Nos hemos de preparar para la nueva normalidad, como ha acuñado el presidente del Gobierno. Se le ha cuestionado también por esto. Ciertamente llegaremos a la normalidad, pero será nueva, nada será como hasta ahora. O casi nada. Y como no lo será, sería conveniente que nos pusiéramos las pilas diseñando un nuevo sistema económico. El actual no sirve. Ha demostrado que es débil ante la adversidad y que no podemos centrar nuestra potencialidad económica sólo en el sector servicios. La pandemia se lo ha cargado de un plumazo y tardará en ser lo que era, si es que alguna vez regresa al futuro actual.
Pepe Álvarez, Josep Sánchez Llibre, y algunos empresarios como Ignacio Sánchez Galán o Àngel Simón hablan sin tapujos de reindustrialización, del nuevo papel de las empresas, de reducir la dependencia energética, y de más y mejor inversión en nuevas tecnologías. No somos competitivos como país si dependemos del sector servicios. Ahora tendremos un panorama desolador con miles de parados del sector turístico, hostelería y la restauración que tardarán en volver a su normalidad. Tendrán que buscar acomodo en otras actividades, y sólo la industria las puede ofrecer.
España debe buscar cuáles son los sectores punteros, formar a sus trabajadores y buscar la complicidad y la alianza de los inversores nacionales --alianza público-privada en innovación, desarrollo e investigación-- para crear nuevos sectores que fortalezcan nuestra economía. También se debe embarcar en diseñar cuáles son las infraestructuras necesarias para dotar a esta nueva industria de las rutas de transporte más eficaces, eludiendo debates identitarios y localistas, que tienen como referencia su ombligo y como el grajo, vuelan bajo.
Los sectores punteros en I+D+i han resistido durante la pandemia. La industria manufacturera y excesivamente dependiente ha quedado tocada, pero no hundida, mientras que el sector servicios se ha llevado la peor parte. También la industria agroalimentaria ha demostrado su fortaleza, al tiempo que se han descubierto sus carencias. Como decía en un reciente artículo el presidente del Institut Agrícola, Baldiri Ros, el campo no “tiene glamour”, pero, mira por dónde, nos da de comer y ha tenido la fortaleza de evitar que se rompa la cadena alimentaria. Quizás entre esas infraestructuras pendientes se debería tener en cuenta su propuesta: el Canal d’Urgell, que junto al Segarra-Garrigues generaría hectáreas de regadío ampliando el sector agroindustrial, que puede ser uno de nuestros puntos fuertes de cara el futuro. De eso, en los presupuestos de la Generalitat no hay una palabra. Esperemos que en los del Estado, que en algún momento tendrán que salir adelante si no queremos colgar el letrero de “cerrado por defunción” como país, si se tengan en cuenta estas líneas maestras.
No soy optimista porque la oposición, de un lado a otro y de arriba abajo, va a lo suyo. Están en el regate corto pensando, sobre todo, que toda crisis que se precie se lleva al gobierno de turno por delante. El problema es que sin presupuestos a lo mejor no hay país que gobernar, sin proyecto de reindustrialización solo quedará un país yermo, sin pulso, muerto. Los partidos tienen la palabra en esa Comisión de Reconstrucción, pero hasta ahora su palabra se ha limitado a ver como se le tiran los trastos al gobierno. Mala receta. La otra receta, la de verdad, la de futuro, requiere esfuerzo y sacrificios. Bien haría esta comisión en escuchar las propuestas empresariales y sociales que abogan por esta reindustrialización, por identificar nuestros puntos fuertes y descartar los débiles, por favorecer las infraestructuras urgentes y, sobre todo, por dejarnos de veleidades y de narcisismos.