Que hoy TV3 y Catalunya Radio son los voceros del nacionalindependentismo ya no lo pone en duda casi nadie. Incluso hay quien encuentra lógico y natural que así sea, lo justifica y hace de ello dogma de fe. ¿No me creen? Repasen la última aparición del director de TV3 en el programa Planta Baixa y lo comprobarán. Verán, y oirán, al incombustible Vicent Sanchis, afirmar que el modelo de televisión y radio pública se ha de adaptar a la mayoría social que representa el gobierno de turno. No sé de dónde habrá sacado, el reprobado Sanchis, esa interpretación sui generis sobre el rol de los medios de comunicación de titularidad pública. Lo que sí les aseguro es que su criterio es incompatible con el espíritu y el contenido de las leyes audiovisuales vigentes en Cataluña. Tanto descaro preocupa, no sólo en el ámbito político, sino también en el profesional. Algunos sindicatos y colectivos de periodistas han manifestado su inquietud ante la parálisis del ente, sus luchas intestinas por el poder y el deterioro del funcionamiento ordinario. El razonamiento de Vicent Sanchis es tóxico. Abre las puertas a la manipulación sectaria y fomenta, entre los profesionales tibios, la autocensura. Los catalanes no nos merecemos esto.
El uso perverso y manipulador de los medios de comunicación ha propiciado, en más de una ocasión, situaciones políticas y sociales indeseables. Quizás el ejemplo más doloroso y paradigmático sea la RTLM (Radio Televisión de las Mil Colinas). Tras la intervención del Tribunal Penal Internacional de las Naciones Unidas, ya nadie discute el nefasto y criminal papel jugado por la RTLM en Ruanda durante los años 1993 y 1994. La beligerancia discursiva de la emisora, las agresivas invectivas contra la misión pacificadora de las Naciones Unidas, la hostilidad contra la etnia tutsi o los hutus moderados, fueron el caldo de cultivo idóneo para desatar el genocidio. Dotada de medios, con unos niveles de audiencia nada despreciables, sus espacios combinaban música, opinión y humor fabricado sobre contenidos racistas. Sus programas rebosaban odio étnico y sus proclamas llamaban al exterminio de los tutsis. Ondas venenosas las de RTLM, pero no las únicas.
La historia también nos cuenta que en la antigua Yugoslavia el lenguaje subliminal, las consignas más o menos disimuladas y la propaganda política fueron elementos catalizadores del conflicto en los Balcanes. Es evidente que lo que allí ocurrió no se puede atribuir a una única causa, pero no es menos cierto que la manipulación informativa que practicaron todos los actores en liza fue el lubricante del enfrentamiento bélico. La manipulación de la historia, y la propaganda destinada a lograr el apoyo social de la población se utilizaron sin escrúpulos para desarrollar agresivas políticas nacionalistas y/o secesionistas. Un denominador común presidía la manipulación informativa en manos de los gobiernos y las facciones enfrentadas en el conflicto bélico: la exaltación y tergiversación interesada de la historia propia, la localización y estigmatización de un enemigo al que culpar de todos los agravios y males; o la llamada a la unidad de todos los patriotas contra el adversario. ¿Les son familiares esos común denominadores? Si desean profundizar en el tema les sugiero el libro de la profesora Marta González San Ruperto, titulado: El papel de la propaganda en la desintegración de Yugoslavia.
Cuando desde estas u otras páginas de opinión se afirma que TV3, y Catalunya Ràdio, son los instrumentos mediáticos gubernamentales que marcan la hoja de ruta del nacionalindependentismo catalán no se está faltando a la verdad. Los contenidos de la radio y televisión pública catalana han ido demasiado lejos en su afán doctrinario y manipulador. Cuando Vicent Sanchis dinamita con sus declaraciones la definición de servicio público de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisual (CCMA) supeditando el ente al capricho de los gobiernos de turno, se abren las puertas de un abismo sin fondo. Cuando desde los socios del Govern se promueve, a dos meses de unas elecciones, la aprobación urgente de una resolución parlamentaria sobre el mandato marco de la CCMA, algo huele mal. El veneno del pensamiento único y oficial, administrado desde las ondas radiofónicas o desde la pantalla de un televisor, no deja de ser un intolerable insulto a los valores democráticos. Conviene cambiar de mimbres, conviene cambiar de gobierno.