Desde cualquier óptica lo de Podemos ya pasa de castaño oscuro. Y aunque soy muy consciente de que no voy a descubrirles a estas alturas la sopa de cebolla, porque lo que pueda decir ya lo han apuntado otros antes que yo, y seguramente mejor, no por ello voy a sustraerme al gratificante e higiénico ejercicio que supone poner en solfa a esta tropa de indigentes intelectuales, retratándolos tal y como en realidad son, porque ninguno de ellos es redimible de su estulticia. Tontos del higo, de capirote, de baba y de bote, los tenemos en todas partes, en todos los partidos, pero en Unidas Podemos no cabe ni uno más.
Cuando en 2014 Podemos irrumpió en el ya enrarecido panorama político español, ocupando plazas y llenando calles en todo el país, recuerdo que muchas personas, libres de servidumbre ideológica, con la cabeza bien amueblada, les miraron con cierta empatía. Nadie es totalmente, en lo nominal, un irreconciliable de derechas o de izquierdas. Las personas formadas tienden a fomentar la sensatez, la reflexión, y a entender que necesitamos avances sociales y prosperidad económica por igual. Progresar y conservar. Y esos no son verbos que no puedan conjugarse alternativamente, de forma equilibrada, según la vicisitud del momento requiera. Podemos nació en la recta final de una crisis económica global de devastadores efectos en nuestro país. Y a nadie, por muy de derechas que sea, le gusta ver cómo desahucian a un matrimonio de octogenarios o ver a personas muriéndose de hambre y frío bajo unos cartones.
Pero el espejismo que suponía la llegada de ese "ejército de salvación" se derritió con la celeridad de un helado al sol. Acaso no supimos verlo, porque quien más quien menos tiende a la ingenuidad y al buenismo; pero deberíamos haberlo intuido cuando, entre precarios tenderetes de plástico y cartón y colecta de firmas indignadas --y casi todos estábamos exhaustos y muy indignados--, aventaban eslóganes inquietantes como aquel que rezaba: “Su odio es nuestra sonrisa”, ¿Lo recuerdan?
¿Quién hubiera podido imaginar, en esas primeras horas, necesitados como estábamos de inmediatez, solidaridad y soluciones tras el primer gran baño de realidad del siglo XXI, que una pandilla de fantoches populistas, demagogos, faranduleros de salón de nula catadura moral e ínfima capacidad intelectual, escondían en su botiquín de primeros auxilios los infames postulados que han animado a la ideología más nefasta, criminal y dictatorial de un pasado que todos dábamos, tras la caída del Muro de Berlín, por enterrado y bien enterrado, cuando incluso la sombra del cuervo fascista había desaparecido por completo del cielo europeo? Sí, soy consciente de que es una pregunta muy larga y retórica en exceso. Discúlpenme.
Por la puerta trasera nos estaban colando no solo lo peor del marxismo, del estalinismo, del bolcheviquismo, del maoísmo, del polpotismo, y todos los ismos posibles, sino también la más absoluta indecencia moral y el más taimado arribismo. Deberíamos haber rascado esa fina capa de barniz ético y social. De haberlo hecho hubiéramos visto con claridad que ninguno de ellos tenía el carné de Cáritas o de la Cruz Roja, sino un salvoconducto diplomático expedido en Venezuela, Bolivia, Irán, Rusia o Corea del Norte.
Podemos es, ya con el sol en el cénit y sin sombra que cobije su inquina e infame praxis, el partido del odio por excelencia. Odian a los hombres, que son, sin excepción, machos heteropatriarcales y violadores a los que hay que estigmatizar y castrar mediantes vergonzosas leyes de desigualdad de género; odian el sistema de vida imperante en el mundo occidental, el único posible pese a todas sus deficiencias, el único que ha logrado reducir la miseria en el planeta; odian al rey, el himno, la bandera, la Historia y cualquier símbolo visible que recuerde nuestra condición de nación vieja, que tras cruzar desiertos de soledad y desencuentro, y pasar por todo el espectro cromático, abrazó la democracia; odian nuestra lengua común, el día de la hispanidad y el papel civilizador de España; odian a los católicos, a los judíos, los símbolos religiosos, la Semana Santa y todo lo que no acabó de arder en el 36, a excepción, claro está, del islamismo; odian al Ibex y a cualquiera que con esfuerzo haya levantado un imperio económico y brinde trabajo a decenas de miles de ciudadanos; odian la Constitución del 78; odian la libertad de prensa, odian al disidente; odian la independencia del Poder Judicial; odian a la UE, ese club de Estados prósperos; odian el liberalismo, odian a la derecha; odian, en resumen, la democracia, porque no encaja con su dialéctica peronista y totalitaria.
Quizá hubiera resultado más pragmático y menos cansino enumerar aquello que no odian y goza de toda su solidaridad y simpatía…
Les encanta el olor a abertzale por las mañanas, especialmente el de Arnaldo Otegi, ese hombre de paz; les solivianta e indigna mantener condenados y encarcelados a un puñado de políticos neofascistas que pisotearon todas las leyes habidas y por haber tras aplastar los derechos de más de la mitad de los catalanes; les complace ver, a juzgar por el apoyo tácito y los ánimos que insuflan a sus huestes “antifascistas”, cómo miles de jóvenes de encefalograma plano, sin cultura y formación alguna, interiorizan y hacen suyo su vergonzoso discurso de odio, tomando las calles, quemando comercios, bancos y vehículos, y lapidando a las fuerzas de seguridad. Su hemeroteca está llena a rebosar de bondadosos deseos de paz y sueño eterno en camposanto. Jamás condenan la ocupación, los asaltos, el terrorismo callejero, la entrada ilegal de inmigrantes, los crímenes etarras. A su torpe juicio España es una democracia dudosa, incompleta, mejorable. Y si hay que cerrar filas con Rusia, cerramos filas con Rusia aunque formemos parte del Gobierno de la nación y hundamos su imagen a nivel internacional.
Dirigir por control remoto --a base de vocinglera, consignas y tuits, tumbados y sin duchar en el sofá, entre serie y serie televisiva de corte reivindicativo-- a una marabunta de descerebrados es lo que les pone priápicos. Poco les preocupa la pandemia, los ancianos que abandonaron a su suerte, los muertos, la ruina y cierre de pequeñas y medianas empresas, el caos social, el desorden, la inestabilidad. Todo eso, de ser preciso, es reutilizable, en un hábil giro de tortilla argumental, una espesa cortina de humo o un balón fuera de banda a tiempo, a base de falacias, demagogia y verborrea. Lo que les importa, y en eso están y para eso viven, es asegurar los cargos, el condumio, el marquesado, y colocar a la parienta para que pueda salir a dar ridículos saltitos de Barbie progresista detrás de una pancarta en caso de depresión existencial.
Ya conocen ustedes el aforismo, dudosamente atribuido a Abraham Lincoln: "Se puede engañar a algunos todo el tiempo y se puede engañar a todos durante algún tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo". Hoy los líderes de Podemos son solo un puñado de fanáticos dinamiteros aferrados al poder, empeñados en la implosión del edificio democrático que garantiza la convivencia, las leyes, los derechos y los deberes de todos los españoles; obsesionados en pervertir la democracia y todo cuanto es razonablemente bueno y justo. Conceptualmente su desplome es absoluto. Todo su discurso es un bluff, un fake, pura balandronada, jactancia y manipulación. De ahí que ante la tremenda pérdida de votos y del poder territorial alcanzado buscaran desesperadamente entrar a formar parte del Gobierno de España. Y ahí los tienen, actuando cual saboteadores desde el mismo corazón del poder. Tener a Podemos en el Gobierno es como encerrarse en una estancia con cuatro cobras y pensar que se puede salir indemne del trance.
Menudo negocio has hecho, Pedro Sánchez; tú que afirmabas que no podrías conciliar el sueño con esta caterva de radicales en tu gabinete, has acabado encamado con ellos y con lo peorcito de cada casa. Y así nos luce el pelo a todos... Con una Cataluña sumida en el caos y en la violencia, día tras día; con un ejecutivo cuya gestión es constantemente bloqueada por un puñado de indeseables; con unas fuerzas y cuerpos de seguridad que se sienten abandonadas y no entienden nada, y con un país rumbo a la ruina. La cosa pinta en bastos. Bien harías escuchando las pocas voces sensatas, hartas de tanta majadería, que aún quedan en el PSOE, que te piden que expulses sin contemplaciones a esta horda de parásitos del Gobierno de España. Les recomiendo que no dejen de leer la excelente columna --¡Iglesias, vete ya!-- de mi compañero Eladio del Prado en Crónica Global, de la que suscribo incluso las comas. Es magnífica.
Yo me uno a su petición: Podemos debe salir de modo inaplazable, por el bien de todos, del Gobierno de España, tras asegurar un imprescindible pacto de estabilidad con Pablo Casado que garantice el resto de la legislatura. Nos lo estamos jugando todo, absolutamente todo. Ahora mismo la ciudadanía no está para bromas. Vete, Pablo Iglesias, y no vuelvas jamás.