Unas semanas antes del 28F, el gobierno PP & Cs (+ Vox) puso en marcha una campaña andalucista, visible sobre todo en autobuses: “Andaluces, de nuevo, levantaos”. Esta readaptación del himno se hizo sin mayor pretensión o, si se prefiere, con la convicción de que la fatiga pandémica impide cualquier atisbo de levantamiento multitudinario. Quizás la clave de la indolencia no esté sólo en el agotamiento que compartimos con el resto de España y la Humanidad, sino que la invocación a Andalucía ya no moviliza nada a la ciudadanía del sur peninsular.
Andalucía es una comunidad autónoma que no se puede comparar con el resto de las comunidades españolas; ninguna combina tanta población, territorio y división provincial, ninguna concentra tanto paro, pobreza y abandono. Se ha de gobernar de un modo diferente. Es incomprensible, por ejemplo, que en los consejos interterritoriales de salud las comunidades uniprovinciales o las apenas pobladas tengan el mismo peso que Andalucía. Visto el vergonzoso juego político de taifas en que se ha convertido el Congreso de los Diputados --con los constantes chantajes de los grupos vasco o catalán--, asombra que los diputados andaluces (podemitas, socialistas, voxeros o populares) se limiten a ser palmeros de sus respectivos reyezuelos.
En el Parlamento de Andalucía se reproduce la misma distancia que se observa en el Congreso entre los representantes y los ciudadanos. Es decir, la diputada o diputado de cualquiera de las ocho provincias no ejecuta la representación de su circunscripción, sino la de su partido. En ningún momento sus señorías están obligados a dar cuenta a sus votantes, sí al correspondiente jefe de sus filas. A esta deficiencia se suma el antidemocrático espectáculo de la lucha entre susanistas y sanchistas o entre casadistas y juanmistas, otro ejemplo de la irreversible decadencia de nuestra clase política.
Esa corrupción electoral tiene un coste altísimo, ya que incrementa la percepción negativa que la ciudadanía tiene de la democracia representativa y beneficia al populismo autoritario que desprecia el parlamentarismo. En el mejor de los casos, este distanciamiento entre diputados y electores está derivando en un fenómeno de “provincianización” de las reclamaciones ciudadanas.
La reciente protesta de los andaluces de Jaén responde al hartazgo ante esa cantonalización de la política que abandona a sus ciudadanos. El cierre industrial y minero de Linares, el aislamiento ferroviario de la provincia y su capital, el castigado monocultivo del olivar, el paro estructural, la masiva emigración de jóvenes, el despoblamiento rural, etc. está dejando un panorama desolador que incita a algo más que un levantamiento, si se quiere revertir la viciada e inoperante dinámica política. Ni derechas ni izquierdas, ni españolismo ni andalucismo, la única salida que muchos ciudadanos han encontrado para intentar aplicar soluciones a la profunda crisis que atraviesa Jaén es apostar por el modelo electoral de Teruel existe. Por Huelva es otra plataforma que ya se está preparando para concurrir a las próximas elecciones. Esta iniciativa onubense responde a las evidentes muestras de abandono y desprecio que sufre la provincia --“el culo de España” la llaman sus taxistas-- a manos de la Junta, el Gobierno central y los viejos partidos políticos, incluidos Vox, Cs y Podemos.
Para el caso andaluz, y ante las imperiosas necesidades ciudadanas, el modelo constitucional de la autonomía ha quedado obsoleto por el manoseo que de él ha hecho la partitocracia. Urge una reforma que no pase por la recentralización viejuna de Vox o por la reaccionaria nacionalitis de Podemos o Adelante Andalucía. Es imprescindible oxigenar la democracia con transparencia representativa, una suerte de lo que siglos atrás se llamaba “juicio de residencia”. Es decir, antes de acabar su mandato el diputado debería dar cuentas de lo que ha realizado y conseguido, y no sólo ante las elites de la ciudad o de la provincia, sino ante el común de la ciudadanía.
Y mientras la “provincianización” electoral avanza, los líderes del PSOE y del PP en Andalucía están ensimismados en sus cuentas sobre cómo se pueden repartir los diputados y los votos de un Cs camino de la extinción. A corto plazo ese es su horizonte, una versión gracianesca de aquella Sevilla “donde se habla y se obra poco, achaque [de los políticos] de toda Andalucía. A Granada también la hizo la cruz, y a Córdoba un calvario”.