No volveré a entrar en detalles sobre las perspectivas económicas. Creo que a estas alturas de la película todo el mundo sabe que hasta las mejores proyecciones de los más optimistas del lugar dibujan una tragedia en términos de empleo, deuda y quiebra de empresas. España en general y Cataluña en particular estamos haciendo frente a la mayor caída de PIB en los últimos 80 años y sin colchón financiero propio en el que apoyarse. En ese contexto, que la Generalitat de Cataluña haya decidido no aprobar unos presupuestos para 2021 es insensato y temerario, por no decir suicida.
No hay que ser un astuto analista político para comprobar que la prioridad de los separatistas no es hacer frente a los desequilibrios socioeconómicos antes citados sino atrincherarse en las poltronas el mayor tiempo posible. Hasta que JxCAT y PDECat no resuelvan su psicodélico divorcio político no convocarán unas elecciones autonómicas que la lógica dice que deberían anticiparse tras la más que probable inhabilitación de Quim Torra. Sin sonrojarse ni un ápice, van a mantener un gobierno en funciones sin president durante algunos meses, lo cual impide aprobar las cuentas públicas para el año que viene, tal y como señala el 27.2 de la Ley de Presidencia de la propia Generalitat.
Así pues, en medio de este desolador contexto económico para las familias, la Generalitat estará obligada a prorrogar los presupuestos de 2020, que recuerdo que ya se aprobaron sin tener en cuenta el bestial impacto económico del Covid-19. Además, esos presupuestos en vigor, absolutamente alejados de la realidad, mantienen los sueldos políticos más altos de toda España, la mayor proporción de gastos en propaganda y adoctrinamiento de cualquier administración europea, embajaditas que no sirven más que para escupir al resto de la nación española y no incluyen medidas para seducir a las más de 5.500 empresas que se fugaron tras el golpe de estado sentenciado en el Tribunal Supremo.
El zafarrancho interno entre separatistas jamás debería condicionar la imperiosa necesidad de gobernar en este camino plagado de piedras por culpa del maldito virus. Hay que darle un giro de 180 grados a la política económica catalana para salir del atolladero. No saldremos rápido de este colosal socavón económico masacrando a impuestos a empresas y trabajadores, con un bono catalán considerado aún por las agencias de calificación como “basura”, con la deuda per cápita más alta de toda España y con un record absoluto de chiringuitos políticos para montarse su pequeña nacioncilla y colocar a compinches con lacito en solapa.
Cada vez que un catalán lea que aumenta el paro, que cierra una nueva empresa o que aumentan las colas de los comedores sociales debería acordarse de la falta de estatura política de un independentismo enredado en canibalizarse y repartirse las canonjías del poder.
Señores, lamentablemente nos ha tocado sufrir la peor clase política de Europa en el peor momento posible. No será fácil. Menos aún si callando otorgamos.