Como insuperable representante del (seudo) socialismo catalán, Miquel Iceta se ha propulsado a declarar que no contempla ningún tipo de acuerdo electoral con Ciutadans (supongo que por el PP ni le preguntaron). Nos lo podemos tomar como una muestra más de buena fe propia de alguien que sigue creyendo en la tradicional pugna entre la izquierda y la derecha por el control de la sociedad o como una nueva prueba de que el PSC sigue sin entender cómo funcionan las cosas en la Cataluña actual. Somos muchos los que quisiéramos seguir creyendo en la dicotomía izquierda-derecha, la más razonable de cuantas existen, pero la situación catalana obliga a tener en cuenta cuál es el auténtico motivo de disputa en la comunidad: gracias a los nacionalistas, que nos han marcado la agenda a todos, la deseable confrontación entre la izquierda y la derecha se ha visto marginada por otra más absurda y anticuada, pero que aquí goza de un extraño auge, que es la lucha entre las fuerzas constitucionalistas y las separatistas. Ya hemos visto que las separatistas no se aclaran ni a la hora de enfocar el objetivo común, pero es evidente que a las constitucionalistas les ocurre lo mismo. Ese purismo a lo Iceta, ese “nosotros no queremos saber nada con la derechona”, no es de recibo en los tiempos que corren, propicios a la ingesta de sapos en vistas a la consecución de un objetivo compartido. Manuel Valls lo tiene claro, pero es el único y nadie le hace mucho caso. Si el mal llamado régimen del 78 aspira a sobrevivir (y con él los que lo defendemos), debe dejarse el purismo en casa y mostrarse dispuesto a pactar con partidos con los que comparte una determinada visión de las cosas. Y por mucho que le duela a Iceta, esos partidos son, hoy por hoy, Ciutadans y el PP.

Los separatistas han dividido a la sociedad catalana entre unionistas e independentistas. Alegrémonos, pues, de que los soberanistas no se pongan de acuerdo en nada, pero no les imitemos. Actualmente, en Cataluña, la batalla no se da, lamentablemente y como sería de desear, entre la izquierda y la derecha, sino entre los partidarios de la unidad de España y los exégetas de la disgregación. En ese sentido, afirmar, como hace el amigo Miquel, que no quiere saber nada con el partido de Inés Arrimadas --con el que su jefe en Madrid cada día se muestra más dispuesto a colaborar, por cierto-- resulta de un adanismo tan admirable como contraproducente. Los separatistas nos han obligado a enfocar la realidad desde una perspectiva de ellos y nosotros. Tiempo habrá (eso espero) de volver a la vieja y añorada pugna entre la izquierda y la derecha pero, de momento, lo que se impone es vencer a los lazis, y si para eso hay que pactar con Ciudadans y el PP (con Vox ni hablar, por supuesto), creo yo que habría que hacerlo.

Algo parecido es aplicable a nivel nacional (o estatal, que dicen los indepes). Ahí se ha quedado sola defendiendo la tesis de la unidad de las fuerzas constitucionales Cayetana Álvarez de Toledo, recientemente defenestrada de su cargo de portavoz en el Congreso por el aznarista Casado, que un día dice una cosa, al siguiente otra y al de más allá, vaya usted a saber. Si en Cataluña se impone la unidad entre contrarios para eliminar a los genuinos adversarios, en España sería muy bienvenida para librarse de Podemos y de los separatistas catalanes, colectivos ambos muy crecidos desde que (se supone) colaboran a la gobernabilidad de España.

Algunos defensores del régimen del 78 creemos que a éste le toca ponerse las pilas si quiere marginar, como se merecen, a los pabloides, los abascales y los separatistas. Se trata de convertirlos en irrelevantes a la hora de organizar el país, no de pactar con ellos para mantenerse en el cargo, como parece ser la única voluntad de Pedro Sánchez. A esta figura se la conoce como pacto de Estado, y si ha sido posible su concreción en Alemania y otros países, no sé por qué no habría de serlo en España, más allá de la existencia del célebre dicho “Tres españoles, cuatro opiniones”.

El mal llamado régimen del 78 se está jugando la vida, pero no parece consciente de ello.