Se veía venir. Carles Puigdemont decidió darle un toque personal, un perfume casi íntimo, a la candidatura de Junts per Catalunya. Las notas de salida de la nueva fragancia, que manoseaban Canadell y Laura Borràs, no le gustaban. No eran de gardenia, rosa o bergamota al gusto sentimental del catalán teleprocesado. Nada de eso, sino todo lo contrario. El olfato del ex presidente, tras la vaporización, detectó un punto de óxido, de ámbar con fósil, de alcanfor, y decidió inyectar al producto unas gotitas de l’Air du Waterloo. Sí, de una esencia elaborada en tierras valonas ideal para combatir la distracción y el posible olvido de su aura presidencial. Cuentan algunos de los afectos al experimento de Junts --sobre todo los despechados por el resultado de las primarias-- que el de Amer ha decidido convertirse en el señuelo oloroso del pastel preparado para el 14F. Carles Puigdemont, tras contemplar horrorizado la composición del equipo confeccionado en su nombre, decidió transformarse en aroma embriagador para indecisos y tibios. Por cierto, una candidatura con tanto personaje ‘singular’ la suya, que deviene casi imposible hallar un hilo conductor coherente en lo político-ideológico. Observen ustedes cómo en las declaraciones públicas de sus integrantes, más allá del gastado discurso ‘legitimista’, o de las invocaciones a la ‘confrontación inteligente’, no hay nada, son un desierto de ideas.
Pero lo más relevante del tema no es la idoneidad o la calidad individual de los miembros de la candidatura --que también-- sino el engendro en que se ha convertido la opción política de Junts: un artefacto cesarista. A partir de una retórica de contenido emocional, Puigdemont ha pergeñado un movimiento político, vinculado a su persona, basado en un supuesto ‘mandato popular’. Dejó escrito George Sorel, que los mitos y las teologías se construyen a partir de imágenes ‘cálidamente coloreadas’ con capacidad de crear estados de ánimo épicos. Y, visto lo visto, creo que en eso se están aplicando los correligionarios del cesarillo de Waterloo. A fin de cuentas, a los de JuntsxCat, les importa poco carecer de programa político y discurso; ya saben ustedes que para los nacional populistas el pueblo es un sujeto histórico homogéneo dispuesto a plantar cara a cualquier enemigo que profese ideas foráneas a la ‘esencia’ del país. Lo importante para ellos es el movimiento en sí mismo que les permite perpetuarse, alimentarse de una retórica que no exige ideología.
Algunos analistas han trazado un cierto paralelismo entre la práctica política de los seguidores de Puigdemont y el peor peronismo. Algo de ello hay, pero más ilustrativa me parece la definición que utiliza Jean Touchard, en su Historia de las ideas políticas, cuando define el peronismo como ”un nacionalismo popular y fácilmente demagógico, con pretensiones autárquicas”. La identificación del líder con los deseos del pueblo, la loa de la desobediencia, el desprecio a la ley y la descalificación de adversarios y discrepantes, son puntos inherentes a los nacional-populistas tanto pretéritos como actuales. Pero el esperpento cobra dimensiones exageradas cuando oímos en boca de personajes prehistóricos adscritos a las filas de JxCat, como Ferran Mascarell o Agustí Colomines, afirmar que los partidos son caducos, que conviene romper con la ‘vieja política’ y que la independencia espera a la vuelta de la esquina.
Carles Puigdemont por mucho ‘Air du Waterloo’ que le eche a su movimiento no conseguirá, jamás, tapar el tufillo nacional populista que segrega la actividad política y el discurso de sus seguidores. Y sí, amigos, el 14 de febrero no sólo está en juego el futuro inmediato de Cataluña, sino también quién sale vencedor del combate por lograr la hegemonía en el campo del independentismo. Si bien es verdad que ERC ha optado por una vía gradualista, a la espera de tiempos mejores, no es menos cierto que los de JxCat han echado mano del kit de supervivencia. Un kit que contiene un pequeño frasquito de l’Air du Waterloo que, una vez usado, nadie garantiza ni su aroma ni su permanencia. Cataluña necesita limpieza y aire fresco. Ocultar los efluvios desagradables del ‘procés’ con perfumes de buhonero no sirve de nada.