No son pocos los colegios en los que, por decirlo de una manera sencilla, hay lío con las cuotas mensuales de estos meses de parón. La radicalidad del confinamiento hace que las clases presenciales hayan acabado el 14 de marzo, siendo España un país en el que, a diferencia del resto, antes se irá a una terracita a tomar una caña que regresarán los niños al colegio. Cuando los padres puedan volver a trabajar caeremos de nuevo en el error de dejar a los niños a cargo de los abuelos, poniendo bajo un mismo techo a niños que pueden contagiarse sin que, salvo contadísimas y tristísimas excepciones, les pase nada con quienes más peligro corren, sus abuelos. Pero parece que el sentido común es uno de los sentidos más afectados por el Covid-19, al menos en nuestros gobernantes.

Teniendo que ajustarnos a esta realidad “por fuerza mayor” hay colegios privados que han mantenido una alta actividad a través de videoconferencias mientras que otros han delegado en los padres, unos colegios han enviado a los profesores a su casa mediante ERTE, otros les han rebajado el salario y otros han seguido pagándoles, transmitiendo a las cuotas mensuales estas realidades también de manera también dispar.

La enseñanza gestionada por entidades privadas no es, ni mucho menos, una rareza en nuestro país, supone un tercio de la oferta educativa en toda España, siendo más del 40% en Barcelona, cerca de 1.500 centros en toda la provincia. Por tanto, asociar la enseñanza privada a las élites económicas es algo muy simplista. Es cierto que para gastar 1.000 o más euros por hijo y mes hay que tener unos ingresos saneados, pero el esfuerzo que hacen muchas familias de clase media por lo que ellos entienden una oferta de calidad es, en ocasiones, muy elevado.

Yo llevé a mis hijas a un centro privado por su modelo educativo basado en la exigencia.  En él coincidieron con hijos de empresarios y de profesionales para quienes el pago mensual no suponía un esfuerzo, pero también con hijos de otras familias menos desahogadas económicamente y con una veintena de chicos becados por el propio colegio. La cuota por la enseñanza era relativamente barata y donde el colegio mejoraba su margen era en la comida y en el transporte, ambos optativos. Este colegio hoy ha bajado las cuotas mensuales a pesar de mantener clases en teleconferencia y está sugiriendo a quienes más pueden que la diferencia la aporten a la fundación para que ésta pueda sufragar los estudios del año que viene a quienes pierdan su trabajo. Este colegio, privado al 100%, no creo que entendiese la enseñanza como un negocio, desde luego no su fundador que vivió toda su vida de manera espartana en su piso de Horta. Y seguro que no es el único caso.

Pero hay otros colegios que sí ven la educación como un negocio, un lucrativo negocio, y están lógicamente en su derecho, lo mismo que los padres a llevar a sus hijos a un centro u otro.

La aproximación a un colegio privado debería ser de adhesión, uno lleva a sus hijos a un colegio porque quiere, la oferta es enorme. Y si algo no encaja con las expectativas de los padres la salida es muy sencilla, cambiar de colegio. Lo que no tiene mucho sentido es que los padres traten de modificar la esencia de un colegio al que han ido por deseo. Si en el colegio de mis hijas se enseñaba en catalán, castellano, francés e inglés, no tenía cabida quien quisiera que sus hijos aprendiesen chino o alemán en lugar de francés. Pero siempre hay quien no acaba de saber dónde está.

Probablemente es en las crisis donde se ve lo mejor, y lo peor, de las personas e instituciones. Si un colegio ha abandonado a los niños, ha aplicado un ERTE a los profesores y no rebaja sus cuotas mensuales lo más inteligente es abandonarlo y empezar en setiembre en otro lugar porque probablemente los valores que enseñen no sean los más adecuados. Nadie va a fichar a un joven por el colegio al que haya ido sino por los conocimientos que haya adquirido y, sobre todo, por cómo se comporte en la vida. Olvidémonos de etiquetas y marcas, y más antes de la universidad, y busquemos la esencia en la educación de nuestros hijos.