Sí, señoras y señores: por más que he intentado suavizar el título de este artículo, no lo he conseguido. Me he incorporado, sin necesidad de avaladores ni cuota de entrada, al club de los ciudadanos que están hasta los mismísimos. Los integrantes de esta peña son comerciantes catalanes con escaparates rotos y establecimientos saqueados; vecinos que contemplan impotentes como, sin ser la noche de San Juan, bajo su balcón arden contenedores, se destrozan marquesinas y se castiga el mobiliario urbano.  También son miembros de pleno derecho de este club multitud de Mossos d'Esquadra y policías locales que están hasta los mismísimos de ver como nadie defiende con valentía su abnegada labor.

Hay quien olvida que nuestras policías son democráticas, que actúan bajo el mando de jueces y gobiernos legítimos. Lo olvida el portavoz podemita, Pablo Echenique, cuando con una retórica demagógica propia de otras épocas, anima a los "jóvenes antifascistas" de la Puerta del Sol y Barcelona a luchar por la libertad de expresión. Lo ignora Rafael Ribó, el Síndic perpetuo, cuando quiere llevar el tema de Hasél a Europa y cierra los ojos ante el discurso del odio que destilan sus canciones.

Pero el premio gordo a los despropósitos se lo lleva la semicupaire Dolors Sabater cuando nos habla de un nuevo modelo policial y de la disolución de la BRIMO y la ARRO. El Señor nos coja confesados si por desgracia, personas como la exalcaldesa de Badalona, llegasen a ser consejeros de la Generalitat. La catástrofe total sería que la cartera de Interior recayera en manos de personas como ella.

Otros políticos más sibilinos prefieren votar resoluciones grandilocuentes acerca de las libertades de creación y expresión --cosa que me parece correcta--, pero en cambio no se esfuerzan en condenar sin ambages la violencia callejera. Eso no está de moda, hoy se lleva el postureo pijoprogre y el cinismo hierático, a lo Jaume Asens, para eludir condenar lo condenable. No en vano, desde Unidas Podemos, se afirma que “ el poder mediático pone el foco en los disturbios para que se deje de debatir el problema”. Quizás parte del problema sean ellos.

Así las cosas, tampoco es de recibo la actitud pusilánime y balbuceante del conseller de Interior, Miquel Sàmper, compareciendo en rueda de prensa para suplicar a los manifestantes que se comporten con civismo; mostrándose incapaz de advertir a los violentos acerca de las consecuencias de sus posibles desmanes. Cuando quien tiene que avalar la actuación de los Mossos d'Esquadra declina hacerlo, y amenaza con abrir una investigación por supuestas malas practicas, tenemos un problema. Patético el tema. Tan patético como comprobar que algunas entidades, generosamente subvencionadas por las administraciones, se prestan a condenar supuestos desmanes policiales y callan ante la violencia desatada por los profesionales de la agitación.

El broche de oro a tanta frivolidad lo puso la televisión publica catalana; dedicó medios y tiempo en el Telenotícies a glosar la figura de Pablo Hasél; intentó venderlo como el ultimo paladín del combate por la libertad de expresión. Fatal. TV3 obvió, como era de esperar, las circunstancias que envuelven el caso y el contenido agresivo del los mensajes del rapero encarcelado.

Y sí, amigos, un buen numero de ciudadanos de distintas ideologías, gustos y aficiones estamos hasta los mismísimos de ver campar a sus anchas por nuestras calles el vandalismo disfrazado de política. Cualquier día ocurrirá una desgracia y luego todo serán lamentaciones. Lo sucedido en Vic pone de manifiesto las insuficiencias de algunas comisarías de los Mossos d'Esquadra, su vulnerabilidad y la inexistencia de material y preparación para hacer frente a circunstancias como las acaecidas en la capital de Osona.

Quizás ha llegado el momento de revisar y actualizar los protocolos de orden público; quizás sí, pero también para dotar a las fuerzas de seguridad de instrumentos suficientes para desarrollar su labor con eficacia. A los vándalos que portan barras de hierro y líquido inflamable no se les puede hacer frente, como pretenden algunos, con tirachinas y repelente de mosquitos. Pero sobre todo urge recuperar el principio de autoridad y de respeto a los servidores públicos. De no ser así, la decadencia cederá el paso al caos.