El TSJC ha dejado claro que el 14 de febrero volveremos --coincidiendo con los peores vaticinios que apuntan a que con el ritmo actual el virus causará estragos en esas fechas-- a las urnas. La campaña electoral, virtual y desangelada, ya ha arrancado. De nada han servido las recomendaciones hechas desde Bruselas, desde la OMS, y desde el ámbito médico y hospitalario reclamando un endurecimiento de las medidas antes de que la situación se torne irreversible. Camino de eso vamos, a razón de 500 muertos y 40.000 contagios al día. Pero son demasiados los intereses políticos en juego. Y el sondeo demoscópico publicado días atrás por el CIS, otorgando a Salvador Illa y al PSC la victoria en los comicios catalanes, ha pesado lo suyo a la hora de dar el disparo de salida a una campaña que al nacionalismo le convenía posponer unos meses.
En la Moncloa tienen muy claro que el día 14 habrá elecciones en Cataluña, porque de existir dudas al respecto no se hubiera procedido al traspaso de carteras ministeriales, habida cuenta de que desde el momento en que Salvador Illa cede el testigo a Carolina Darias --que ya ha jurado “disfrutar” del cargo y no variar la línea de trabajo marcada por su antecesor--, el presidenciable catalán deja de estar aforado, y en ese impasse, a la “intemperie”, bien pudiera ser objeto de denuncias y querellas judiciales de todo tipo. A miles de ciudadanos que consideran desastrosa su gestión, el hecho de llamarse Salvador, ser el máximo responsable de Sanidad, y marcharse dejando 80.000 muertos sobre la mesa en el momento más crítico, se les antoja el non plus ultra del humor negro, la desvergüenza y el cinismo. Pero ese es otro asunto.
Serán éstas unas elecciones extrañas, celebradas en un ambiente anómalo. La abstención parece inevitable, y quizás sea alta, o muy alta, entre el segmento de mayor edad de la población. Incluso el voto por correo resulta complicado. Cualquiera puede recoger los impresos y rellenarlos, pero para validar el voto el interesado debe personarse en las oficinas acreditando su identidad. No me imagino a octogenarios con problemas de salud o de movilidad pasando por ese trance. También detecto desencanto generalizado en amplias capas de votantes, independentistas y constitucionalistas. Todo lo que estamos viviendo --confinamiento, agotamiento psicológico, paro, tremendos problemas económicos, pérdida absoluta de confianza en la política-- pesa mucho en el ánimo. Ya veremos, aunque puede haber sorpresas en ese sentido. La entrada en “liza” electoral de los políticos presos, a los que la Generalitat ha puesto de patitas en la calle sin que ni en Madrid ni en la Fiscalía se hayan atrevido a “toser”, caldeará a buen seguro el ambiente general.
El sondeo del CIS, como cualquier sondeo, no es determinante, pero apunta a que la victoria en los comicios se dirimirá entre el PSC y ERC. Los primeros, gracias al “efecto Illa”, crecerían desde los 17 escaños de 2017 hasta una horquilla, alta y baja, de 30/35 escaños. Los de Fray Oriol Junqueras, por su parte, mantendrían el tipo con respecto a las pasadas elecciones (32 escaños), situándose en una horquilla de 31/32. Los juramentados de JxCat y su contundente candidata, Laura Borrás, bajarían de 34 a una previsión de 20/27. El PDECat ni aparece en el sondeo como fuerza con representación en el Parlament. Votos tirados, en detrimento, principalmente, del tándem Carles Puigdemont-Borràs.
La incoherencia del sondeo del CIS se evidencia cuando se intenta comprender el resultado que le otorga a ECP (En Comú Podem; los podemitas de Ada Colau), que crece, pese al descrédito y tremendo desplome a nivel nacional de la formación morada y su pésima gestión en Cataluña, desde los ocho parlamentarios de 2017 a una horquilla de 9/12, y también a los «xiquets unabombers» de la CUP, que pasarían de cuatro escaños a un resultado de... ¡entre 8/11! ¿De dónde salen esos votos? Imposible. La CUP sólo se puede alimentar de transfusiones de sangre del nacionalismo radical de ultraizquierda --y el nacionalismo es de ultraderecha y muy fascista--. Y ni en sueños los «podemitas» de Jéssica Albiach van a medrar a costa de un PSC en horas altas, y aún mucho menos de los votos de los Ciudadanos de Carlos Carrizosa e Inés Arrimadas, por mucho que la formación naranja llegue a desplomarse tal y como augura el sondeo.
De la caída libre de Ciudadanos, pasando de 36 escaños a 13/15, caída que es inevitable --y me atrevería a decir, aunque me duela y mucho, lógica, tras los tremendos errores cometidos— se beneficiará el PP de Alejandro Fernández, que pasaría de cuatro a siete escaños, y principalmente Vox, que entraría con unos 6/10 asientos en la cámara catalana; también, por el tirón del “voto útil”, pero en menor medida, el PSC. Un trasvase significativo de papeletas de Ciudadanos a ECP es, literalmente, imposible.
Así que la foto finish del día 14 nos llevará, según el CIS, a un escenario de ajustada victoria por parte del PSC o de ERC. Pero si hacemos caso al sondeo del CEO (Centro de Estudios de Opinión) de la Generalitat de Cataluña, será ERC la ganadora, seguida de JxCat --35 y 34 diputados, respectivamente, en la horquilla alta-- y con el PSC en tercera posición (26/29 escaños). El escenario del CEO catalán es, aunque de muy mala digestión, y claramente condicionado por la mano negra del prófugo de Waterloo, ligeramente más realista que las especulaciones de Tezanos.
Sea como sea, si ERC puede formar Govern, de alzarse con la victoria, lo hará con JxCat, sus muy “amados” enemigos. Y con el apoyo, de ser preciso, de la CUP, hijos espurios de ambas formaciones. El independentismo, sea de «vía ancha» y pragmática, o partidario de la ecpirosis más incendiaria y expeditiva, solo es feliz en ámbito endogámico, por mucha hemofilia que pueda suponer la consanguineidad.
Otro asunto sería que unos malos resultados de JxCat los relegaran a la tercera o cuarta posición y el independentismo no sumara ese mínimo requerido de 68 escaños. En tal caso tendríamos tripartito a la vista, con ERC o con el PSC a la cabeza. Y con los Comunes en el triunvirato, porque como bien apuntó Jéssica Albiach: «Esto no va a ser cosa de dos (partidos)...».
Harina de otro costal sería que Illa y el PSC se hicieran con una bolsa de votos comparable a la obtenida por Ciudadanos en 2017. Cabría entonces preguntarse con quién intentarían pactar. Illa no deja de repetir hasta la saciedad que el PSC no formará ni apoyará "ningún gobierno independentista" tras el 14F. Pero las palabras de Illa tienen el mismo valor que las de Pedro Sánchez. Ninguno. El PSC renunció hace muchos años a ser parte de la “solución” catalana para convertirse en mamporreros o tontos útiles del nacionalismo. Es un partido sin crédito a los ojos del constitucionalismo. Jamás ha plantado cara a la arbitrariedad, al totalitarismo; jamás ha presionado para que se cumplan las resoluciones judiciales en temas de lengua y convivencia. Todo lo contrario. La hemeroteca es su principal enemigo y le retrata. Recordaba Alejandro Fernández que Illa, amable y pausado, le hizo una verónica torera cuando él le propuso una entente cordial que asegurara la gobernanza en los consistorios de Badalona y Castelldefels con mayoría del PP. Y es que hay mucho concejal, mucho regidor, mucho alcalde del PSC viviendo de la ubre pública. Y fuera del cinturón industrial barcelonés, en la Tractoria profunda, barretinera e hispanofóbica, o te humillas y pactas con ERC y el 'Derecho a Decidir' o no te comes una rosca. De ahí que Miquel Iceta, político mediocre pero no tonto, lograra echar cuentas y divisar al menos ocho naciones en lontananza. La política es el hábitat perfecto de los parásitos.
La pregunta que preside en forma de titular esta columna, y que replica la aseveración o eslogan electoral acuñado por Pedro Sánchez --”Salvador Illa es el hombre que Cataluña necesita”-- es difícil de contestar. Sería más fácil dar respuesta si la modificáramos ligeramente, trocándola en “¿Sería Salvador Illa un buen Presidente de la Generalitat?” Pues depende... Y ya no tanto de él como de sus compañeros de viaje.
Un Salvador Illa al frente de la Generalitat, apoyado por Ciudadanos y por el PP ---ya sé que eso es mucho soñar, pero es gratis..-- podría inaugurar una nueva etapa en Cataluña, destinada a recoser su tejido social, hecho trizas, y a recuperar su perdida pujanza económica y prestigio, reducido a cenizas. Pero de ser el pacto de gobierno con ERC y con los Comunes, solo estaríamos replicando, a nivel autonómico, el vergonzoso desastre nacional y el triste espectáculo que día a día observamos en el Gobierno de España.
Difícilmente la imagen, las formas y el proceder de Salvador Illa --hombre pausado y poco amigo de exabruptos y aspavientos-- sería peor que el de los tres pirómanos que le han precedido en el cargo, pero él se vería, indefectiblemente, prisionero, en términos de estabilidad y capacidad de maniobra, de formaciones cuyo mayor mérito ha sido contribuir a convertir Cataluña en el erial que ahora mismo es.