Cataluña ya está oficialmente sin presidente y con un gobierno de mínimos. A esta desgracia hemos llegado por un sinfín de estúpidas performances y por una descabellada aplicación de la justicia. Esto ya no tiene remedio. La despedida dispensada por los suyos al ex presidente Quim Torra ha sido por todo lo alto, muy consecuente con la trayectoria de estos últimos años. La fiesta fue convocada en el mismísimo templo del pueblo catalán, como si fuera el patio particular de los grupos independentistas. Torra necesitaba un escenario adecuado para denunciar su condición de víctima de un golpe de estado, confirmando que su percepción de la realidad es muy discutible, obviando que los jueces tan solo tuvieron que esperar que el MHP se dejara llevar por uno de sus arrebatos de desobediencia teatral e inútil para aplicarle la ley con enjundia evidente. Antes inhabilitado que sencillo.
Torra ya no está y la desconfianza entre JxCat y ERC ha impedido que Pere Aragonés asuma una presidencia en funciones real. Las limitaciones asumidas por ERC para la presidencia en funciones más bien ofrecen la imagen de un Aragonés prisionero de JxCat, un gestor de los meses de interinidad hasta que se celebren las elecciones, de no impedirlo un agravamiento del rebrote de Covid-19. JxCat le recordará a Aragonés su condición de provisionalidad a diario; de hecho comenzó ayer mismo, al distribuir una fotografía del Consell Executiu con la silla correspondiente al presidente simbólicamente vacía. El vacio dejado por un presidente inhabilitado no se quiere ocupar, como Torra no ocupó el despacho de Carles Puigdemont, el supuesto presidente legítimo. El empacho de simbolismos ahoga la gobernación del país.
El legado del expresidente Torra es el de una confusión entre el sueño y la realidad y su último mensaje a los fieles confirma dicha ensoñación. De nuevo, el plebiscito. El plebiscito es la última artimaña de JxCat para intentar arrebatarle a ERC la victoria que le auguran las encuestas. Les funcionó en 2015 y quieren repetir jugada maestra, una vez fracasadas las sospechosas apelaciones a la unidad. Hasta ERC se ha dado cuenta de la enésima trampa del legitimismo, anunciando de inmediato que no está por la repetición de plebiscitos, sino para explorar la voluntad de los electores para saber quién manda en el soberanismo .
En sus muchas declaraciones de despedida, Torra ha admitido que no ha podido avanzar demasiado en su objetivo de alcanzar la república plebiscitada, a su juicio, hoy hace tres años. La verdad es que nunca ha intentado proclamarla desde el Parlament, a pesar de haberle sido reclamado insistentemente por la ANC y la CUP. Ahora que se va, les pide a los suyos que la proclamen cuanto antes, después de un nuevo plebiscito para ratificar el mandato del 1-O.
El mensaje del 1-O tiene algo de misterioso. A veces está vigente y su cumplimiento es imperativo e inaplazable; en otras ocasiones queda para más adelante; en algunos momentos podría parecer que menos de media Cataluña ya ejerció definitivamente el derecho de autodeterminación en nombre de todos, luego hay quien anuncia que debe ser plebiscitado de nuevo para materializarlo, y otros exigen al ejecutivo de Pedro Sánchez que lo incorpore a la agenda de la mesa del diálogo para negociar un referéndum que dicho gobierno tiene prohibido por el Tribunal Constitucional.
El plebiscito del plebiscito es una nueva genialidad, incluso podría funcionar para un electorado desconectado de la exigencia de gobernar el país, aferrado a la simbología como sucedáneo de la política, predispuesto a jalear el populismo de sus dirigentes sin preocuparle los más mínimo la viabilidad de los mensajes de estos líderes. Una bicoca electoral para unos dirigentes que abandonaron la política hace mucho tiempo para convertirse en simples clientes de un abogado listo que les mantiene en vilo en la vía judicial, hasta el agotamiento de la caja de resistencia.
ERC parecería dispuesta a abandonar este ensimismamiento. Pero también podría ser una simple ilusión. Lleva tanto tiempo cediendo al acoso mediático de sus socios que se hace difícil intuir en qué momento cortará las amarras o si realmente están dispuestos a hacerlo. Los republicanos se han negado al plebiscito, sin embargo han aceptado la discreta presidencia en funciones impuesta por sus principales rivales electorales, incluida la disparatada tesis del derrocamiento del presidente Torra. ERC ha participado alegremente en el amontonamiento de expresiones retumbantes (represión, golpe de estado), sin importarles la contradicción flagrante de pretender sentarse cuanto antes mejor con los supuestos derrocadores para hablar de futuro y muy probablemente aprobarles los presupuestos. Su capacidad de contemporizar pronto será estudiada en Harvard.