Carles Puigdemont llama a Miquel Iceta malparit. Sus seguidores aplauden con entusiasmo. Le sigue Quim Torra. Se refiere a Pedro Sánchez como tros de quòniam, una expresión catalana equivalente a necio o zopenco. A una empresa le hace gracia y pone a la venta camisetas y tazas con la mofa estampada en una senyera. La gente las compra.
Es la Cataluña de hoy. Un lugar donde el insulto se ha convertido en un lugar común y en el que nuestra televisión pública forma parte de esta nueva normalidad. Sobre el papel existe un código escrupuloso, el Libro de Estilo de la CCMA, que prohíbe a los profesionales de TV3 y Catalunya Ràdio hacer manifestaciones públicas en blogs o redes sociales sobre debates políticos o sociales que puedan comprometer la imparcialidad de la cadena. Sin embargo, vemos a periodistas y rostros conocidos de la radio y la televisión pública opinando, interpelando a políticos, insultando o reproduciendo comentarios denigrantes donde las palabras franquista, fascista y botifler son las más comunes.
El día que el Tribunal Supremo confirmaba la sentencia de Torra, el presentador de TV3, Jair Domínguez, llamaba a quemar contenedores. “Es todo tan deprimente que ni 500 contenedores en llamas podrían alegrarme el día. Bueno, ahora que lo pienso, sí que me lo alegrarían”, anunciaba en un tuit. Casi al mismo tiempo un periodista de deportes preguntaba por qué el Tsunami Democràtic no se había hecho aún presente.
¿Qué pasaría si un periodista de la BBC dijera una cosa así?¿O hiciera un retuit de un fanático que dice que un líder de la oposición es una “babosa”?
Si uno de los rostros de la cadena pública británica llamara perros a los bobbies, como hizo Toni Soler con los Mossos d’Esquadra, ¿seguiría en antena? Cuesta imaginar el programa Newsnight sobreimprimiendo mensajes insultantes sacados de Twitter como hace el Més 324. Y todavía más a los responsables de la BBC argumentando que se hace así porque “enriquece” la información, que fue lo que dijo la presidenta de la CCMA, Núria Llorach, al Parlament.
Prohibido opinar en Twitter. Era el rótulo con el que el programa Planta Baixa de TV3 analizaba hace unos días el anuncio de la BBC de que haría más estrictas las normas para la participación de sus profesionales en redes sociales. A pesar de la tradicional imparcialidad de la cadena británica, su director, Tim Davie, planteaba que había que ir más allá y despejar cualquier sesgo. En el plató de TV3, el presidente del Comité Profesional de la cadena, Lluís Caellas, explicaba que las normas eran igual de estrictas en la televisión catalana pero no sabía qué contestar cuando un invitado le planteaba lo evidente: no se cumplen. Poco después, los consejos profesionales de TV3 y Catalunya Ràdio difundían un comunicado interno recordando la necesidad de cumplir las indicaciones del Libro de Estilo “porque si la ciudadanía nos percibe sesgados, la percepción del sesgo se extiende al medio”.
Si hacemos caso a los últimos resultados del CEO, podemos afirmar que este sesgo es una realidad consolidada. O al menos así lo percibe la población. Si en 2005 el 57% de las personas que votaban al PSC, a ICV o al PP tenía a TV3 como su cadena de referencia, hoy sólo un 13,5% de las personas que votan por estas formaciones o sus herederas la ve.
¿Si sus profesionales se hubieran mantenido al margen del insulto y la descalificación normalizada por los líderes políticos a los que admiran estas cifras serían diferentes? Probablemente sí. Las personas que redactaron el Libro de Estilo lo hicieron con el sincero propósito de crear una televisión pública de calidad que sirviera a toda la ciudadanía.
Es llamativo que sea justamente el cumplimiento del Libro de Estilo el argumento que el director de TV3, Vicent Sanchis, esgrima para justificar que en más de cinco años no se haya programado un contenido específico sobre los casos de corrupción que involucran a Pujol, a su mujer y a sus siete hijos. No contar con el testimonio de Pujol, argumenta, significaría traspasar normas deontológicas infranqueables. Una vara de medir que es corta para según qué cosas y muy larga para otras.