Cuando todo esto pase, la pandemia y lo que queda del procés, nos haremos cruces de lo que hemos vivido. Aunque el coronavirus y su rastro de muerte, destrucción económica y social y replanteamiento del mundo tal como lo hemos conocido lo relativiza todo, el confinamiento es un buen momento para reflexionar sobre el desarrollo del proceso soberanista en Cataluña, que ha quedado en un segundo plano aunque muchos de sus protagonistas se empeñen en mantenerlo a flote mediante la añagaza de aplicar la misma técnica de combinar superioridad y victimismo ante la tragedia del Covid-19 con el objetivo de no quedar sepultados por el tsunami del virus.
Nos haremos cruces de que los partidos independentistas violaran el propio Estatut y la Constitución para aprobar unas leyes de desconexión, violentando las mayorías en el Parlament, y organizar después un referéndum de independencia sin contar ni siquiera con la mitad más uno de la población catalana.
Nos haremos cruces de la destrucción total del sistema de partidos en Cataluña, con la división de la mayoría de ellos y con transformismos tan sorprendentes como que el partido que representaba a la burguesía y a parte de la pequeña burguesía nacionalista se haya convertido en el partido independentista catalán más radical, si exceptuamos a la CUP. De su posición actual dan fe los tuits de Carles Puigdemont o las declaraciones intempestivas diarias de Meritxell Budó y Miquel Buch, además, claro, de la misma elección del activista Quim Torra para presidir la Generalitat. Con su afirmación de que en una Cataluña independiente habría menos muertos por el virus, la portavoz del Govern solo dio carta de oficialidad a lo que se venía deslizando en voz baja o corría por las redes sociales.
Nos haremos cruces de que de la fracción más moderada de la federación Convergència i Unió, la que se encarnaba en Unió Democràtica, haya surgido una excrecencia como Demòcrates, con dirigentes como la xenófoba indignada expresidenta del Parlament Núria de Gispert o el defensor acérrimo de la vía unilateral Antoni Castellà. Allá donde haya que ser radical y unilateral, allá que se apunta Castellà, sin respetar fidelidad alguna a sus eventuales aliados.
Nos haremos cruces de que durante los inicios y en gran parte de los años del procés los antiguamente llamados sindicatos de clase flirtearan con los planteamientos del independentismo, que después les ha pagado con la invención de un sindicato secesionista que ya ha penetrado con fuerza en la función pública.
Nos haremos cruces de que un personaje tan estrafalario como Joan Canadell, capaz de pasearse en su coche con un careta de Puigdemont en el asiento del copiloto, presida la Cámara de Comercio de Barcelona, en manos de la ANC y del independentismo más radical merced a la cobardía y la indiferencia de la burguesía catalana, que despreció las elecciones corporativas que dieron la victoria a alguien que se atreve a escribir en un tuit que España es paro y muerte y Cataluña, en cambio, vida y futuro.
Nos haremos cruces de que se haya estado negando machaconamente la fractura política y social de la sociedad catalana, cuando es tan evidente que todo se mide con el baremo de los unos y los otros, del nosotros y ellos, cuando tantos amigos, si no se han distanciado, dejan de hablar de política para no romper la baraja, y cuando las redes sociales rezuman odio por los dos bandos.
Estos y otros muchos ejemplos que podrían citarse nos asombrarán cuando todo esto pase. Y en otro plano más banal, nos haremos cruces de la cursilería que caracteriza algunas de las manifestaciones del procés, desde el mismo apelativo de la “revolución de las sonrisas”, tan desmentido con el tiempo, hasta las actuaciones de Joan Bonanit o las presentaciones de Lloll Bertran en los mítines indepes, como el de Puigdemont en Perpiñán. ¿Puede haber algo más cursi?