Cuando escribo esto no conozco todavía el resultado de las elecciones catalanas, pero me barrunto lo peor desde que supe que el viernes, en vísperas de los comicios, empezó el Año del Buey. Haya ganado quien haya ganado, nos esperan unos meses de trabajo ímprobo, como corresponde a tan sumiso y laborioso bovino. Ciertamente, pocos animales caracterizan mejor a los catalanes que el buey, ya saben los chinos lo que se hacen, poniéndolo justo antes de nuestras elecciones. Y no sólo por nuestra fama de trabajadores, de la que me excluyo, sino porque los catalanes llevamos años habiendo perdido incluso las ganas de reír, exactamente como los bueyes, a ninguno de cuya especie se ha visto jamás sonreír, no digamos ya estallar en carcajadas. Eso, las hienas, que tampoco son mal animal para equiparar a algunos catalanes que nos han estado gobernando, dicho sea de paso.
No pretendo decir con tal comparación zoológica que a los catalanes se nos vaya a castrar, o eso espero por lo menos, sino que nos aguardan largos meses de tirar del arado, sin prisa pero sin pausa, arriba y abajo, deteniéndonos sólo lo justo para reponer fuerzas. Tras unos cuantos años colocando la carreta de la independencia por delante de los bueyes del trabajo diario, ha llegado la hora de ponernos al día y trabajar, y trabajar, y trabajar, como cantaba María Ostiz. Y como los bueyes. Me refiero a que trabajan, no a que canten. Por si no era suficiente que el burro catalán se hubiera convertido en nuestro signo de identidad --a la manera del toro en España--, que maldito el publicista que tuvo tal idea, llegan los chinos y nos sitúan otra bestia de carga justo antes de que vayamos a votar. Uno no entiende mucho de calendarios chinos, pero apostaría que si el nuevo año del animal que sea, coincide con la constitución de un nuevo Parlamento, se produce ahí una conjunción temporal-astral que provoca que de dicha Cámara legislativa no salgan más que normas destinadas a asemejar a los ciudadanos con dicho animal. O sea, encaminadas a hacernos trabajar como burros, digo como bueyes, sacando de ello lo justo para subsistir. Mal se presenta la legislatura, como si lo viera. Y eso que ignoro quien venció en las elecciones.
No debe ser casual que el apellido catalán Bou sea mucho más corriente que su correspondiente en castellano, Buey, del que no conozco ni siquiera un usuario. Los chinos deben saberlo, de ahí que nos agasajen con el año de este bicho en fecha tan señalada como nuestras elecciones. No lejos de China, en Japón, pastan los bueyes de Kobe, que dan la mejor carne del mundo, así que debe de ser todo un honor que los chinos nos tengan a los catalanes por bueyes. Siempre y cuando no nos peguen dentellada.
El hecho de que el buey luzca una potente cornamenta no debe llevarnos a pensar que nos esperan a los catalanes cuatro años de conflictos e infidelidades conyugales, eso sería una explicación demasiado simplista del nuevo año chino, aunque por supuesto no deben descartarse en casos puntuales, pero eso ya corresponde a la intimidad de cada pareja y no corresponde aquí tratarlo. No, la cornamenta del Año del Buey se refiere sin duda a la clásica expresión catalana “cornuts i pagar el beure” (“encima de puta, poner la cama”, sería su versión castellana), de lo que se deduce que los sufridos ciudadanos vamos a continuar pagando los desmanes de la clase política que nos ha tocado en suerte, da igual quién presida la Generalitat. Llevamos ya unas cuantas legislaturas de “cornuts i pagar el beure”, pero lejos de poner fin a la situación, el Año del Buey parece indicar que así vamos a seguir. Tampoco es tan grave, los catalanes somos capaces de soportarlo todo si nuestros amos logran acostumbrarnos a ello. Como los bueyes, vamos.