Era una sesión doble de tarde en el cine del barrio. La primera película que echaban se llamaba Una noche en la Ópera y era de los Hermanos Marx. “Ufff” --pensamos los niños de entonces-- “otro viejo tostón en blanco y negro”. Sin embargo, cuando Harpo Marx puso su bota en la bandeja de la camarera, porque en el caótico camarote del barco ya no cabía ni el puro de Groucho, el cine estalló en una carcajada colectiva. Perdidos en medio del Atlántico, los pasajeros se peleaban por entrar y los comandantes daban órdenes que nadie cumplía. El Govern de Cataluña se ha convertido en el camarote de los hermanos “indepes”. Pero su desgobierno ya no divierte a nadie.
Los que se sientan juntos en la mesa del capitán del barco catalán, los socios, se critican y molestan, no saben cómo convivir, pero parecen condenados a dormir juntos. Lamentablemente, el desorden y la falta de dirección ha contagiado a un Parlament fragmentado, prácticamente inoperante. Los ciudadanos asisten asombrados a las diversas ocurrencias e intentan mantener la cordura en medio de la pandemia y la crisis. Abren sus negocios --incluso se aprenden los variantes y absurdos horarios--, curan a sus pacientes, van a la oficina, enseñan en los colegios, teletrabajan y renegocian sus Erte.
Hace tiempo que el Parlament de Cataluña ha dejado de tener peso legislativo. Y tres años, desde 2017, que no hay Govern ni proyecto de gobierno. Sólo tácticas para ir tirando o seguir mandando sin tener en cuenta a la mitad del pasaje, a los electores que no comulgan con la independencia y, menos aún, con la unilateralidad de las decisiones.
El decreto para anular la convocatoria del 14F, y pasarla a mayo o a cuando les vaya mejor, parece una propuesta del propio Groucho Marx. Es un decreto para contrarrestar el exagerado “efecto Illa” e impedir que les saquen del camarote, que les obliguen a mezclarse con el resto del pasaje.
El resultado es una chapuza jurídica. ¿Fondo argumental? Tan profundo como el de aquel contrato de Groucho que decía: “La parte contratante de la primera parte, será considerada como la parte contratante de la primera parte”. El Tribunal ha decidido que, provisionalmente, sigue adelante la convocatoria.
Fracasado el primer intento, el Govern argumenta que no tiene tiempo de organizar las elecciones con suficientes garantías sanitarias. ¿Tiempo? Olvidan que las anunciaron hace un año. “Ningún Gobierno puede funcionar sin unidad entre los socios”, advirtió el ex presidente Quim Torra el 29 de enero de 2020, añadiendo que la legislatura “no tiene más recorrido”. ¿Qué han estado haciendo desde entonces?
EEUU y Portugal, acaban de realizar sus Presidenciales, con todas las medidas de seguridad necesarias. El primer ministro luso, Antonio Costa, dijo el pasado domingo: “Estamos en un momento gravísimo de la pandemia, pero se ha hecho todo para que la gente pueda ejercer su derecho de voto”. Han reelegido por mayoría absoluta, con su endémica alta abstención, al presidente Marcelo Rebelo de Sousa. En EEUU fue a votar más gente que en ninguna cita anterior.
¿Cuánto tardamos en votar con mascarilla y manteniendo las distancias? Entre veinte minutos y media hora de un solo día de febrero. Menos si una parte de la población vota por correo y se establecen turnos en los múltiples colegios y mesas. Estamos más expuestos al virus mientras compramos en el hiper o viajamos en un vagón de metro o autobús.
El miedo cerval a que el socialista Salvador Illa gane en los comicios, quitándoles votos a otros partidos, ha contagiado a gran parte del Parlament. ¿Desde cuándo las encuestas dictan el momento en que podemos/debemos votar? Se vota cuando se cumple el plazo electoral o cuando el Gobierno no tiene capacidad de seguir gobernando.
No deja de ser absurda la importancia dada a las últimas encuestas. Los datos reflejan el deseo creciente de votar a alguien como Salvador Illa, un socialdemócrata que ni insulta ni excluye; pero seamos realistas, los datos del CIS muestran un 40% de indecisos. Son muchos. Y los pactos, tras tantos años de descalificaciones, no van a ser sencillos. Hasta se ha demonizado una de las bases de la democracia parlamentaria: la negociación y el diálogo entre diferentes.
Los independentistas o nacionalistas convencidos seguirán eligiendo a los suyos. Mientras, los catalanes hartos y desilusionados se quedarán en casa o se decantarán por los extremos. Otros (no sabemos cuántos) escogerán vaciar esos pequeños camarotes viciados de puros enmohecidos. Votarán para que se deje de dividir Cataluña, acabe el clientelismo, vuelvan las empresas y se instauren políticas sociales efectivas. Para que corra el aire en el barco.