Estamos tan ansiosos de recibir una buena noticia que, cuando el presidente electo de los EEUU, Joe Biden, dijo que gobernará para “todos”, mucha gente habrá deseado sentirse incluida en ese gran paquete. Hemos vivido las elecciones en Pensilvania, por ejemplo, como si nos fuera la vida en su resultado; cuando, en realidad, se trataba de sacar de la Casa Blanca a un majadero populista, labor en las manos exclusivas de los estadounidenses. ¡Algo es algo! Y el que no se consuela es porque no quiere.

Esa actitud totalizadora puede entenderse como superadora de aquello que opinaba Jacques Derrida: “La política es el sucio juego de la discriminación entre amigos y enemigos”. Se resume en la voluntad de bajar la temperatura política, cerrar heridas, poner fin a la demonización de los otros o dejar de ver al adversario como enemigo, son ideas que podríamos hacer propias. Ya veremos qué pasa después; confiemos en que no se quede en agua de borrajas. De momento, es una brizna de esperanza en un panorama desolador.

Decididamente, tal como está las cosas, con una rara gobernabilidad de taifas que sirve para oficiar una gran ceremonia de la confusión, el Covid-19 infectando nuestras vidas, los indepes dando la vara, un ejecutivo apellidado progresista, crisis sanitaria y económica… no me extraña que haya quien tenga decidido largarse a Etiopía porque es un país más serio. Aunque esté al borde de la guerra civil, cosa que tampoco invita a venirse arriba. Pero es que esto, lo nuestro, no lo arregla ni una división acorazada de psiquiatras. Parece que hubiesen abierto los manicomios, dejado sueltos a todos los locos y que encima nos gobiernen.

Sólo faltaba la detención del trío calavera: Madí, Vendrell y Soler. Supuestamente por la conexión con el Tsunami democrático que asoló las calles de Barcelona, pero que con la difusión de las conversaciones se ha convertido en un alucinante fresco sociopolítico de la Cataluña actual. Ahora bien, estos chicos, tan empeñados en viajar a Ítaca podrían haberse inspirado en Kavafis y aplicarse lo de “no hables, el silencio lo dice todo”. O aprender de China y Rusia, que aún no han dicho ni mu sobre la victoria de Joe Biden, sabedores de que las palabras pesan más que las piedras que les pueden llover desde el entorno de Donald Trump por presunta injerencia.

Llevamos demasiado tiempo tratando de entender lo incomprensible. Quedando la duda de si responde a una ineptitud congénita, al dilema de si somos o estamos tontos, o acaso ambas cosas al unísono. No sabemos si somos simpatizantes o antipatizantes de según quienes, de sufragio por eliminación. El potencial de un proyecto político para entusiasmar, no depende tanto de su cohesión en torno a un relato como de su capacidad para aunar voluntades frente a un adversario común. En el caso de EEUU se ha puesto de manifiesto una mayoría de bloqueo que responde al deseo de echar a Donald Trump. Es un ejemplo alentador.

Empujar al adversario hacia un extremo es una estrategia electoral que puede servir en campaña. Lo peligroso es continuar esa práctica más allá de las elecciones. Esto vale tanto para España como para Cataluña. La derecha española parece empeñada en arrojar al PSOE en los brazos de unos populistas antisistema; el Gobierno hace lo mismo pero al revés: poner al PP a los pies de los caballos de la ultraderecha. Por su parte, los indepes catalanes siguen con su anti España y soñando con la desmovilización del constitucionalismo; mientras estos parecen incapaces de articular un discurso atractivo que permita eludir el riesgo de desmovilización.

Cuando alguien se echa al monte, es difícil bajarle al valle de la normalidad, ni que le factures con un Rey a La Paz. Es todo tan sorprendente que el Gobierno decidió enviar a Felipe VI a Bolivia este fin de semana acompañado de Pablo Iglesias, un republicano confeso y enemigo declarado de la Monarquía. Parece una broma: ¡pedazo de viaje! Los únicos que parecen tener las cosas claras son Podemos e indepes de todo tipo. Es comprensible así que se polarice la situación. El voto joven, en situación de frustración profesional y laboral, con el desempleo juvenil más alto de la UE (44% entre menores de veinticinco años) solo puede ser antisistema. Mientras, a falta de liderazgos fuertes, desde la ONU hasta la UE, con una pandemia global, se van aplicando soluciones o parches locales. Incluso pasa así desapercibido el denodado esfuerzo indepe por asaltar el Barça, pieza de caza mayor que, en sus manos, sería un desastre sideral.

Dicho lo anterior, admito que lo que me resulta más flipante es esa NASA catalana que el consejero Jordi Puigneró se sacó de la manga, más allá de las dudas sobre la viabilidad de poner en órbita satélites por entes no estatales. El consejero ya sorprendió al mundo cuando prologó en 1999 una cosa --es de dudoso gusto llamarlo estudio--sobre Cristóbal Colón, donde concluía: “Nosotros, los catalanes, hemos descubierto América. Y el resto ha sido una gran mentira al servicio de España”. Visto esto, es normal que ahora haya escrito que su iniciativa es “un paso modesto para la humanidad, pero un gran paso para Cataluña y su economía”. ¿Alguien da más? Pues bien, este ingeniero de sistemas es o era uno de los nombres que suena o sonaba como posible candidato a la Generalitat de JxCat. ¡Como para atiborrarse de Prozac!

 

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