Cada vez que sobre nuestras cabezas aparecen nubarrones económicos toman protagonismo los críticos con el capitalismo. Comunistas y sus derivados nunca desaprovechan la ocasión para reivindicar modelos socioeconómicos de diferente pelaje que siempre tienen una cosa en común: menoscabar la libertad individual en favor de un estado cada vez más omnipresente. Por cierto, en esas reclamaciones facilongas de discurso utópico nunca nos cuentan que allá donde se aplican sus recetas siempre entra por la puerta el virus de la penuria.
No conozco a ninguna persona que demonice el capitalismo que decida irse a vivir a Cuba, Venezuela o Corea del Norte. Hasta los más comunistas del lugar saben que el comunismo allá donde se ha implantado sólo genera miseria extrema, falta de libertad y violación sistemática de todos los parámetros democráticos. Está empíricamente demostrado que la calidad de vida de las personas está íntimamente ligada al capitalismo, a la libertad de empresa y al respeto a la propiedad privada.
El índice Doing Business del Banco Mundial refleja muy claramente que las economías más prósperas del mundo son aquellas que menos trabas imponen al libre mercado y más simplifican la creación de empresas. Los siempre ensalzados países europeos como Dinamarca, Noruega o Suecia, que están en el top 10 del ranking, han entendido que se puede tener una orientación política enfocada al bienestar ciudadano y favorecer el clásico laissez faire.
Los estudios sobre libertad económica de la Heritage Foundation, el Índice de Democracia de The Economist o Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas arrojan las mismas conclusiones. Los altos niveles de renta per cápita, riqueza y bienestar general están íntimamente ligados a la libertad individual, al libre mercado, a la competencia, a la reducción de la carga burocrática, a la seguridad jurídica, al blindaje de la propiedad privada y a un sistema fiscal no confiscatorio. En España, cada vez que un alcalde o un ministro desarrolla una norma que erosiona alguno de estos principios económicos globalmente contrastados está contribuyendo a empobrecernos.
Estos indicadores hacen buena la cita del gran Milton Friedman cuando nos decía que "la sociedad que antepone la igualdad a la libertad no tendrá ninguna de las dos cosas. La sociedad que antepone la libertad a la igualdad obtendrá una gran medida de ambas". La incidencia de la pobreza es mucho menor en los sistemas capitalistas. Si comparamos las economías libres o moderadamente libres con las cerradas o relativamente cerradas, vemos que las primeras registran una tasa media de pobreza del 7%, frente al 20% que alcanzan las segundas.
Estoy completamente de acuerdo con que el primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible sea la reducción de la pobreza. Por eso me alegra que, en los últimos 25 años, 1.159 millones de personas en el mundo hayan salido de la pobreza extrema (1,90 dólares/día según la ONU), siendo un porcentaje muy elevado de estas personas habitantes de países que han ido abrazando el capitalismo como China, Vietnam e India.
El capitalismo no es un sistema perfecto, pero es el menos malo de los sistemas económicos que ha conocido la humanidad en los últimos 2.000 años. Es obvio que los poderes públicos deben tener un cierto papel regulador y redistribuidor de la riqueza, pero deben evitar manosear en exceso las bases de la economía de mercado para no conseguir precisamente todo lo contrario de lo que pretenden conseguir.
Un consejo final: no le hagan mucho caso a los anticapitalistas que agarran la Coca Cola con una mano y con la otra el IPhone que le ha comprado su papá gracias a una hipoteca bancaria.