La propuesta del consejero de Educación, Josep Bargalló, de poner en marcha un plan piloto para impartir clases de cultura islámica en centros públicos, ha puesto en órbita a la polemista Pilar Rahola: “el progre tiene un ataque de urticaria cuando le hablan de un cura, pero si se trata de un imam tiene un orgasmo”. Llevaría algo de razón si no estuviese dispuesta siempre a anteponer el tzitzith al hiyab. Su causa está basada en la fe --no sé si buena o mala-- y es soportable hasta que llega el momento de la negación del otro. Bargalló, por su parte, es un pietista; se diría que este hombre expía pecados de juventud; se comporta como un moravo de la Cataluña filo-teutónica, la lucrativa encomienda de los que viven a costa del país al que dicen amar. En ambos casos, las mejores intenciones se arrodillan ante el interés; el brillo exterior les puede.

Después de lo dicho a favor y en contra de una asignatura que podría llamarse catecismo multicultural, no vale esconderse. Rahola no puede parapetarse detrás del humanismo de sus tótems, como Sándor Márai o Elias Canetti, --que por cierto son de todos, arrianos, mudéjares y mediopensionistas incluidos-- dejando un recadito racial; pero tampoco puede hacerlo Bargalló, quien nos debe una explicación sobre la necesidad de explicar el islam en las aulas. El consejero ha sumergido la excepcionalidad bajo el término Cultura Religiosa, la asignatura que sustituirá a la Religión o catequesis camuflada en el caso de la católica y al resto de religiones. Lo remarca así: “la escuela no predica la fe sino que imparte cultura”. Una tregua muy de agradecer.

Lo del escondite no es literal; se trataría más bien de conocer a fondo los porqués; establecer un tipo de intercambio calmado de opiniones al estilo de los románticos de Jena, capaces de mantener el espíritu de los salones de la Ilustración, pero sin la incómoda presencia de princesas y marquesas. Rahola pertenece a la corte de Puigdemont y Bargalló arranca en ERC ¿Será eso tan simple lo que los separa en cuestión de enseñanza religiosa?

El lenguaje engendra supersticiones; especialmente cuando alguien habla de proteger un credo que no es el suyo. Favorecer a las mezquitas que conviven con nosotros, solo por el hecho de que su grey es muy numerosa, puede acabar siendo el pretexto de una época oscura. Es casi imposible compaginar a Mahoma con Jesucristo por mucho que pisemos todos el suelo de los almogávares. Además, los tres monoteísmos semíticos son invariables; los que han visitado Roma, La Meca y el Templo de Salomón en la explanada de Moria (Jerusalén) saben que no hay refundación posible. La piedra guarda secretos milenarios; la ética y la estética de cada credo son indecibles; sus miradas resultan irreconciliables.

Rentré significa hoy apertura de miras y fondos europeos. Bargalló resuelve lo primero con el permiso de Rahola, mientras que el consejero de Empresa y Conocimiento, Ramon Tremosa, pone en marcha proyectos innovadores con los fondos de Bruselas. Los dos retos tienen miga. El primero se arregla gracias al toque bizantino, pero el segundo tiene mala pinta; basta solo con ver las semidudas abiertas tras el anuncio de fusión Caixabank-Bankia. La Cámara de Comercio conquistada por la ANC se opone directamente a la operación más importante de la última década casi perdida; los foros de prestigio, como el Círculo de Economía y los consorcios como Fira Barcelona, esperan mucho de La Caixa pero piden “no tener que coger el puente aéreo o el AVE para hablar con Fainé, como lo hacen ahora para ver a Botín” (Javier Faus). Otros están ilusionados; es el caso de Sánchez Llibre, presidente de Fomento del Trabajo, socio fundacional de la entidad creada por Moragas i Barret. Algo caerá.

El orgasmo del que habla Rahola tendrá que esperar. Cataluña no se ha convertido todavía en un país antieconómico como pretende el siroco indepe. Ella y su progre multicultural contemplan las Torres Negras de CaixaBank pensando en la futura sede de la Reserva Federal Catalana, cuya presidencia implora Sala Martín