesiva, pero sus datos hablan en la lengua de las cosas mudas; se explica por sí misma, como los olivos que sonríen a la luz de la tarde, en la comarca del Ripollès.