El título de este artículo lo tenía ya decidido desde la noche electoral. Ese día escribí la Carta del Domingo, que se publicó en tres diarios digitales, la Revista Digital del Vallès, en el Vallès Oriental; la Revista de la Cataluña central y la Revista del Maresme, de Mataró. Señalaba en la carta que, al margen del resultado que pudiera surgir, el sueño de los independentistas --mi pesadilla-- no se iba a cumplir. 

Pero por una vez estoy de acuerdo con la histriónica Pilar Rahola, que llegó a admitir que le temblaban las piernas al ver que el socialista Salvador Illa era el más votado, con 45.000 votos de diferencia sobre Esquerra Republicana. Me gustó que lo dijera, porque se le escapó la verdad, que en política, pese a todo, también existe. 

Está claro que en el día de los Enamorados solo triunfó el 43% de los catalanes que no fueron a votar. En las elecciones de 2017 votó más del 80% de los electores. La pandemia tuvo mucho que ver en esa poca participación del pasado domingo. Pero más de 700.000 'estelados' no fueron a votar, pese a que 300.000 electores lo habían hecho por correo. Los bloques no se han movido apenas, por lo que, a corto plazo, se trata de un callejón sin salida. Los separatistas fueron más a votar, por una causa "patriótica", como señalaba una señora en la 'nostra' de TV3. La abstención en el Barcelonès, que se inclina más por el PSC, fue mayor que en el resto de Cataluña. En todo caso, el PSC ha perdido un alma, la nacionalista que encarnaba Ernest Maragall.

Es cierto que la mayoría del Parlament es independentista, aunque ha logrado un poco más del 50% de los votos, pero solo el 27% del censo, algo que no pueden olvidar. El voto en Barcelona, debemos recordar, es más caro que en Lleida, Girona y Tarragona, porque la Convergència de Jordi Pujol no quiso cambiar la ley electoral, cosa que sí ha hecho el resto de autonomías. 

La estrategia de Vox, Ciudadanos y PP, basada en señalar que el voto al socialista Salvador Illa iba a servir para constituir un nuevo tripartito, como ocurrió en la primera década del siglo XXI, fue equivocada. Sabían los tres partidos que era una mentira. Y han desaparecido los neoconvergentes de Àngels Chacón, el PDECat, un partido al que ha votado el delfín de Jordi Pujol, Artur Mas, que cambió la estrategia de la 'puta i la ramoneta' de CDC por una más radical que la de ERC. Por eso, la CUP dio su visto bueno a Carles Puigdemont, el fugado de Waterloo, y lo apoyó tras el paso al lado de Mas. Illa dejó claro que no iría de la mano de ERC, antes de que los independentistas firmaran el documento para vetar a los socialistas, como si fuera un cordón sanitario frente a Vox. 

Por tanto, estamos bloqueados, como hace un siglo (1921), cuando el pensador José Ortega y Gasset escribió en su obra España invertebrada, --la mejor obra que se ha escrito sobre España-- aquello de 'un proyecto sugestivo de vida en común'. La frase es tan exacta como las matemáticas. El maestro defendió en 1932, desde el atril de las Cortes, el Estatut de autonomía, porque amaba a Cataluña. 

Cataluña está bloqueada 'ad aeternum'.