Muchos nos preguntábamos qué quedaría de Ciudadanos tras la severa derrota electoral a la que Albert Rivera le abocó en las últimas citas elecciones. Cuando un partido político se somete de forma libre y democrática a un solo liderazgo personal, indiscutido e indiscutible, los fracasos no son solo colectivos sino que se llevan por delante al líder y dejan al partido desconcertado e inerme ante una situación inesperada. Albert Rivera tuvo el valor, poco habitual en nuestro país, de asumir personalmente todas las responsabilidades políticas y no solo dimitió de todos sus cargos institucionales y orgánicos sino que se retiró de la vida política. Han pasado ya algunos meses desde entonces, Rivera ha sabido mantenerse al margen y su sucesora, Inés Arrimadas, ha comenzado a marcar una nueva línea de actuación en Ciudadanos.
Que Albert Rivera se dejó llevar por un exceso de ambición política personal es algo incuestionable. Desaprovechó casi todas las oportunidades que tuvo para mantener o recuperar el perfil centrista de su partido. Los sucesivos bandazos en la definición ideológica de Ciudadanos desconcertaron a un gran porcentaje de sus electores. Pasar de aquella socialdemocracia antinacionalista inicial a retratarse, y nunca mejor dicho, no ya con el PP conservador de Pablo Casado sino también con un partido de extrema derecha y ultranacionalista como Vox, con Santiago Abascal y toda su rancia plana mayor, fue un error mayúsculo. Un error ampliado y consolidado con los sucesivos pactos de coalición con el PP en varias comunidades autónomas y también en diversos municipios importantes, con el apoyo externo pero decisivo y muy influyente de Vox. Sin otra estrategia que sus propias ambiciones personales a corto plazo, Albert Rivera situó a su partido en una posición subordinada a los dictados de PP y Vox, rechazando de modo displicente cualquier posibilidad de equidistancia, siempre muy difícil de sobrellevar sobre todo para alguien con un ego tan notable como el suyo, ya que la equidistancia suele conllevar la asunción de una cierta condición de bisagra.
Mientras Pablo Casado se despeñaba por propia iniciativa en su burdo intento de aislar y derrotar al socialista Pedro Sánchez como presidente del gobierno de coalición de izquierdas, Inés Arrimadas supo aprovechar inteligentemente la primera oportunidad que se le presentó. Que Ciudadanos siguiera apoyando una nueva ampliación temporal del estado de alarma, sumando así sus votos a los de PSOE, UP, PNV y un buen número de grupos progresistas o regionalistas, dejó noqueado al PP, con Pablo Casado muy debilitado por su propensión a dejarse presionar tanto por parte de Vox como sobre todo por parte de la FAES aznariana, más que representada por la autoproclamada amazónica Cayetana Álvarez de Toledo.
De la mano de Inés Arrimadas, Ciudadanos se ha apuntado un importante éxito y ha marcado de nuevo perfil propio. Lo curioso es que lo ha hecho sin moverse siquiera un milímetro en su opción en las anteriores votaciones sobre el estado de alarma, porque ha sido el PP el que ha modificado su posición al respecto, aunque pasando a la abstención y no al voto en contra, como Casado mismo había venido poco menos que anunciando hasta muy poco antes de la votación. Tanto fue así que el propio presidente del PP tuvo que recurrir a una video-conferencia de urgencia con los diputados de su grupo para aclarar por fin el sentido de su voto.
Mientras en el PP cunde el desconcierto, con sectores que propugnan sin más una guerra sin cuartel contra el Gobierno de Pedro Sánchez y otros que se manifiestan partidarios de un ejercicio de corresponsabilidad y de oposición leal mientras subsistan las consecuencias sanitarias, económicas y sociales de la pandemia, Ciudadanos ha sabido aprovechar la ocasión y ha ido incluso más allá, al ofrecerse a la negociación de los Presupuestos Generales del Estado en la medida en que sirvan para hacer frente a la grave situación impuesta por esta inesperada crisis.
Todavía más: para desesperación de PP, y aún más de Vox, Ciudadanos se ha abierto a la posibilidad de negociar los Presupuestos de la Comunidad de Madrid también con el PSOE. Y todo ello tras el despropósito monumental de la presidenta Isabel Díaz Ayuso, con una inconsistente solicitud de inicio de desescalada del estado de alarma en la Comunidad, naturalmente rechazada por el Ministerio de Sanidad en base a los criterios científicos que se han establecido al efecto para el conjunto del territorio nacional.
Que Inés Arrimadas ha tomado las riendas de Ciudadanos con coraje y rigor me parece innegable. Le ha costado unas pocas deserciones: Carina Mejías, tal vez en un inicio a su regreso al PP, y el siempre errático Juan Carlos Girauta. Pero ha comenzado a marcar una nueva orientación estratégica en Ciudadanos y ha desconcertado a otros partidos, no solo al PP y a Vox. UP ha saludado con satisfacción este cambio en Ciudadanos, sobre todo porque puede facilitar la aprobación de los nuevos Presupuestos Generales del Estado. A ERC le ha entrado un cierto miedo escénico, porque con su suma al voto contrario a esta nueva prórroga del estado de alarma se ha alineado con Vox, JxCat y las CUP, sin obtener nada a cambio. Aunque esto comienza a ser por desgracia cada dia más frecuente en los representantes del nacionalismo catalán en las Cortes, donde tienen mucho que aprender del histórico y siempre hábil PNV, e incluso de Bildu.