La semana pasada le comenté a un amigo lo mucho que me había gustado el último libro de una conocida periodista de sucesos de Barcelona. Su respuesta fue: “¿Tú también quieres follarte a policías para conseguir noticias?”. Me quedé a cuadros. Le dije que su comentario me había parecido muy machista, ya que si el autor hubiera sido un periodista hombre, seguro que no hubiera dicho lo mismo. “Es la realidad”, insistió mi amigo, un milenial viajado y culto, alejado del clásico perfil de machista casposo. Sin embargo, para él era normal pensar que un hombre puede llegar a ser un buen periodista de sucesos por mérito propio, mientras que una mujer tiene que haberse acostado con media comisaría.
Aprovechando que hoy es el Día Internacional de la Mujer, voy a decir bien alto que me pone de muy mal humor cuando alguien dice “a saber a cuántos se ha follado” después de enterarse de que una mujer ha sido nombrada presidenta de una compañía, directora de un hospital, ministra de Obras Públicas, lo que sea. Lo peor es que muchas veces no escucho esta impertinencia en boca de hombres, sino de mujeres. El machismo que más me preocupa es el que viene de serie en las propias mujeres.
“¿Cuántas manifestantes crees que se marcharán corriendo a casa cuando termine la mani para prepararle la cena a sus maridos?”, me soltó con sorna otro amigo mientras veíamos por televisión las imágenes del 8M en 2018. “Seguramente bastantes”, pensé. “Pero, ¿qué importa?”, 8M no significa que piense que no sirven de nada. Las manifestaciones de los últimos cuatro años han servido para que muchas mujeres tomen consciencia de las injusticias que padecen y se sientan empoderadas para intentar cambiar su situación. Para darse cuenta de que no están solas.
Hoy no iré a la manifestación. Tengo mis motivos: primero, me agobian las multitudes; segundo, creo que está demasiado politizada y me provocaría complejo de marioneta; tercero, me siento incómoda rodeada de lemas y pancartas de tono agresivo con los que no siempre estoy de acuerdo; y, cuarto, nunca me he sentido identificada con el colectivo “mujeres” en el sentido de pertenecer a un grupo de seres humanos diferenciado de otros. Los derechos que exigimos --aborto, igualdad salarial, acabar con el acoso y la violencia sexual, etcétera-- son derechos humanos.
Mi “lucha” feminista está en el día a día: cuido de mis amigas, de mi madre, de mi hermana. Intento leer libros escritos por mujeres, ver películas dirigidas por mujeres, ir a médicos mujeres e incluso comprarme coches en los concesionarios con vendedoras mujeres. También en mi intento de sentirme libre para ser como soy, sin reprimirme nada por mujer. No soporto cuando alguna amiga me suelta eso de que “el hombre es cazador, la mujer recolectora”, para justificar que pasa mucho más tiempo cuidando de los niños y del hogar que su pareja, y está infeliz. Por suerte, ya no vivimos en el paleolítico y la mujer puede ser cazadora si le da la gana, les digo.
Un buen plan para hoy sería volver a ver Mary Poppins. Ella es mi ídolo: una mujer libre, sin miedo a decir lo que piensa, y con un ligue tan guapo como Dick van Dyke. Y luego está la señora Banks, que no tiene remordimientos por dejar a los niños con la canguro para irse a manifestar a favor del sufragio femenino.
¿O quizás debería volver a hacer croquetas, como hice para celebrar el 8M de hace dos años? Hacer croquetas era una de mis asignaturas pendientes en la vida. Me salieron tan buenas que publiqué algunas fotos en Instagram con la esperanza de que se disparase mi número de seguidores, pero fue en vano. Hubiera sido más eficaz subir una foto mía luciendo pierna y la cita “I will not be that girl in the box” (“No seré la chica de la cajita”) debajo, como hizo el 8M del año pasado una famosa influencer catalana. La cita se hizo famosa gracias a la serie de televisión El cuento de la criada, que algunos definen como feminista, pero que a mí, como mujer, me pareció demasiado violenta y tuve que dejar de verla (la serie imagina un futuro distópico en el que las mujeres fértiles son forzadas a tener hijos con los poderosos en un Estados Unidos dominado por un gobierno totalitario y fundamentalista religioso).
Otra serie que no pude ver por su excesiva violencia sexual contra las mujeres es Juego de Tronos, la más vista de 2019. “Queridos guionistas: menos violaciones, más sonrisas”, rezaría la pancarta que llevaría a la manifestación.