Perdonen mi osadía. Siempre he pensado que Oriol Junqueras y Pere Aragonès son unos políticos acomplejados. No sé si ello se debe a un problema de imagen, de altura, o de referentes en los que identificarse, o a otra cosa. Ejercer como herederos de los hermanos Badía, o de Heribert Barrera, no debe ser fácil para un demócrata europeo en pleno siglo XXI. Sólo un partido tan imprevisible, voluble y versátil como ERC puede permitirse la licencia --sin ruborizarse---de llamarse de izquierdas, entronizar a la derecha en la Mesa del Parlament, trapichear con radicales, e intentar ocupar el vacío que dejó el pujolismo. Esquerra, por su proverbial volatilidad ideológica, es capaz de sorprendernos con el ’Algú ho havia de dir’ de Joan Tardà, la excitación mesiánica de Junqueras, las bravuconadas de Rufián, o el verbo resentido de Ernest Maragall. Y todo ello sin la necesidad de que les recuerde viejas cuitas, como el cobro del impuesto revolucionario que ideó Xavier Vendrell, o el turismo a Perpiñán de Carod Rovira... Ellos son así; un muestrario de lo que es capaz de destilar una concepción pueril de la política sometida a vaivenes mediáticos en busca de un corpus doctrinal en el que sentirse cómodos. Joan Reventós nos advirtió, en más de una ocasión, que los de ERC no eran de fiar.
Me explicaré. Los republicanos, contraviniendo su código ético, han permitido que Laura Borràs, investigada por delitos graves y con un discurso opuesto al diálogo y la negociación, ocupe la presidencia del Parlament. Los de Pere Aragonès ofrecen a la corte de Waterloo, en bandeja de plata, la posibilidad de usar la segunda institución de Cataluña como ariete contra el Estado. Todo ello acontece, precisamente, en unas circunstancias sociales y económicas que reclaman pactos de calado en lugar de enfrentamientos, acuerdos en lugar de disputas. Para el olvido quedan las palabras que Oriol Junqueras pronunció hace apenas dos meses, en las que afirmaba: "Si Laura Borràs fuera de Esquerra Republicana se le requeriría que dejara de ser candidata". Poca relevancia deben otorgar los dirigentes de Esquerra a la presidencia de la cámara catalana, cuando consienten que sea ocupada por una señora con serios problemas judiciales. Con este tipo de decisiones, ocultando los principios bajo el ala, transigiendo a los deseos de Puigdemont, los de Pere Aragonès se han convertido en los pagafantas del parlamento catalán. Ya saben ustedes que pagafantas es, en lenguaje coloquial, el término que define aquel tipo de gente incapaz de ir más allá del cortejo o el seguidismo y que, además, paga la cuenta de lo bebido y servido. En versión vernácula lo podríamos asimilar a la archiconocida frase: 'Banyut i pagar el beure'. Actuar para agradar a otro, a la espera de ser correspondido, no suele dar buenos resultados.
Ante la composición de la nueva Mesa del Parlament la pregunta del millón es: ¿Qué hará Esquerra si los tribunales deciden procesar a la reina de los ‘trapis’? ¿Seguirán los pagafantas republicanos coreando aquel mantra que sostiene que el pueblo está por encima de las leyes?
Para otra oportunidad dejaremos la congoja de Jéssica Albiach por haberse quedado su formación política sin representación en la Mesa. La diputada ha lamentado que ERC haya preferido a Junts antes que a En Comú Podem. Una muestra más en esta ocasión de pagafantismo progre; pensar, aunque sea por un instante, que los chicos de Junqueras iban a optar por virar a la izquierda fue una gran ingenuidad.
Malos augurios para un inicio de legislatura. ¿Estamos acaso en puertas del Vietnam diario que vaticinó Joan Tardà?