En el siempre maquiavélico y desconcertante panorama político español algunos movimientos tácticos se antojan, de entrada, incomprensibles, y suscitan, ante la imposibilidad de otear el horizonte que persiguen alcanzar, reacciones airadas, descalificaciones, burlas y escarnio por parte de propios y extraños. Y si no que se lo pregunten a Inés Arrimadas y a los de Ciudadanos, a quienes durante semanas les han llamado de todo menos bonitos y les ha caído la del pulpo, por su predisposición a acercar posiciones y pactar con ese diletante que es Pedro Sánchez, el maniquí que logró reinar. 

Curiosamente esas maniobras, aparentemente erráticas e impredecibles, «a lo loco Iván», propias de la flota de submarinos rusos durante la Guerra Fría, dan en ocasiones buenos resultados. Todavía es difícil aventurar si los escaños que Ciudadanos ofrecen al Gobierno de “coaflicción, a cambio de poco o de nada, redundarán en futuros votos que permitan al partido naranja recuperarse de la debacle sufrida debido al egotismo, mala cabeza y peor cálculo de Albert Rivera, pero de entrada parece claro que sí han servido para algo, a mi entender importante: descolocar, arrebatar el balón y expulsar del terreno de juego a los de ERC. Albricias.

La jugada de Arrimadas ha dado buenos frutos al alterar la geometría del tablero. ERC ya no es pieza imprescindible, al menos de momento, en esta España de último recurso, de gobernanza improvisada y chapucera, prêt-à-porter, que igual sortea una pandemia que plancha un huevo o fríe una corbata con la misma impasibilidad y cara dura. Acostumbrémonos a reivindicar el esperpento como pan nuestro de cada día y salvaguarda de la locura. Lean a Valle-Inclán, hagan el favor. Con los votos de Podemos, Ciudadanos y PNV --y puntualmente con los del PP de Pablo Casado--, Sánchez puede hacer maravillas, a fin de mantenerse, cual funambulista, en la cuerda floja que merece transitar y de la que algún día caerá por fraudulento e incompetente.

Dicen que cuenta uno que tiene un amigo que asegura conocer a un tipo que habla con frecuencia con el primo de Oriol Junqueras, que el beato republicano, que otrora pudo parar la economía del Reino Milenario, se pasea cual gato enjaulado por su celda, desgarrándose el sayo, desgastando las losas, jurando en arameo y echando mano de frases célebres y épicas con las que expresar su desesperación al encontrarse compuesto y sin príncipe monclovita que le quiera, sin espardeña de cristal, sentado sobre una calabaza y chupando una cuchara de palo. Algunos funcionarios del turno de noche le han oído gritar a altas horas aquello atribuido a Ricardo III en la batalla de Bosworth, al verse descabalgado y a merced de las huestes de Enrique Tudor: “¡Un caballo, mi reino por un caballo!”.

Aquí, obviamente, la corona en disputa no es la de Inglaterra sino la de la Generalitat de Cataluña --corona siempre acariciada y nunca conseguida por nuestros puteados carlistas tractorianos--, que Junqueras, o el sucesor que él pueda designar para ocupar la presidencia de la institución, no ceñirá por haberla perdido debido a un error táctico. Enrique Tudor, el odiado enemigo, es en esta historia de sang i fetge Carles Puigdemont, el «Carlomagno» fantoche de Váter-lu, y su sátrapa Quim Torra, o cualquier “cunvergent” que la oligarquía del 3% pueda sacarse de la manga a fin de seguir mangoneando, ya sea con el presente nombre de la formación «pedecata» o con los cien que ya barajan a fin de marear la perdiz y renacer de sus infames cenizas, porque lo de los nombres de CDC da para llenar un tomo de la Espasa por lo menos.

Pero si hay una frase desgarrada que Junqueras repite a todas horas es: «¡Ahora, Madrid me importa un comino». Fíjense que no dice que le importe “una higa”, “un rábano” o un “pimiento”, sino un comino, humilde planta herbácea de poco valor usada como especia. Diciendo comino Junqueras acredita su excelente dominio coloquial de la lengua española. Podría haber dicho que Madrid le importa un “celemín”, insignificante medida agraria en desuso, pero no: comino. Y esa exclamación es antónima de aquélla, célebre, que pronunció Enrique de Borbón, o de Navarra, pretendiente hugonote al trono de Francia, cuando espetó lo de “París bien vale una misa”, y si para reinar hay que bautizarse, pues vamos y nos bautizamos.

En el caso de Junqueras, católico, apostólico y romano, la conversión era más fácil, y pasaba solo por volverse “constitucionalista” y sentarse --no él, pero sí los suyos--, en la “Mesa de la Moncloa”, para pactar la andapandansia, el butifarréndum definitivo, la pasta, o la presidencia de la Generalitat. Lo que fuera, que estamos en tiempo de rebajas... Y de paso reducir a la miseria al odiado Puigdemont, que ni le quiere ni le escribe, y además es un miserable cobarde, y a Torra, ese papanatas adicto a la ratafía, y a los burgueses ultraderechistas de “cunvergensia”, a los que la independencia les importa, ahora sí, una higa, porque lo único que desean es el poder y el dinero. Lo de ERC, de haber salido bien, era la táctica pragmática por excelencia, la estrategia útil en el tortuoso camino a la soberanía. Mucho más acorde con aquel taimado proceder de “peix al cove” de Jordi Pujol. Pero no. El tiro por la culata. Ya se sabe que quien con Sánchez se acuesta, meado se levanta.

Y ahora, claro, anda el hombre desesperado. Madrid, la gobernabilidad del país, ya le importa un comino. No quiere ni oír hablar de “La Mesa (Bilateral) de la Moncloa” --cuando hasta el tonto de Alberto Garzón atina al proponer aplazarla porque no tiene mucho sentido que se convoque antes de las elecciones catalanas--, ni de indultos o amnistías. Él seguirá preso, erre que erre, empecinado como el maño a lomos del pollino ocupando la vía del tren y gritando «¡Chufla, chufla, que como no te apartes tú!». Aunque se le llegara a conceder, Junqueras no aceptaría perdón alguno, porque cual ecce homo puede, al menos, mostrar los estigmas y laceraciones en las palmas de sus manos o en los empeines de sus pies. El martirologio le sirve a Junqueras para exhibir músculo y alardear de una autenticidad, resignación, sufrimiento, temple y lealtad histórica a la causa que jamás podrá esgrimir el pastelero 'loco' de Amer, aunque en sus filas haya también histéricas ploramiques que huyeron, a las primeras de cambio y sin bragas de recambio, al Shangri-La alpino y allí siguen, dándole al chocolate y diseñando republiquetas a distancia. 

La metedura de pata táctica de Junqueras ya le ha supuesto un diluvio de críticas, burlas, insultos y menosprecio en las redes sociales, y será utilizada profusamente por Torra y cuadrilla para hundir a ERC en la miseria. No importa Madrid, ni la independencia, solo importa la Generalitat. El poder, el dinero, los despachos y las poltronas. Todos tienen claro que cuando el Tribunal Supremo se pronuncie sobre la inhabilitación de Torra se convocarán elecciones automáticamente. Y la guerra será encarnizada. No habrá cuartel ni prisioneros. Volarán las dagas, la vajilla y el mobiliario, y en ningún hospital habrá sutura, mercromina y tiritas suficientes para zurcir tanto mamporro. Así que a Junqueras ya solo le queda agarrar la barretina y el trabuco y tirarse al monte de regreso al maximalismo. Ni mesa, ni independencia, ni amnistía, ni Presupuestos Generales del Estado, ni olvido ni perdón. En breve volveremos a ver a un Gabriel Rufián poligonero y chulesco, y a un Pere Aragonès y un Roger Torrent retadores y beligerantes al máximo. Y Ada Colau que se quite de en medio y deje de apelar a la cordura de la “izquierda” a la hora de hacer política contando con todos, incluidos los no independentistas, porque recibirá hasta en su DNI español.

Así que bravo por esas maniobras “ciudadanas” a lo «loco Iván» que expulsan al nacionalismo irreconciliable de la gobernanza del país. Si hubiera más cerebro y menos testosterona en la derecha, condenar a Bildu al ostracismo sería coser y cantar. Sánchez, el inútil, es un grano en el culo. Pero los otros son para darles de comer a parte. Eso sí, que nadie se confunda ante esta pequeña victoria. Gane quien gane la inminente batalla por el poder en Cataluña, una vez hecho el reparto de sillas, volverán a entenderse, como no puede ser de otro modo, entre ellos. 

Porque la naturaleza brinda sabiduría sencilla a espuertas y basta con observarla. Hasta los tontos saben que la hez y la mosca conforman un binomio ecológico tan indisociable como putrefacto.