Los nacionalismos son necrófilos. Aquel militante que se sacrifica por salvar a su nación de un ataque, por imaginario que sea, es alabado en panegíricos y elevado a los altares. Aquel delincuente --asesino o no-- que entrega su libertad en beneficio de su patria es recibido a la salida de la cárcel en loor de la fanática multitud. Fidel Castro contrapuso los dos términos con su famoso grito ¡Patria o muerte! La disyuntiva que a pulmón abierto gritan los nacionalistas cubanos y sus admiradores puede denotar diferencia, pero también equivalencia. Aunque el lema, tal y como se declama, parece responder más a la típica bravuconería amenazante de cualquier nacionalista: estás con nosotros o desapareces, física o civilmente.
El nacionalismo español también tiene en su haber otro necrófilo grito. ¡Viva la muerte! es la expresión más recordada de Millán Astray. Para Rafael Núñez Florencio, esa mística fascista de lo macabro no fue una excepción legionaria, sino que tuvo una abrumadora presencia en la cultura y política españolas del siglo XX, antes, durante y después de la Guerra Civil. Además de la necrofilia franquista, los vivas a la muerte también fueron republicanos. Un ejemplo fue la facilidad con la que Lluís Companys firmó miles de sentencia de muerte, aunque para no cansarse con tanto garabato asesino mandó hacer un sello con su nombre. ¿Horror o humor negro?
Hasta el retorno de ERC al poder de la Generalitat, con el inefable Carod-Rovira al frente, el culto público a la muerte de ese partido se reducía a ofrendas, cada 15 de octubre en el paredón del castillo de Montjüic donde fue fusilado el citado Companys o cada 11 se septiembre ante la estatua de Casanova. En los últimos años esa necrofilia republicanista ha perdido la vergüenza y se ha volcado en vítores y aplausos a los herederos políticos del terrorismo etarra. La participación en los mítines de ERC de Otegi simboliza muy bien que matar no es suficiente, que es necesaria una política de la muerte. La fugada Marta Rovira fue quien negoció en Ginebra con el líder batasuno las estrategias comunes de sus formaciones, como años atrás lo hicieron Carod y Ternera, antes de que ETA dejara de matar. No ha de extrañar que para ellos Otegui, con su estética tan funeraria, sea un tipo del que “tenemos mucho que aprender y que nos da lecciones de lucha y combate” o, dicho de otro modo, les ha enseñado cómo se pasa del tiro en la nuca a la mesa de negociación con la amenaza de soltar a la muerte contenida. Otra versión del grito ¡Patria o muerte!
¿Qué significan los puños levantados y cerrados de Junqueras y Otegi? ¿Acaso esconden una simbólica bala? O ¿guardan la llave del cuarto donde retienen a sus violentos? Sus puños en alto no corresponden al histórico e internacional movimiento obrero. Disfrazados de izquierdosos, sus discursos rezuman populismo y amenazas de muerte civil a quienes discrepen de su única e innegociable idea de Nación y Pueblo. Los nacionalismos republicanistas son un cóctel macabro de autoritarismo de la voluntad general y lirismo revolucionario. Mao lo resumió muy bien cuando presentó la Constitución de 1949 de la nueva República Popular China: “El poder político del pueblo exige fortalecer el aparato del Estado del pueblo, que se refiere primariamente al ejército del pueblo, la policía del pueblo y los tribunales del pueblo, para defensa de la nación y para proteger los intereses del pueblo”.
En el camino hacia esas repúblicas “populares”, la muerte de la intelectualidad traidora --como gritó Millán Astray a Unamuno-- ha de ser el primer objetivo. Los nacionalismos vasco y catalán llevan años ejecutando una purga lenta pero constante del pensamiento crítico con la difusión e implantación de sus catecismos. El previsible éxito electoral de ERC o de JxC, el ascenso de la CUP o la irrupción de VOX --como respuesta pendular-- es la constatación del triunfo de los ultras y de sus respectivos dogmas nacionales y, por tanto, del fracaso de la libertad de pensamiento y decisión, signos que delatan la anormalidad democrática y la acelerada decadencia de nuestra sociedad occidental.