Dice el refrán que no se puede estar a la vez en misa y repicando, pero Pablo Iglesias parece empeñado en demostrar lo contrario: en su caso, que se puede estar al mismo tiempo en el gobierno y en la oposición. Cualquier político es consciente de que no se puede gobernar e ir de insumiso a la vez, pero es que Pablo Iglesias no es exactamente un político, aunque lo aparente, así que cualquier cargo le va grande, sobre todo si ese cargo es el de vicepresidente de la nación. Las broncas que se ha llevado desde que tuvo la brillante idea de comparar al fugado Puigdemont con los exiliados republicanos de la guerra civil se las ha ganado a pulso, aunque todos sepamos que Puchi se la suda y tan solo lo utiliza para congraciarse con esos separatistas catalanes que, en su mente enferma, le van a ayudar a presidir la Tercera República Española. Algo le habrán insinuado en esa dirección los componentes del reputado dúo peronista Asens & Pisarello, a los que en tan alta estima parece tener. Y él les hace caso y se compadece del majareta de Puchi porque, insisto, no es un político, sino muchas otras cosas, ninguna de ellas especialmente digna de aplauso: un vicepresidente que se tome en serio su cargo no puede estar permanentemente haciendo la puñeta a su presidente, por mucho que a este se la traiga al pairo todo lo que no guarde una relación directa con el usufructo del sillón presidencial. A este paso, Sánchez e Iglesias acabarán mal y el primero se dará cuenta de que, efectivamente, con el del moño al lado no hay quien duerma tranquilo, que es lo que decía hace tiempo. De hecho, si Sánchez aguanta a Iglesias es porque no sabe por quién reemplazarlo, pero no tengo la menor duda de que si se le presenta la ocasión de cambiar de socio, la aprovechará y el del moño aparecerá apuñalado por la espalda en un pasillo de la Moncloa o flotando en la piscina del chalé de Galapagar, como William Holden en Sunset Boulevard, película de Billy Wilder que Iglesias no debe haber visto porque está muy ocupado revisando compulsivamente Juego de Tronos, que es la escuela en que aprendió a aparentar que es un político.

Pero Iglesias no es un político. Iglesias es un agitador, un tertuliano, un profesorcillo de universidad muy eficaz a la hora de organizar escraches a visitantes supuestamente fascistas, un bolchevique de estar por casa, un seudo macho alfa disfrazado de feminista, un demagogo y un usuario de la política con fines de escalada social. Si realmente fuese esa amenaza para el sistema que dice ser, ningún banco le habría concedido una hipoteca para que se comprara ese horrendo chalé en las afueras de Madrid. Iglesias es un actor solvente que interpreta el papel de némesis del capitalismo, de hombre del saco del sistema que gusta de hacer como que conspira contra la monarquía o que considera la demencia procesista como un desahogo inofensivo al que no hay que dar demasiada importancia: lo grave es el ataque de los Búfalos Mojados al Capitolio, pero lo de Puchi y los suyos no es más que libertad de expresión (yo diría que ese concepto proviene directamente del ínclito Asens).

Y si Iglesias no es un político, ¿qué es, además de los temas ya apuntados? Pues yo diría que, básicamente, Iglesias es un farsante y un oportunista que acabará desapareciendo, tarde o temprano, de la realidad social española. También Sánchez es un farsante y un oportunista, pero algo más listo que su vicepresidente. El PSOE le sobrevivirá, pero no sé si se puede decir lo mismo de Podemos, que Iglesias se ha encargado de convertir en un partido caudillista en el que cualquiera que disienta de sus opiniones es purgado convenientemente o basureado hasta que se rinde y se larga. Su tono de cacique (ministerio para la parienta, carguitos para los esbirros) contribuye a la impresión que uno tiene de que es un actor convincente, pero que representa una obra de otro tiempo y otro lugar: igual podría haber sido un exitoso dictador sudamericano en los años 40 o 50 del siglo XX, pero en la España del XXI está condenado a montar numeritos que, en el fondo, nadie se toma en serio y a considerar un futuro que no va más allá de participar en algún reality show de Tele 5. Además de Sunset Boulevard, creo que debería ver el clásico de Humphrey Bogart Más dura será la caída.