Lo que era una tangente hoy es una enorme falla. El regreso de Meritxell Serret, desobedeciendo el internacionalismo de Puigdemont, es una bomba de relojería que pone en peligro el pacto ERC-JxCat. La exconsellera de Agricultura entró en España el jueves 11 de marzo a través de Euskadi, por la frontera de Irún, en coche; todo un toque de falso exilio peliculero para sortear un eventual seguimiento policial; su Demain l’Espagne ha sido un gesto grotesco por lo que tiene de comparativo con el heroísmo del exilio franquista. Lo único cierto es que Serret no tiene penas de cárcel pendientes, ya que su sentencia por desobediencia es la misma que se les impuso a Meritxell Borràs, Carles Mundó y Santi Vila tras el juicio del procés.
Esquerra apuesta por el diálogo con Meritxell como bandera y Junts pierde su principal argumento, basado en el amparo de la UE que esta misma semana ha sido negado, una vez más, al levantar Estrasburgo la inmunidad de Puigdemont. A su líder de entretien, Laura Borràs, nueva presidenta del Parlament, no hay más que verle la cara, aunque se presente como la garantía del pacto soberanista. Los Comuns se quedan fuera de la Mesa; y digámoslo claro: así le pagan los indepes a Jéssica Albiach su apuesta ambivalente por la República Catalana, la secesión pastoril.
Serret vuelve a casa, mientras a Puigdemont le pintan bastos. Serret se ha entregado al magistrado Pablo Llarena para regularizar su situación procesal y ha quedado en libertad. Lo ha hecho rápido y a espaldas a Puigdemont. Ella vuelve al Parlament (fue elegida el 14F), mientras él sigue renunciando a casi todo y pasando fronteras con pasamontañas. Todos abandonan el barco, menos los dos contramaestres, Toni Comín y Clara Ponsatí. No es una cuestión de línea ni de ideología, sino de disenso ético. El regreso de Serret rompe los protocolos de la lucha independentista; liquida el ejemplo moral del procés. Chalotte Corday, cansada de tantas mentiras, apuñala en el baño a Jean-Paul Marat. La revuelta languidece; la noche de la Bastilla, frente a la Conselleria de Economía el 21 de setiembre de 2017, es una corriente de recuerdos insulsos para los atletas del terror que incendian la noche barcelonesa, cada vez que oyen una proclama.
Madrid se suma al fin de la transversalidad, con Ayuso por bandera de un nuevo cantonalismo, e imita el “factor desestabilizante catalán marcado por dinámicas globales”, dice Coscu en su cuenta de twitter. El nacional-populismo acentúa el casticismo a su paso por la capital. El estallido de Murcia, incluidos los tres tránsfugas de Ciudadanos que mantendrán a López Miras en el Poder, desembocan sobre la región metropolitana del centro del país. Vox se prepara para ocupar cargos preferentes en el Gobierno de la Comunidad, si Ayuso le gana las elecciones de mayo a Gabilondo, el profesor Meh de hombros caídos. La desvertebración institucional va ganando terreno; la foto de Colón se rompe por el centro y refuerza a la derecha dura. Inés Arrimadas mira ahora a Pedro Sánchez, mientras la galaxia Ciudadanos entra en la guerra de los tonis: Toni Cantó (derecha) frente a Toni Roldán (izquierda)
Después de su asesinato ritual en Waterloo, Meritxell vuelve a la province. Se recrea con los suyos en Vallfogona de Balaguer (Lleida), como buena militante del sindicato agrario, Unió de Pegesos; recrea el intelecto en su biblioteca de licenciada en Ciencias Políticas y retoma la ceremonia del té con sus camaradas de la ANC. Ella ya lo pasó bastante mal en los cuatro meses del juicio al procés. Después, en el lado oscuro de Puigdemont, se ha sentido obviada como las mujeres de Kronstadt, cuando, en 1921, fueron masacradas por el comunismo de guerra de Moscú. Igual que en aquel triste antecedente, el abandono de su gente es el precio de la maquinaria indepe que un día se creyó vencedora utilizando el camino más corto y traicionando a su pueblo.
La inercia de la crisis financiera le sirvió de trampolín al mundo indepe para avanzar hacia la ruptura; a partir de ahora, cuanto más fuerza tenga el Govern en ciernes menos argumentos tendrá la España constitucional del 78, dentro de la ciudadela catalana. El Catalán Power depende del pacto Esquerra-Junts, que está más verde de lo que parece y que coincide con la camorra murciana y el desbarajuste castellano-leonés. Alguien lo ha dicho ya: en España entera ya está sonando el Bolero de Ravel, aquel comienzo en do mayor, que crece en agudos hasta acabar en un epílogo estridente.