La vía tacticista de Pedro Sánchez ha ido evolucionando hasta convertirse en la médula de una forma personalizada de poder. En primer lugar, no es difícil percibir que ya llevamos un tiempo en la zona Ikea de un nuevo PSOE. El tránsito entre las noches de insomnio que podía provocar coaligarse con Podemos a tener a Pablo Iglesias como vicepresidente se suma al trato solícito con grupos como Bildu o ERC, de forma tan incestuosa que provoca arcadas --algún barón socialista toma eméticos para el caso--- en lo que se llama vieja guardia del PSOE. Incluso Felipe González y Alfonso Guerra han sido lo suficientemente expresivos, a pesar del temor ancestral a la división que preserva al PSOE desde sus crisis de los treinta y que, con la transición, le impulsó a lograr la agregación de otras formaciones socialistas --incluso a su odiado Tierno Galván--, pero lo que ahora cuenta es la mutación que comienza con Zapatero, defensor de una vía venezolana hacia la nada, mientras que Felipe González ha defendido a los opositores al chavismo. Compárense los fuegos de artificio de Iván Redondo con la solidez estratégica de José Enrique Serrano en sus años de Moncloa.
No es una paradoja que el sanchismo troncal se defina por la ausencia de células madre. Ni es ya una sorpresa hasta que punto ha convertido la falta de fluidez parlamentaria creíble en una ventaja. Quién sabe hasta qué punto Sánchez se ve capaz de neutralizar a Podemos, aunque por ahora Pablo Iglesias no pierda ninguna ocasión para torpedear al gobierno del que forma parte. En días prenavideños e intensamente pandémicos, es detectable que no pasa día sin que Pablo Iglesias amague con iniciativas que son, como mínimo, perjudiciales, para el margen de presencia digna de crédito y respeto que España ha de tener en un momento tan decisivo para la Unión Europea. Con Podemos en el recinto gubernamental, es como si el PSOE estuviese ensayando un Bad Godesberg al revés o reconducir en sentido contrario el referéndum de la OTAN.
Convocadas ya las elecciones catalanas, las dosis de fantaseo del sanchismo seguramente irán a más, como el vuelo de un Peter Pan que arrastra nebulosamente al PSC y le da confianza a ERC a la espera de que se mantenga como apoyo parlamentario a cambio de añadir ambigüedad al dogma unilateral, sin alterar ni el sectarismo cutre de TV3 ni una inmersión lingüística que ahora tiene el plácet explícito de la Ley Celáa. Con Pedro Sánchez, la fisonomía del PSOE quedará del todo pixelada, ajena a eso tan real y entrañable como es esperar que el premio Gordo de Navidad nos solucione la vida.