Una vacuna mal puesta a un consejero de sanidad de Murcia ya dimitido se presenta como el detonante de una crisis de recorrido todavía imprevisible para la derecha. La versión es poco creíble. Una moción de censura en Murcia, dos mociones de censura y el anuncio de un adelanto electoral en Madrid y una moción de censura en Castilla y León es el balance inaudito de la jornada. Inés Arrimadas prendió la mecha de acuerdo con el PSOE e Isabel Díaz Ayuso se lanzó a la aventura para evitarse una derrota inminente y para intentar capitalizar su nuevo perfil de nacionalista sin nación en las urnas. A poco que se confirme la tendencia de Vox a mejorar sus resultados en las autonómicas madrileñas, la ruina electoral de Pablo Casado acecha.
Pedro Sánchez es un tipo con suerte. La coalición que le aupó a la Moncloa no pasa por el mejor momento. Unidas Podemos actúa como si siguiera en asamblea permanente en el paraninfo de la universidad y ERC se desespera por la pasividad del PSOE ante los muchos obstáculos que amenazan el abstracto proceso de diálogo. Incluso el PNV está nervioso por el pésimo funcionamiento del gobierno progresista. Y en estos instantes de zozobra, la primavera política despunta gracias a Ciudadanos. El partido de Arrimadas, con una excusa circunstancial pero con un objetivo relevante (obtener la primera presidencia autonómica de su historia) desestabiliza el acuerdo expreso con el PP y el tácito con Vox, exhibiendo capacidad y voluntad de acercarse a los socialistas.
En mayo de 2019, con 56 diputados en el Congreso y la misma fuerza autonómica que Ciudadanos tiene hoy, Albert Rivera no quiso ver la oportunidad de gobernar con los socialistas pensando tal vez que un día podría gobernar en solitario. Los diez diputados de noviembre del 2019 son la herencia de un sueño sin fundamento, la prueba de un error táctico que figurará en los manuales y la razón de la amenaza de desaparición o de absorción por el PP que persigue a Ciudadanos desde aquel fracaso.
Arrimadas acalla de golpe estos rumores. La hipótesis de un acercamiento de Ciudadanos al PP para aliarse en firme o para fundirse queda prácticamente conjurada al menos por una temporada. El movimiento de Arrimadas será valorado por los populares como una traición: deja al PP descolocado, le abre una vía de agua en su poder autonómico y obliga a Casado a centrarse en la batalla de Madrid, jugándose la carrera con Ayuso, desatada en su papel de heroína madrileña.
El resto de consecuencias de lo sucedido ayer son más inciertas. Habrá mociones, elecciones, premios y castigos, cambios en la correlación de fuerzas y sobre todo muchas dudas hasta que el ciclo inaugurado ayer por Ciudadanos con el beneplácito del PSOE se cierre dentro de unos meses. Arrimadas toma la iniciativa y esto en política suele tener efectos positivos a corto plazo; a medio y largo plazo ya se comprobará.
Un movimiento de estas características no se daba en la política española desde 1989, cuando el CDS de Adolfo Suárez y el PP de Manuel Fraga decidieron socavar el dominio del PSOE en el ámbito municipal y autonómico. El PP se había refundado y el CDS estaba en claro retroceso. La operación triunfó en una docena de ayuntamientos. El CDS obtuvo la alcaldía de Madrid para Agustín Rodríguez Sahagún y CiU la de Tarragona para Joan Miquel Nadal gracias al pacto de la derecha española. Un par de años más tarde, el CDS enfilaba el camino de la nada y el PP se quedaba con la exclusiva de la derecha hasta la aparición de Ciudadanos por allá 2006, justo cuando el Centro Democrático y Social cerró oficialmente.
José María Aznar y Julio Anguita se intercambiaron en 1995 algunos papeles para presentar una moción de censura contra Felipe González sumando los diputados de la derecha con los comunistas. Una operación de alto riesgo. Al final lo dejaron correr, por las muchas dudas que plantean determinadas maniobras políticas perfectamente legítimas pero de difícil comprensión por parte de los respectivos electorados.
El zafarrancho declarado en la derecha le vendría muy bien al PSOE si todo quedara en mociones de censura que apuntalaran la cuota de poder autonómico de Ciudadanos para evitar una eventual desaparición de un partido susceptible de convertirse en aliado en el Congreso. Si esta crisis acaba en elecciones en una o varias comunidades, la perspectiva puede cambiar para los socialistas.
La tensión electoral no favorecerá la convivencia cotidiana del gobierno de coalición con Unidas Podemos, que en campaña, además, no dudará en explotar la deriva de los socialistas a entenderse con el partido de Arrimadas, ahondando las suspicacias internas de la coalición. Claro que si el PSOE pudiera presidir la Comunidad de Madrid todos los riesgos le parecerían bien asumidos.