La destrucción creativa se precipita al vacío. Pero Àngels Chacón, la consejera de Empresa y Conocimiento de la Generalitat, señorea como si nada las pasarelas industriales. Este ángel exterminador ya se plantó en el 080 Barcelona Fashion para hundirnos delante de las vanguardias. Aquel día, se vistió de Custo o de Miriam Ponsa y tomó la palabra en el aparador internacional: “Barcelona no puede competir con Berlín o París” ¿Con quién vamos a competir pues? Tantos años de pasarela Gaudí para nada.
Por lo visto, Chacón no sabe quedarse en segundo plano; desconoce que el silencio vigoriza el alma. Más por miedo que por prudencia, acató el veto de la Junta Electoral a los lazos amarillos durante la última campaña electoral y soportó la reprimenda de los hiperventilados. Milita en lo que queda del PDeCAT, un pozo residual en el que ella se ubica detrás de la infranqueable gangrena interior de la Cataluña central.
La economía encarna la multiplicidad de tiempos y espacios de la comedia humana. Y Chacón los abarca todos con su receta de cuatro puntos para defender la moda de país: la internacionalización, la comercialización, el fash-tech y la sostenibilidad. Ya lo ven, una bataola de lugares comunes, sin significado. En los últimos días, le ha tocado vivir la saga fuga de Nissan-Renault, una empresa que ya es más francesa que japonesa, con permiso de Mitsubishi. En señal de despedida, la consejera coge la carrerilla sincopada de un ragtime; y su queja convierte la anécdota en categoría: “Cuando fuimos a presentarle a Nissan nuestro plan de continuidad de la marca, ni se lo miraron”. Ella quería hablar con el Shogun, pero se quedó en la puerta.
La verdad es que en Nissan Tokio y en Renault París no consta la existencia de una administración territorial catalana, dotada de competencias; y menos la administración de quita y pon de Torra. Al conocer la decisión definitiva del cierre de la cabecera, Chacón desliza su cabreo con la boca pequeña: “se irán pero se lo pondremos muy difícil”. Uy, qué miedo; en Fukuyama, referencia de la marca nipona, ya no duermen; en Francia, por su parte, se hacen los sordos; saben que a una compañía con Golden share (garantía del control estatal) no se le tose. Los sindicatos concentran su frustración en la figura de José Vicente de los Mozos, el hombre fuerte de Renault y presidente de Anfac, la patronal española del sector. Pero en la metalurgia de hoy, el diálogo social es la carcasa del tiempo. Por su parte, el proteccionismo patético del Govern es fruto del ensimismamiento. Sin causa territorial no hay economía.
Nadie quiso ver que, cuando el río iba, agua llevaba. Ni el propio Pedro Sánchez, en un breve encuentro en el último Fórum de Davos, cuando conectó con la alianza Nissan-Renault-Mitsubishi para enterarse de si los empleos del grupo en España peligraban. Esta alianza ha descubierto que los cruces industriales son más efectivos que los intercambios accionariales. El nuevo paradigma produce la suma de los tres y ofrece el rostro que le conviene a la compañía en cada país, además de no modificar las participaciones accionariales (la propiedad). A la hora del cierre de Zona Franca, en España han aparecido expertos en lock out de parte de Japón, dispuestos a obedecer a Renault.
El entramado multinacional con presencia en Cataluña atraviesa un estado comatoso. Los centros de producción están desparramados en polígonos industriales supermodernos, que hemos pagado con cargo al contribuyente, pero de las marcas y de sus complejas estrategias de futuro no sabemos nada. Así lo denunció hace algunos meses la consultora PwC en un documento de título elocuente y vintage, Temas candentes de la economía catalana.
El Departamento de la Chacón está haciendo bueno al de Antoni Subirà y Miquel Puig, en la etapa de Pujol. Aquellos colosos presumían de haber estudiado en el MIT de Massachusetts, aunque allí tampoco los conocían. En los despachos, los tecnócratas nacionalistas le sacaban punta al lápiz; no se enteraron de que cerraban Pioneer, Kao Corporation, Matsushitta, Sanyo, Samsung y especialmente Sony; pero eso sí, conocían a los mandos extranjeros que trabajaban en Cataluña y comían con ellos en el Ecuestre, de vez en cuando.
Cuando cerró la mítica fábrica de la antigua Braun (“un, dos, tres picadora Moulinex” ¿se acuerdan?), en Esplugues, la cabecera multinacional de Procter and Gamble (P&G), ubicada en Cincinnati (EEUU), había hablado con la Generalitat. Chacón no estaba todavía. Pero desde que salió de su ciudad natal, Igualada, la consejera ha convertido el Departamento de Empresa en un patio trasero; un vomitorio de maldades contra los intereses de las multinacionales. Su fiasco es menos enfático que su fracaso, pero igual de pernicioso. El nacional populismo se siente herido por el capital internacional; ¡que ignorancia! Los políticos convergentes de la tercera generación son de primaria y además, están suspendidos.
Nuestra industria es una isla que se hunde por falta de timonel. Todo es ajustado y veloz: entre el ahogo y el equilibrio general de León Walras solo hay un milímetro. El deshielo de la política tiene su reverso en la renta mínima, que mantendrá vivos a los excluidos. Las factorías van a menos y el ejercito industrial de reserva es condenado a la supervivencia. Ha ganado Malthus: queda aplazada sine die la felicidad de los desempleados o de los que serán recuperados a cambio del salario de bronce de Ferdinand Lassalle. El dinero no hace la riqueza; los que se han apropiado de la cadena de valor (“la élite extractiva” de César Molinas) acumulan dinero pero no son la vanguardia empresarial; sus logros son como aquella biblioteca de Burlington (Vermont) integrada por libros rechazados por sus editores.
En fin, el samurái y la katana nos dejan para siempre. Chacón dice que no hay que implorar a Nissan; lo suyo es la queja mirando al monte Fuji. La multinacional sintoísta se lleva el valor y deja aquí la cadena de montaje ¿De dónde habrá salido semejante Andrómina?