El único precedente en Cataluña que tiene la fallida investidura ayer de Pere Aragonès es el fracaso que también cosechó Artur Mas en noviembre de 2015 por el rechazo de la CUP a su persona bajo la sombra de la corrupción. El resultado fue que los anticapitalistas enviaron al líder de CDC a la papelera de la historia y las elecciones autonómicas estuvieron muy cerca de repetirse. En el último momento, el Parlament eligió a Carles Puigdemont y el procés siguió adelante a trancas y barrancas hasta otoño de 2017, cuando la unilateralidad chocó contra el muro del artículo 155 de la Constitución.
Desde entonces, el independentismo no tiene estrategia, solo táctica. Si durante años creyó que lograría desbordar al Estado forzándolo a sentarse a negociar un referéndum o directamente las condiciones de la secesión, ahora ya no sabe qué hacer ni qué prometer a su sufrida parroquia. Entre 2012 y 2017 se lanzó a llamar la atención, a “montar un buen pollo en Europa”, en palabras de Carles Puigdemont, y quemó todos los cartuchos de la agitación y la propaganda: manifestaciones multitudinarias, consulta soberanista en 2014, elecciones plebiscitarias con promesa de secesión en 18 meses en 2015, referéndum unilateral el 1-O seguida de DUI en 2017, como último peldaño que supuestamente daría paso al reconocimiento internacional de la república catalana. En esos años, el Govern primero de Mas y luego de Puigdemont hizo creer a muchos catalanes que la secesión era inevitable. Su mayor triunfo es que logró dañar la imagen internacional de España hasta el punto que el rey Felipe VI tuvo que salir por televisión el 3 de octubre de 2017 para que la UE cerrase filas con la legalidad constitucional española. Pues bien, todo eso al final fracasó y sus líderes principales acabaron presos o prófugos de la justicia.
Más de tres años después, hoy los independentistas ya no hablan casi de independencia sino solo de amnistía y autodeterminación. Esa es su gran derrota, no lo olvidemos. Si hasta 2017 compartían una estrategia, la fe en la unilateralidad, ahora a ERC y Junts les enfrenta la táctica, es decir, determinar quién, cómo y dónde se toman las decisiones. Cuando se confrontan los programas electorales de ambos partidos para las elecciones del pasado 14F, no hay estrategia sino solo el deseo de crear las condiciones para forzar la celebración de un nuevo referéndum.
Los republicanos, que apuestan por la mesa del diálogo con el Gobierno español y aprobaron los Presupuestos de Pedro Sánchez, no descartan retóricamente la unilateralidad si persiste en el tiempo la negativa del Estado, pero sin mayores concreciones ni plazos y siempre como ultimísima opción. Lo que les diferencia con la formación de Carles Puigdemont es que ésta propone que el nuevo Parlament adopte una resolución ratificando todas las declaraciones soberanistas y separatistas anteriores, desde el 2013 en adelante, y añada el reconocimiento del Consell de la República como “Autoridad Nacional”, apoderándolo, afirma, "para liderar el movimiento independentista en tanto que depositario del mandato del 1-O y ante la comunidad internacional”. Es decir, Puigdemont quiere seguir mandado en la Generalitat o por lo menos codecidiendo con Aragonès y Oriol Junqueras desde este organismo domiciliado en Waterloo. La negativa ahora mismo a investir al republicano se basa en el miedo a quedar completamente desplazado en la toma de decisiones.
Por lo demás, Junts no explica en ningún momento cómo haría efectiva la independencia, una decisión que bajo su prisma ya fue votada el 1-O. Y no solo no explica cómo hacerlo, sino que incluso abre la posibilidad a una negociación con el Estado español, en que ambas partes se reconozcan como iguales, con un mediador internacional que garantice el cumplimiento de los acuerdos. Si eso no fuera posible, porque ya anticipa que España no va a querer, pero en las elecciones del 14F los partidos separatistas alcanzasen el 50% de los votos, como así ha ocurrido aunque esa mayoría en votos represente el 26% del censo, Junts propone la intervención de los organismos europeos para lograr la celebración de un referéndum acordado y vinculante, es decir, negociado nuevamente con el Estado español. En resumen, la unilateralidad ha desaparecido por impracticable y todo se fía a un proceso de negociación que solo será posible si interviene la comunidad internacional. No hay estrategia de independencia a medio plazo, solo un largo tiempo de espera que profundiza la división táctica y el enfrentamiento entre ERC y Junts por el poder en un mientras tanto sin fin.