Sueña con la Generalitat republicana, su Neopatria. Es hija estética de la Escuela Barbizón, próxima al impresionismo del pintor Joaquim Vayreda, descendiente de un conglomerado que ella considera deudor de la Cataluña independiente. El hilo de voz de Elisenda Paluzie llega nítido a su Compañía Almogávar, la ANC que, precisamente hoy domingo, tiene previsto tomar el centro de Barcelona para exigir un Govern soberanista y sectario.
La ANC participa ya del delito: sustituir una sociedad de ciudadanos por un Estado que reposará en bases pseudoétnicas. Paluzie cree que lo tiene cerca: “Después de la independencia de Escocia vendrá la catalana”. Ella sacrifica a sus muchachos en la calle a cambio de ganar la batalla de la opinión internacional, pero justamente, ocurre lo contrario: Puigdemont casi ha perdido la inmunidad del Parlamento Europeo, tras su reciente intervención ante una cámara vacía.
La marcha convocada para hoy trata de derribar muros simbólicos; otra cosa será lo que hagan después sus falanges urbanas, siempre atentas al bidón de gasolina. La ANC no hace distingos entre el servicio de orden de su concentración y los matones que arrasan la ciudad cuando cae la noche. Todo les parece causa de una misma rebelión, la que une a una juventud desencantada con el ansia de unos dirigentes dispuestos a ocupar el linaje del Principado al que ellos llaman República. Su númerus clausus es el punto de encuentro entre los que pusieron la autodeterminación en el centro del debate político y los que hoy persiguen la Utopía catalana, sede del crimen y la secesión, carcoma del Estado de derecho.
Paluzie y la ANC tomaron por asalto la Cámara de Comercio de Barcelona, pero ahora la corporación vive un reflujo tras la salida de Joan Canadell (número dos en la lista de JxCat); esta misma semana han tratado de conquistar Pimec sin conseguirlo. En la Cámara hace agua la presidenta sustituta, Mònica Roca, mientras que en Pimec, la ANC salió derrotada en las elecciones del pasado día 23. Paluzie dice: “Dame una imagen y sublevaré el mundo”. Y las instituciones económicas le responden: “Prívame de una imagen demagógica y no levantaré ni el dedo meñique”. Ahora, el silencio se cierne y la imagen se desvanece.
Elisenda nació en Barcelona, pero su referencia en la Cataluña interior es Olot, de donde procede, una galaxia familiar hecha de pedagogos, arquitectos, humanistas, economistas e incluso esperantistas. Entre las forjas del coup de fouet y bajo el Castillo de los Escubós, las guías olotinas conducen al Eixample Malagrida, una ciudad-jardín inglesa situada en los humedales de la comarca. Allí, de vez en cuando, recarga baterías la capitana; el ensalmo de la piedra alimenta los cuadernos docentes de su desempeño como profesora de Economía y Empresa de la UB, formada en Yale y en la London School. Se salió de ERC en la etapa del tripartit para evitar la cercanía del PSC; sus camaradas, Uriel Bertran y López Tena, el notario saguntino del “España nos roba”, hicieron voto de silencio. Pero ella no para de hablar.
A esta señora no le falta sello y le sobra desparpajo. Es más bien lenguaraz y melancólica; parece marcada a fuego por una devoción a medio camino entre el Gólgota de la patria y la Mare de Déu del Mont, el santuario de la Garrotxa que protegió la madurez de Jacinto Verdaguer, perseguido por practicar exorcismos. Su Cataluña, la misma de Puigdemont, Mas y Junqueras, consiste en cuatro santos montaraces que se repiten en todas las salsas, como la cebolla.
La trama civil del golpe pierde fuelle. Paluzie trata de mantener la tensión entre los partidos políticos y la calle, pero se ha encastillado. Los políticos son vulnerables a la crítica porque los ciudadanos les han confiado una misión a menudo irresoluble. La virtud de la democracia es su idilio con la incertidumbre. Sin embargo, las instituciones civiles no están sometidas al escrutinio de las urnas; sus consensos son internos, corporativos y a menudo opacos.
¿Dónde está la rendición de cuentas de Paluzie? Los numerosos rifirrafes de la capitana con sus militantes se resuelven en familia; los platos sucios de la ANC se lavan en casa. Cuanto más radicalizan su mensaje, más mediocres son los resultados. Sus proclamas caen ya en saco roto.