A nadie se le escapa el dramático escenario que se nos avecina. Todas las enormes fragilidades de ayer muy agravadas por el Covid-19 y los tres meses de parada económica. Un contexto por el que podremos transitar de darse tres condiciones: la buena voluntad de empresarios y empleados; el buen tino en el Congreso de los Diputados; y una respuesta sensata de la Unión Europea.

Por conversaciones con empresas y sindicatos, percibo que se da una actitud muy positiva por entender el momento y, desde la empatía, alcanzar aquellos acuerdos que faciliten el mantenimiento del empleo y la capacidad productiva. Siempre habrá su excepción, pero mi convencimiento es que la sensatez prevalecerá.

Acerca del Congreso, imagino que persistiremos en la lamentable, cuando no directamente miserable, dinámica dominante. La radicalización previa a la crisis sanitaria ha ido en aumento, aún se contaban los fallecidos por un millar cuando desde la oposición y algunas autonomías, con la catalana y la madrileña a la cabeza, se aseveraba que con ellos al frente habría menos muertos. Para añadir confusión y ruido, desde la izquierda surgen regularmente propuestas que no pasan de ocurrencias innecesarias, sin la mínima posibilidad de prosperar pero con una enorme capacidad para enturbiar y desorientar.

En cualquier caso, lo peor de la crisis sanitaria se ha superado y, sin pretender que sirva de consuelo, el drama que también se da en otros países occidentales, más ricos que el nuestro y que ya tenían la advertencia previa italiana y española, nos muestra lo complejo e inesperado de la pandemia. Y, desde un punto de vista económico, aún a cuentagotas y sin la contundencia necesaria, algunas medidas van en la buena dirección. En cualquier caso, instituciones económicas, con Foment de manera paradigmática, han de seguir con la misma intensidad que hasta ahora, insistiendo en todo aquello que se necesita para mantener la actividad productiva y el empleo.

Por su parte, a la Unión Europea le ha llegado el momento de la verdad. En sus 70 años, desde la creación de la CECA, no se ha encontrado con una encrucijada como la actual, ni sucesivas incorporaciones de nuevos estados miembros, ni anteriores crisis, ni tan siquiera el Brexit suponen un reto de la dimensión del de nuestros días. Sólo entendiendo la dimensión de una tragedia sobrevenida, a la que responder de manera mancomunada, como corrresponde a una zona que comparte moneda y en que la libre circulación de personas, capitales y mercancías es absoluta, se podrá responder a las necesidades de los más afectados, beneficiar a todos los estados europeos en el medio plazo, y consolidar el proyecto común. La alternativa será el ruido y la desaparición de Europa tal como la conocemos.

Curiosamente, la propuesta franco alemana, quizás algo insuficiente en su monto, va en la buena dirección, y debería ser bien recibida en toda España, pues señala el camino para avanzar en la integración europea y, a su vez, favorece directamente a las familias más necesitadas y a millones de empresas y autónomos. Pero, sorprendentemente, despierta una rabia incontrolable entre las élites conservadoras. Es tal el rechazo y menosprecio al otro, que manifiestan alegremente que lo mejor es una intervención literal de la economía española, sin importar las consecuencias que acarree pues, sin ellos en el gobierno, la izquierda sólo sirve para dilapidar. Curiosamente también ellos criticaron con una dureza similar a Mariano Rajoy por, en su momento, no solicitar el rescate. Ahora, se le reconoce el acierto de no haberlo hecho.

Y al frente de la revuelta conservadora se eleva Cayetana Álvarez de Toledo. Su supremacismo narcisista encuentra en un Congreso ahuecado y bajo la estética de la mascarilla, el marco ideal para dar rienda a su histrionismo y arrancar los aplausos de los suyos. Por ello, me pregunto si este es también el mundo de Pablo Casado o, si bien, no tiene el coraje de retirarle el protagonismo como portavoz parlamentaria. Además, Álvarez de Toledo, más que nadie, se encuentra incómoda con una respuesta mancomunada de la Unión Europea pues ello no haría más que, asevera, seguir malacostumbrando a millones de españoles y mantenerles en su minoría de edad. Es decir, que Europa nos intervenga y nos dé a la gran mayoría de españoles el castigo merecido. Sin embargo, el gran castigo, señora Álvarez de Toledo, se lo está dando usted a la convivencia y a las expectativas de su partido.