Llevo toda la semana con unas agujetas tremendas. Me arrastro por el pasillo y gimoteo de dolor cuando bajo las escaleras. Vaya, que no me siento las piernas, como decíamos todos en los 90, imitando al actor que hacía de Rambo en Esta noche cruzamos el Mississippi. Y todo por culpa de mi prima Marta, que el fin de semana pasado me recomendó que probase las clases de fitness por YouTube de Patry Jordán. “Yo las hago cada día a las 6 de la tarde”, me dijo mi prima, que tiene 23 años, ha estudiado Química y es muy disciplinada. Marta ha jugado al baloncesto toda su vida y para ella es importante mantener una rutina deportiva durante el confinamiento, aunque su indumentaria cuando salió de casa (somos vecinas) para saludarme y recomendarme a la Jordán le restaba cierta credibilidad: pantalón de pijama acolchado, chanclas de natación y calcetines.
Me reí de ella, pero sólo un poco. La verdad es que yo llevo todo el confinamiento vestida más o menos igual, excepto por las chanclas y calcetines, un combinado que nunca he soportado. Subimos la foto de sus chanclas a Instagram, charlamos un rato manteniendo la distancia reglamentaria y antes de irme me dejó probar un delicioso banana bread hecho por ella misma ese fin de semana.
Marta probó por primera vez el banana bread hace unos meses, cuando estaba en Dinamarca haciendo un máster. Una compañera de la residencia universitaria se lo dejó probar y le gustó tanto que le pidió la receta. No ha sido hasta ahora, en pleno confinamiento, que mi prima se ha atado el delantal a la cintura y ha abierto el link a la receta que le envió su amiga: “el mejor banana bread del mundo”, según el blog de Sally (Sally’s baking addiction), una mujer norteamericana que se define como “madre, cocinera, bloguera, fotógrafa y amante de las chispitas de chocolate”.
En la última semana habré visto decenas de fotos y recetas de banana bread en Instagram. Lo hago por puro masoquismo, porque hacer repostería no es lo mío, no me relaja ni nada de nada. Algo que me da bastante rabia, porque he constatado en las redes que si durante el confinamiento no has hecho banana bread, cocinado tu propio pan o hecho el pastel de queso de Nando Jubany, no eres nadie.
De momento, pues, seguiré siendo una don nadie a la espera de que otros me ofrezcan pasteles ( Marta dice ahora que quiere hacer un cheescake de Oreos, estoy impaciente) mientras mata la ansiedad comiendo espaguetis recalentados en el microondas para merendar o haciendo clases de G.A.P (Glúteos-Abdominales-Piernas) de 45 minutos con Patry Jordán, aunque al día siguiente no sienta las piernas. Me cae bien Patry Jordán, sobre todo porque no te grita, sino que te mira desde la pantalla con ojos risueños y te suelta, con una sonrisa, “venga, con ganas”, “estás aquí para trabajar, no para escaquearte, la recompensa viene después”, “tus piernas te engañan, porque siempre pueden dar más”.
También me gustan mucho las sesiones de yoga de Xuan Lan, una profesora de yoga francesa-vietnamita afincada en Barcelona con más de 900 mil seguidores en YouTube. Igual que Patry Jordán, Xuan Lan, que fue profesora de yoga en Operación Triunfo, va al grano: sin enrollarse con consejos ni discursos espirituales, consigue mantenerte motivado durante toda la clase.
A Xuan Lan me la descubrió mi amiga Anna, que está confinada en su casa de Banyoles y cada vez que sale el sol se tumba un rato en la terraza y se prepara un vermú como dios manda. El otro día me confesó que había perdido motivación para hacer ejercicio, pero al menos saldrá del confinamiento morena. Yo seguiré machacándome con Patry Jordán, y a lo mejor hasta me lanzo con la nueva recomendación de mi prima: los videos de Cesc Escolà, el entrenador personal que protagoniza el programa #MuéveteEnCasa en RTVE: “tiene la ventaja de que es guapote y anima mientras da la clase”, me ha asegurado Marta.
Una vez tenga los cuádriceps de hierro y el vientre plano como la Jordán, confío en que habremos entrado en la fase dos de desconfinamiento y podré salir a tomar un helado, mi actividad favorita cuando llega el buen tiempo. Soy muy fan del helado de turrón (bueno, y del Frigopié), pero me encanta probar sabores nuevos. Atlas Obscura, una web de viajes y gastronomía que leo cuando tengo tiempo, hablaba esta semana del “helado Superman”, una especialidad del Medio Oeste de Estados Unidos que tiene la particularidad de ser de tres colores: rojo, amarillo y azul, como la indumentaria del superhéroe.
Se cree que el helado Superman original fue creado en la cervecería Stroh, en Detroit (Stroh’s Brewery) en los años 20, cuando el local tuvo que buscar otras alternativas de negocio al imponerse la Ley Seca. Esa primera versión del Superman estaba compuesta por tres helados diferentes: limón, Red Pop (hecho a partir de un refresco local de fresas) y Blue Moon, un helado de color azul brillante que se cree originario de Milwaukee, en Wisconsin. Los rumores dicen que el Blue Moon lleva un poco de todo, desde cereales Froot Loops a colorantes, nubes y otras chucherías. Lo importante es que tenga su característico color pitufo, que de hecho es como se suele comercializar aquí.
Este verano no falla: helado de Pitufo y de Superman para merendar.