En la década de los 70 y principios de los 80, la palabra estanflación era la más utilizada por los economistas. Definía una combinación, desconocida hasta el momento, de estancamiento económico, aumento del desempleo y elevada inflación generada por sucesivos incrementos del precio del petróleo.
Entre los anteriores problemas, Jimmy Carter priorizó el control de los precios. Para conseguir tal propósito, en agosto de 1979 nombró presidente de la Reserva Federal a un destacado economista antiinflacionista: Paul Volcker. Una de sus primera medidas comportó el cambio temporal de la principal norma por la que se regía la política monetaria.
Para establecer el tipo de interés oficial, el banco central no se fijaría en la evolución del IPC, sino en la de la oferta monetaria. Por tanto, sus decisiones se basarían en expectativas, en lugar de certezas. El resultado fue una subida del anterior tipo hasta llegar al 20% en distintas ocasiones. No obstante, consiguió reducir drásticamente la tasa de inflación. En julio de 1983, ya era solo del 2,5%, cuando en marzo de 1980 había llegado a un 14,8%.
De forma casi unánime, la actuación de Volcker fue calificada como un gran éxito. Por ello, en los siguientes años tuvo un elevado impacto sobre el conjunto de la economía mundial y específicamente sobre el nivel de inflación de numerosos países desarrollados, pues sus bancos centrales siguieron el camino iniciado por la Reserva Federal.
En concreto, sirvió para generar o fortalecer la independencia de los bancos centrales respecto a las decisiones de los políticos, priorizar el control de precios sobre cualquier otra variable económica y establecer un nivel óptimo de inflación cercano al 0%. Unas décadas más tarde la propia Reserva Federal lo cuantificó en un 2%.
No obstante, ayudó en gran medida a la consolidación de las políticas neoliberales y a la conversión del capitalismo industrial en financiero. Un nivel de inflación escaso comporta tipos de interés muy reducidos, créditos excesivamente baratos, un aumento de la especulación y una mayor probabilidad de creación de burbujas inmobiliarias y bursátiles.
El pasado 27 de agosto, el banco central de EEUU anunció un cambio histórico: la consecución del pleno empleo será más importante que la de una tasa de inflación muy reducida. Por tanto, la última deja de ser su prioridad. Así pues, no subirá el tipo de interés cuando el desempleo sea bajo, excepto si aumenta significativamente el nivel de los precios, y no pretenderá alcanzar a corto plazo una inflación del 2%, sino a largo término. En otras palabras, lo importante para él no es una cifra puntual, sino la media a lo largo de los años.
Por consiguiente, el tipo de interés en el futuro subirá más lentamente que en el pasado, no constituirá ningún motivo de alarma un aumento anual de los precios del 3% y la contención de los salarios de los trabajadores dejará de ser una recomendación de la Reserva Federal.
El giro de su política monetaria es consecuencia del fracaso de las anteriores pautas de intervención. La compra de deuda por parte del banco (2008-2014), la expansión económica más larga de la historia (junio 2009--febrero 2020) y la consecución del pleno empleo en 2018 y 2019 no han servido para que la tasa de inflación se sitúe de forma sostenida en el 2%.
En los próximos años, si los demás bancos centrales de las naciones avanzadas siguen las actuales directrices de la Reserva Federal, las principales repercusiones serán:
1) Tipos de interés muy bajos durante más tiempo. En EEUU, la primera subida del tipo de referencia difícilmente llegará antes de 2024 y para un nivel superior al 2% habrá que esperar a 2026 o algún ejercicio posterior.
2) La tasa de desempleo será menor. Para una idéntica coyuntura económica, la tasa de paro será inferior, pues una política monetaria más expansiva permitirá incrementar en mayor medida el gasto del sector privado, la producción y la ocupación.
3) Los salarios aumentarán más. La archirepetida frase: “es necesario limitar el aumento de los salarios para evitar una subida de la inflación” pasará al baúl de los recuerdos. Ahora, el aumento del nivel de precios satisfará al banco central, pues el problema no es una excesiva inflación sino una escasa. En la actualidad, en España no existe, pues hay deflación.
4) Las políticas de oferta disminuirán su relevancia. Las reformas estructurales en el mercado laboral, que perjudican a los asalariados y benefician a los empresarios, serán más difíciles de aplicar. La aceptación por parte del banco central de una superior tasa de inflación permitirá la generación de una mayor creación de ocupación a través del estímulo de la demanda interna. Por tanto, ya no será imprescindible la bajada del salario real para lograrla mediante el aumento de las exportaciones.
5) Las empresas tendrá menos necesidad de recortar costes. El impulso de la demanda de bienes facilitará el crecimiento de la producción, los ingresos y los beneficios. Por tanto, para incrementar los últimos no será imprescindible disminuir los costes. Los de personal aumentarán debido a la contratación de un mayor número de empleados.
6) Los tipos de interés a largo plazo subirán. Será como consecuencia del crecimiento de la inflación. En una coyuntura normal, en las obligaciones a 10, 15 y 30 años, el inversor exige un plus entre 1,5 y 2,5 puntos sobre el nivel de aquella. Aunque el diferencial permanezca constante, el incremento del nivel de los precios hará que también aumenten los de los tipos de interés de los anteriores títulos.
7) La renta fija volverá ser un mercado interesante. En los próximos años, no será recomendable adquirir letras del Tesoro, ni tampoco realizar depósitos a plazo fijo, pues si sube la inflación tardará en hacerlo el tipo de interés oficial del banco central. No obstante, si constituirá una buena opción la compra de bonos y obligaciones.
8) La deuda pública / PIB se reducirá más rápidamente. Para un idéntico nivel de crecimiento económico, un aumento de la inflación generará un mayor incremento del PIB nominal y una más rápida reducción del anterior ratio. Sin embargo, para no aumentar excesivamente los intereses sufragados, el Tesoro deberá incrementar la ponderación de la financiación a corto plazo y disminuir la de emitida a largo.
9) Las valoraciones bursátiles serán más ajustadas. Los principales determinantes del precio de una acción son los beneficios empresariales y el nivel de los tipos de interés a largo plazo. El aumento de los últimos provocará el desplazamiento de capitales desde la Bolsa hacia la renta fija, impedirá que el PER medio de los índices bursátiles más importantes sea tan elevado como el actual del S&P-500 y hará más difícil la generación de burbujas especulativas.
10) El precio de los pisos será más estable. La renta fija a largo plazo proporcionará una rentabilidad anual neta igual o superior a la de la vivienda. Por tanto, numerosos inversores reducirán sus compras de inmuebles y aumentarán las de bonos. En los períodos de bonanza económica, el resultado será una menor demanda de pisos y una inferior subida de su precio.
En definitiva, si los demás bancos centrales adoptan una estrategia similar, la decisión de la Reserva Federal constituirá el inicio de la relegación de los principios neoliberales que han marcado la actuación de la mayoría de los gobiernos y empresas de los países avanzados desde la década de los 80. Unas normas que no han servido para solucionar ninguna de las dos últimas crisis.
Los perjudicados serán los especuladores, los empresarios que basan su éxito en el pago de bajos salarios y los directivos especializados en el recorte de los gastos. Entre los beneficiados estarán los trabajadores, las empresas cuyos productos van dirigidos a la clase media y los ejecutivos cuyo principal know how es dirigir el crecimiento de las compañías.
Para finalizar un deseo. Esta vez espero que el BCE no tarde seis años en copiar a la Reserva Federal. Es la demora en que incurrió para empezar a comprar deuda pública, a pesar de que de estaba claro desde hacía tiempo que dichas adquisiciones no generaban un considerable aumento de la inflación en EEUU.