Lo que parecía casi una referencia inamovible, los presupuestos de 2018 del Ministro Montoro, están cada vez más cerca de ser historia. Si nada se tuerce, a finales de este mes se aprobarán los presupuestos para 2021, moción de censura, dos elecciones y una pandemia mediante. Claro que como una partida muy relevante provendrá de los fondos de reconstrucción europeos quien sabe si polacos y húngaros torcerán o al menos retrasarán la efectividad de los nuevos presupuestos.
Más que por su contenido destacan por el enorme crecimiento del gasto, por la subida de impuestos y por la constelación de fuerzas políticas que los harán posible. Estos presupuestos superan los 550 mil millones de euros, casi un 20% más que los del año que ahora acaba. Unos 26 mil millones provendrán de Europa, si todo sale bien. Mucho, mucho dinero se supone que para recuperar la economía del batacazo de 2020 y para transformarla…ojalá. Si este ejercicio sale mal iremos de cabeza a un rescate o a algo peor, salvo que la idea ya apuntada por Italia se convierta en realidad: “evaporación” de la deuda en manos del BCE, sea por condonación, sea por conversión en bonos perpetuos. Ese es el único camino viable para evitar el endeudamiento de nuestros hijos y nietos y es altamente probable que lo veamos hecho realidad en la primera parte de estos años 20 que, ojalá, sean locos, en el sentido positivo, como los fueron los del siglo pasado tras abandonar la pandemia de la gripe de 1918-1919. En un tiempo en que cada vez se dicen menos verdades en política, el reconocimiento de Sánchez respecto a que ahora las únicas siglas que le importan son PGE suenan reales, todo por tener un nuevo presupuesto, cediendo hasta la memoria de los asesinados por ETA.
Inyectar dinero a la economía es la obligación de un estado en tiempos de crisis, pero tan importante como la cantidad de las inversiones es la calidad. Aún tenemos fresco en la memoria el desperdicio del plan E de 2008-2009 en el que en bastantes obras valía más el cartel anunciador que la obra. Es pronto para juzgar, pero no pinta bien la co-gobernanza anunciada que, de momento, no funciona ni para ponerse de acuerdo en el conteo de los fallecidos por la Covid. Mucho me temo que habrá dinero que se evaporará para contentar a la cohorte de partidos regionalistas, nacionalistas e independentistas que conforma la mayoría de los presupuestos junto al actual gobierno formado por un partido populista y otro que parece haber entregado su alma a la propaganda.
Suben las pensiones y la retribución a todos los funcionarios en un año deflacionista, nace un ingreso mínimo vital, repunta, lógicamente, el subsidio de desempleo, sube el servicio de la deuda aunque los tipos están por los suelos, se mantiene hibernado el mercado laboral gracias a la prolongación de los ERTEs,… gasto, gasto y más gasto, alguno necesario, otros para contentar a la galería. Inversión en votantes futuros, que no en el futuro de los votantes.
Subir impuestos y reducir desgravaciones en mitad de una crisis no parece inteligente, especialmente cuando Europa mira para otro lado en relación con el control del déficit. Primero hay que salir del bache, luego ajustar los ingresos. Como siempre se quiere soplar y sorber y en este caso la subida de impuestos, como todo lo que sugiere el Maquiavelo mayor del reino, se hace más de cara a la galería votante que al cuadre de las cuentas, por supuesto imposibles de cuadrar.
Las transformaciones vendrán, sobre todo, de la mano de los planes de recuperación y habrá que ver cómo se materializan. La naturaleza de los partidos que apoyan al gobierno en el presupuesto no apuntan a nada bueno. No hay que ser un genio de la adivinación para apostar por un reparto territorial de parte de las ayudas y si bien la administración de cercanía es la que, en general, conoce mejor las necesidades de los administrados también es más dada a invertir en parques de dinosaurios, tratados sobre el peligro de extinción de la avutarda colorada o a garantizar el mantenimiento de las profundas diferencias entre valles del silbo canario.
Desde nuestra entrada en la Unión Europea hemos recibido muchísimo dinero. Lo vemos en nuestros aeropuertos, trenes, autovías, paseos marítimos, rotondas….obras y más obras, algunas excesivas cuando no inútiles, pero sin duda característica fundamental de la modernización de nuestro país. Esta vez el dineral que viene debería servir para transformar un modelo económico que ya hemos visto que es muy débil. Si en la crisis anterior se nos hundió la construcción ahora se nos ha caído casi todo, pinchando nuestro más preciado tesoro, el turismo y evidenciando lo mucho que necesita nuestra economía a nuestros bares, restaurantes y comercios. Gran parte del esfuerzo inversor debería ir a reforzar nuestro tejido industrial, a mejorar nuestro sistema energético, a avanzar en la digitalización y a reforzar las cada vez menos grandes empresas tractoras.
El gobierno no ha querido, o no ha podido, llegar a acuerdos de consenso con las fuerzas parlamentarias de la oposición sino que se ha reforzado con fuerzas periféricas, algunas de ellas con un confeso total desinterés en la prosperidad del Estado. Sin duda es una apuesta arriesgada que va más allá de estos presupuestos y que solo el tiempo dirá si es acertada o no. El sentido de la década comienza a concretarse ahora.