El escenario político catalán se encuentra visiblemente agitado. Todos los indicios apuntan a un agónico fin de legislatura este otoño: la coalición gobernante está totalmente enfrentada y al mismo tiempo, el reloj corre para el presidente Torra, quien, previsiblemente, se encontrará definitivamente inhabilitado en septiembre. Los movimientos actuales de Puigdemont y el espacio postconvergente indican que se está preparando el escenario para una retirada de Torra, de la que se intentará sacar jugo victimista, precedida por un solemne anuncio de convocatoria de elecciones. En otoño, pues, podemos encontrarnos con unas elecciones que serán decisivas. ¿Quién gobernará Cataluña en los inciertos y complicados cuatro años que vienen?

Para ERC, este es su momento, cuando finalmente tiene la Generalitat al alcance de la mano. Su posición más moderada y pactista debería posibilitarle el acceso a la presidencia de la Generalitat, después de tantos años en un papel de segundones. Veremos si esto sucede ya que en diciembre de 2017 también supuestamente iban a ganar ellos y al final, quedaron terceros. Actualmente las encuestas también les sonríen, pero nada es seguro: ERC mira por el rabillo del ojo los movimientos que tienen lugar en el espacio convergente y, sobre todo, observan con temor los últimos movimientos de Carles Puigdemont.

ERC puede ganar unas elecciones en otoño, sin duda, pero el paseo triunfal que podían haber soñado se aleja cada vez más en el horizonte. Además de los movimientos de los postconvergentes, que pueden arruinar sus posibilidades, el partido se ha dado de bruces durante la pandemia con su eterno problema: su falta de cuadros competentes en gestión pública.

Es curioso que un partido con ambiciones y posibilidades de ganar la presidencia de la Generalitat cuente siempre con cargos de perfil bajo, como Alba Vergés, Chakir El Homrani o la excéntrica consejera de agricultura, Teresa Jordà. Recordamos también a Marta Rovira, quien tomó el testigo de Oriol Junqueras cuando este fue encarcelado y tuvo que ser reemplazada en los debates electorales por su bajo nivel dialéctico.

A los claroscuros propios de ERC, se añade que sus rivales convergentes están en estado de ebullición. Es muy posible que en las próximas elecciones los votantes convergentes se encuentren con la insólita situación de que su partido original se ha desintegrado en tres partidos: el nuevo partido de Puigdemont, quien sigue en su absolutismo y egotismo, el PDECat, sostenido por su presidente David Bonvehí, algunos diputados y una mayoría de alcaldes, y finalmente, el tercero en discordia y también nuevo, el Partido Nacionalista Catalán (PNC). El objetivo de estos últimos es conseguir unos 200.000-300.000 votos de independentistas moderados, cansados del desgobierno actual y que estén notando en sus propios bolsillos el terremoto económico provocado por la pandemia.

Si, finalmente, en otoño el espacio convergente se presenta dividido en tres, los votos también se dividirán y ello tiene un coste en escaños. La mayoría parlamentaria independentista es muy justa al no tener el independentismo una mayoría social. Su apoyo ha quedado tercamente fijado en el 48% de la ciudadanía y en esta crisis puede que hayan salvado los muebles, lo cual ya sería mucho, pero es altamente improbable que hayan ganado votantes. Más bien, a muchos ciudadanos y ciudadanas de Cataluña, el binomio pandemia y gestión del gobierno Torra les produce pavor. Por lo tanto, el 48% sigue siendo, al menos por ahora, un techo para los independentistas y si ahora el voto postconvergente se divide, las probabilidades de una bajada importante de escaños son muy reales.  

Al sector independentista debemos añadir la CUP, cuya única función es la de aportar los escaños que faltan para completar la mayoría independentista. Pero esta vez podría suceder que, incluso con el apoyo entusiasta y entregado de la CUP, los números no salgan para conformar otro gobierno independentista.

Presentándose así las cosas en el sector independentista actualmente en el poder, ¿qué sucede en el otro espectro del arco político, los partidos constitucionalistas y no-independentistas, quienes, en conjunto, reciben el apoyo del 52% de la ciudadanía?

En este campo, la primera pregunta es qué sucederá con el probablemente elevado número de escaños que va a perder Ciudadanos. El partido que logró ganar las reñidas elecciones de diciembre de 2017 se encuentra en este momento desarbolado y debilitado. Con una líder cuestionada y con una dirección que parece pensar que puede surfear la crisis abierta por Albert Rivera en el partido sin realizar cambio alguno, pocos ven a Ciudadanos como una alternativa en este momento. Más bien, es percibido como el partido que va a dejar ir un botín de escaños tan elevado que el tablero político podría conocer movimientos sísmicos de envergadura.

La segunda gran incógnita es hasta qué punto el PSC se beneficiará de la caída en escaños de Ciudadanos. ¿Cuántos de los escaños cosechados en 2017 por este partido representan a votantes que esta vez pueden optar por (o volver, en el caso de algunos) al PSC? Las encuestas pre-pandemia apuntaban a que podrían llegar a ser diez escaños y el propio Iceta se refirió una vez en público a que una docena de escaños de Ciudadanos pasarían a la lista socialista. Si se confirmaran estos números, el PSC obtendría 27-29 escaños. Un aumento considerable pero insuficiente para lograr el Gobierno. Para tener alguna opción de gobernar, el PSC debe rebasar la treintena de escaños y para ello necesitaría obtener también votos del universo de los Comuns y de nacionalistas moderados.

Los Comuns, por su parte, cuentan actualmente con solo 8 diputados y diputadas, pero podrían repuntar; alguna encuesta pre-pandemia les había otorgado hasta 11, la cifra que obtuvieron en su estreno en el Parlament con Lluís Rabell. Puede que se beneficien de su presencia en el Gobierno central, pero por ahora parece que tienen un techo en Cataluña, situado en la decena. Su rol en completar una posible mayoría de izquierdas en el Parlament es crucial, pero al no detectarse una subida importante de este partido, una eventual coalición de socialistas, ERC y Comuns dependería más de los resultados de los dos primeros.  

Respecto al PP, es muy probable que el partido aumente su número de escaños, de los magros cuatro que tiene ahora y que logre llegar a la decena, sumando votos provenientes de Ciudadanos. En las elecciones de septiembre de 2015 lograron 11. Sin embargo, esta vez es improbable que superen esta cifra porque tienen un nuevo rival que está pisando con (relativa) fuerza en Cataluña, Vox. Diferentes analistas, observando los resultados en Cataluña de las dos elecciones generales de 2019 y las municipales y europeas del mismo año, concluyen que la entrada de Vox en el Parlament, con 3 o 4 escaños, puede darse por segura. Una pésima noticia, que añadirá aún más tensión y extremismo en el Parlament.

Así, al igual que todo lo demás en nuestras vidas en la era de la pandemia, el nuevo Parlament es una incógnita, aunque podemos observar algunas tendencias. Estas apuntan a que se mantendrán algunas dinámicas antiguas, como que el voto independentista seguirá siendo considerable. Pero también, que después de lo mucho que ha sucedido y está sucediendo, hay movimientos de fondo en la sociedad catalana que políticamente podrían traducirse en nuevas dinámicas, más transversales, más pactistas y capaces de priorizar los retos reales de la sociedad en estos tiempos de crisis, es decir, la salud pública, el empleo y la educación. Unas fuerzas más acordes con los nuevos tiempos.