Quedaros en casa pero haced lo que os venga en gana u os salga de la entrepierna. Sin necesidad de recurrir a expresiones más gruesas de fácil evocación. En resumen, esta es la doctrina sanitaria emanada del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, nombre rimbombante donde los haya para nominar la reunión de los consejeros de sanidad de las Comunidades Autónomas. Una vez más, se dejan las cosas al libre albedrío de cada cual: la incapacidad de los gestores públicos para dictar normas claras y comprensibles, se transmuta en apelación a la sensatez de cada ciudadano. Total, teniendo en cuenta la inmensa capacidad de nuestros gobernantes para tener ideas nefastas, casi mejor que no hayan adoptado medida alguna.
Josep Pla clasificaba a las gentes de su entorno en tres categorías o segmentos: amigos, conocidos y saludados. A medida que se evoluciona de clasificación, el círculo se va ampliando: siempre de menos a más. Ahora, tendría que añadir una nueva condición: allegado. La palabra ha sido una de las más consultadas en San Google en los últimos días. Y todo para poder justificar cómo juntarse en las ya inminentes fiestas navideñas con quien más apetezca. En definitiva, un desbarajuste monumental muy apropiado a estos tiempos convulsos que nos ha tocado vivir. Son coyunturas apropiadas para las ocurrencias. Nos quedará la duda de quién ha sido esta sutil agudeza literaria que el ministro Salvador Illa hizo suya con el mejor de los entusiasmos. Podría ser propuesto, ya que no para el Nobel o el Cervantes, para ingenioso del año.
Sea de un spin doctor, es decir, un asesor para el común de los mortales, o de un avispado consejero, lo evidente es que las palabras van perdiendo su sentido literal. Si no teníamos bastante con los “convivientes”, ahora incorporamos “allegados”. Quizá estemos todos contribuyendo, cada uno con su granito léxico, a este desmadre de confusión general. Sin ir más lejos: el pasado martes pudimos leer titulares de prensa informando de que la policía pilló a un eurodiputado ultraconservador húngaro en una “orgía ilegal” en Bruselas. He de reconocer que desconocía que las hubiese “legales”. En fin, justo es admitir la ignorancia o incluso la falta de experiencia en estos menesteres. En una época dominada informativamente por el maldito bicho, habrá que concluir como verdad incuestionable que, en estos tiempos de intemperie, solo el arte nos puede salvar. Porque, de momento, podríamos empezar a creer que somos una panda de suicidas impenitentes o que nos empujan a serlo.
Aunque en Cataluña se ha frenado la desescalada en seco, el pasado jueves, como hay confinamiento perimetral el fin de semana, salieron de Barcelona la friolera de 485.000 vehículos. Si tenemos en cuenta que la ciudad tiene 1.700.000 habitantes, podemos hacernos una idea aproximada del éxodo hacia donde sea. Que los escolares tenían clase el viernes, da igual: se les saca del colegio y santas pascuas. Además, el lunes, o sea hoy, es de libre disposición. La vida circula por un sitio y el sistema educativo por otro, a su bola, sin que administración alguna insinúe tan siquiera alguna medida. A la vista del acueducto del aniversario de la Constitución y la festividad de la Purísima, el personal optó por enlatarse en los coches y huir de una fatiga pandémica que afecta a todos los comportamientos: casi diez meses de restricciones de la vida social y la rutina personal.
El hecho tampoco es sorprendente, dado el hartazgo de tanto confinamiento. De una u otra forma, estamos todo el día y durante toda la jornada dando vueltas al monotema, cosa que genera ansiedad y desazón, como si viviésemos en un bucle permanente. Hasta las portadas de los diarios acaban siendo coincidentes, más allá de los matices editoriales de cada uno. Lo incontestable es que se acabaron los aplausos, la resistencia está quebrada y tal vez, en algún momento, cualquier día se imponga una pañolada colectiva o una inmensa pitada contra quienes rigen --al menos cobran por eso-- nuestros destinos. Las cacerolas, mejor dejarlas para cocinar.
Es complejo discernir si las Navidades son motivo o causa de encuentro. “La gente necesita celebrar las fiestas” ha dicho Josep Maria Argimon, secretario de Salud Pública de la Generalitat, aun reconociendo que este hecho tendrá un impacto epidemiológico. El caso es que siempre han sido fiestas para el chiste fácil sobre el pariente pelma. La familia es un núcleo central de actividad, sobre todo en los países del sur europeo. También como colchón amortiguador de las crisis económicas. Pero también son ocasión, al calor de los efluvios alcohólicos, para que se organicen fenomenales trifulcas familiares: que ya se sabe, con unas copas de más se dicen las verdades más impertinentes que se han guardado o incubado durante el año.
A estas alturas, lo único que está claro es que estas serán unas fiestas atípicas. Todo será distinto, salvo esa aspiración a que toque la devolución en la lotería del 22 de diciembre. La verdad es que nos conformamos con poco. Por lo demás, no habrá cabalgatas de Reyes ni campanadas de fin de año desde la Puerta del Sol de Madrid. ¡Qué le vamos a hacer! El impacto negativo de no poder reunirse o hacerlo con quien y cuantos quiera, lo gestionará cada uno como Dios le dé a entender. Eso sí, serán días de felicidad para los misántropos: podrán ser dichosos sin ver a nadie.